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  • Hemisferio Izuierdo

Entrevista a Gustavo Melazzi a propósito de su libro "Las transiciones al socialismo. El caso d




El economista uruguayo Gustavo Melazzi acaba de publicar un libro donde, a partir de su experiencia como asesor del gobierno sandinista en sus primeras horas en el poder en la Nicaragua revolucionaria, nos invita a pensar sobre las particularidades históricas de ese proceso, pero también sobre un asunto de hondo calado histórico: el problema de la transición al socialismo en las sociedades latinoamericanas.


"Las transiciones al socialismo. El caso de Nicaragua 1979 – 1981”, que incluye apéndice a 1990, luego de la derrota electoral del FSLN, será presentado el próximo miércoles 25 de julio en la Casa Bertolt Brecht a las 19 hs. con entrada libre.


Previamente a esa instancia le realizamos esta breve entrevista al autor.



Hemisferio Izquierdo (HI): ¿Cuál era la situación de la economía nicaragüense al triunfar la revolución?


Gustavo Melazzi (GM): Una de las preocupaciones del libro es señalar la importancia de la ineludible relación entre el “antes” y el “después” del acceso al gobierno de un movimiento popular. Ha sido usual pensar que “ya en el gobierno mejoraremos los salarios; incrementaremos XX % la producción agrícola; construiremos YY miles de viviendas…”.

El choque con la realidad posterior es muy fuerte, y cuestiona muchas cosas. Es irreal pensar que tales cambios bruscos ocurran. Las propuestas deben basarse en un riguroso conocimiento de la sociedad, de las tendencias económicas y su lógica, así como de los grupos sociales, su organización y peso político.


Nicaragua era un ejemplo más de capitalismo dependiente y sus profundas desigualdades. Una historia agropecuaria (ganadería y granos básicos), donde el café vincula las haciendas al mercado internacional en una modalidad “parasitaria” de apropiación de la renta del suelo. La fuerza de trabajo, contratada estacionalmente, se mantenía básicamente en pequeñas propiedades de autosubsistencia, pero la abundancia de tierras inexplotadas obligaba a recurrir a fuerzas coercitivas, una “tradición” política en el país. Luego fueron el banano, caña de azúcar y, especialmente, algodón. Este cultivo condujo a un dramático proceso de proletarización de los campesinos. La polarización social era extrema; los niveles de represión brutales. Una débil burguesía, también comercial y financiera, con absoluto respaldo norteamericano al régimen dictatorial de la familia Somoza.


En 1961 se funda el FSLN, que intenta focos guerrilleros en las zonas montañosas; eran imposibles las luchas gremiales, cívicas. Sólo eran aceptados los partidos políticos burgueses. Para 1977 el FSLN, consolidadó en la montaña y con otros grupos en las ciudades (en 1978 sus tres tendencias llegan a un acuerdo), lanzan una ofensiva para evitar un “somocismo sin Somoza” que aglutina el enorme descontento popular y comienza la “Ofensiva Final” insurreccional, que toma el poder en 1979 luego de una cruenta guerra de dos años.


Al triunfo, la guerra, con la sucesión de paros, tomas, desalojo y vuelta a tomar de ciudades, bombardeos de población civil, operaciones de las columnas guerrilleras, dejaron un saldo terrible. Se estima en 50.000 los muertos; 120.000 heridos; 40.000 huérfanos. No había prácticamente alimentos; servicios de salud maltrechos; había que esperar 5 meses para las cosechas de alimentos básicos; gran disminución de la producción de algodón; café, y especialmente de ganado mayor y menor. Cuantiosas pérdidas en la (escasa) industria existente y el comercio; fuga de capitales.


En definitiva, la situación económico-social de la que partía Nicaragua era de una complejidad y dificultades enormes. Comenzaba otra etapa difícil de la revolución, para la que era imprescindible hacer acopio de la experiencia vivida ya por otros países y que mostraba que era necesario atender desde el inicio y día a día los aspectos económicos y políticos en su incidencia inmediata sin descuidar sus efectos en el largo plazo, uno de los puntos centrales de la transición a nuevas relaciones de producción.



HI: ¿Cuáles fueron los pilares del programa económico del sandinismo y cómo fue su aplicación?


GM: Un tema central es qué si bien por la modalidad de la lucha no existía experiencia gremial, política, organizativa, al triunfo la hegemonía popular era enorme. El FSLN tenía un enorme respaldo social; la derrota militar de la Guardia Nacional de Somoza significó que la única fuerza armada fuera la suya; el viejo Estado fue destruido y otro se debía construir; la burguesía no tenía iniciativa política. Una de sus primeras medidas fue la nacionalización de los bienes de la familia Somoza, la Guardia Nacional y sus allegados (entre 30 y 40% del PIB). Era entonces la realidad del Poder.


Entre otros elementos, el Programa del FSLN incluía la nacionalización del sector financiero; de los principales rubros de exportación y de la importación de abonos e insecticidas, y los recursos mineros.


De todas maneras, el FSLN demostró su capacidad, al integrar una Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN) con tres representantes suyos y dos de la burguesía.


Para enfrentar los problemas inmediatos, la JGRN aprobó un Plan de Emergencia, abordando los alimentos, la salud, la reorganización de los servicios públicos, como el transporte. El ingreso popular no se trató, como ha sido tradicional, mediante aumentos de salario sino, mucho más prudentemente, generando empleo; rebaja de alquileres urbanos y de la tierra, y creando empresas estatales para la comercialización de productos básicos.


El objetivo explícito fue estructurar la nueva economía con base en tres áreas: privada; estatal (Área de Propiedad del Pueblo -APP-, minoritaria en sectores básicos: agro e industria), y de propiedad mixta.


La conformación del nuevo Estado comenzó con la propia JGRN; una nueva Corte de Justicia; la idea de que los sectores populares lograran conducir y orientar el proceso cristalizó, por ejemplo, en la creación del Ministerio de Comercio Interior y, sobre todo, del Ministerio de Planificación, abocado a planificar la economía y no dejarla a los designios del mercado.


El primer Programa, “Reactivación Económica en Beneficio del Pueblo 1980” no buscaba cualquier “reactivación”, como lo indica su título. El segundo, recogiendo algunos problemas ya detectados en la economía: “Programa Económico de Austeridad y Eficiencia 1981”, y no hubo más programas. A mediados de 1981 se aprobó la ley de Reforma Agraria y el Programa Alimentario Nacional (PAN).


Los Programas 80 y 81 se dirigían a desarrollar una economía mixta, donde el Estado popular debería cumplir un papel preponderante. El APP debía funcionar como la “locomotora”, y los eslabones principales de la planificación se ubicaban en la producción material y en los movimientos financieros complementarios. Para 1981 se enfatizó en elevar la eficiencia y productividad del APP. Se preveía que la elección de Reagan en EE.UU. reforzaría el hostigamiento y desestabilización del proceso.


La evaluación de los dos años muestra que la reactivación de la economía se logró, pero de manera muy dispar. En los sectores materiales, la industria apenas se reactivó, y en el agro sólo hubo un desempeño aceptable en el café y pollos y huevos, con fuertes carencias de granos básicos. En general, la reactivación tuvo costos importantes, ya que exigió montos de crédito muy superiores a los previstos, afectando al sector financiero (no se atendió la recuperación del crédito); también las compras al exterior superaron lo previsto, aunque permitió atender el consumo ante insuficiencias internas.


El APP no logró su objetivo, presentando fuertes problemas de producción y productividad. En general, el desempleo disminuyó, pero hubo una explosión de empleos públicos y en el propio APP. Las decisiones estatales no se adoptaron con la premura y ejecutividad necesarias.


La Costa Atlántica fue siempre un problema. Distintas culturas y grupos étnicos marcaban problemas que, desde la zona central y Pacífico no se comprendían y dificultaban una convivencia en paz (incluso con oposición al FSLN).


La Reforma Agraria, más allá de las tierras expropiadas a Somoza y allegados, se fue desarrollando con muchos vaivenes. Inicialmente afectaba las propiedades superiores a 350 o 700 hás. (según la región). Es decir, era antioligárquica aunque no anticapitalista. Se entregaban a cooperativas de producción o de servicios, o en forma individual. Sin embargo, en 1984 el gobierno la suspendió, generando problemas con los campesinos. Pero a mediados de 1985 se retomó, disminuyendo los máximos anteriores a (32 y 70 hás); se privilegió la entrega individual y también se podía afectar tierras del APP. Fue sintomático que la consigna de la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG) fuera “Por mi tierra”. En términos productivos apenas alcanzaron niveles previos a 1979.


Por su parte, el PAN pasó prácticamente desapercibido.


Una evaluación general de los dos primeros años se resume así: el FSLN tuvo una gran hegemonía política, que no logró extender al área de la economía.


En un breve Apéndice a 1990, luego de la derrota electoral del FSLN, se analiza –y confirma- esta situación.



HI: Pensando la actualidad latinoamericana, ¿qué elementos podemos rescatar de la experiencia de ese primer sandinismo para pensar nuestra acción política hoy?



GM: Analizando desde los intereses del movimiento popular, la actualidad latinoamericana muestra un retroceso en relación a un par de décadas atrás. Entre varias tareas, destacan entonces el análisis y sistematización de experiencias; aprender y sembrar para el futuro.


Iniciamos el libro señalando: “La construcción del socialismo es la tarea más importante a que están abocados los pueblos del mundo”. Surge de aquí que es clave analizar estos procesos, y desde el inicio destacar dos aspectos. Uno refiere a que la mayoría de los problemas presentados a los pueblos que lo intentan son muy similares, declaren que su objetivo es el socialismo o una sociedad orientada por los intereses populares.


El otro es metodológico: es indispensable sustentar en las realidades concretas los debates sobre esa “tarea más importante” y, sólo después, pasar a otros niveles de abstracción y de teoría. Es usual invertir los términos, y de entrada aplicar conclusiones a un proceso determinado a partir de “leyes de manual”; lo creemos erróneo. Es por eso que la primera parte del libro analiza los hechos y, en la segunda, algunos problemas más generales que se deducen y debaten.


Nuestra experiencia de la realidad nicaragüense en esos dos años señala varios de esos “problemas presentados (…) que son similares” y que, además, encuentran referencias claras en otros procesos históricos en el mundo; a los que en el libro nos referimos. Esquemáticamente:


1) La complejidad inherente a la construcción de un nuevo Estado y su papel en el proceso pautaron desde el inicio las dificultades. Pero muchas de éstas derivaron de decisiones adoptadas (o su ausencia) o de su dispersión (incluso “feudalismo”); falta de coordinación. El dominio del aparato estatal; la adopción de una línea común; su disciplina y eficiencia; fueron objetivos no logrados.


2) Los problemas de la planificación derivan del punto anterior. La construcción de una dirección económica, que centralice decisiones y actividades (sin burocratizarse) no se logró plenamente.


3) Las formas a impulsar en torno a la organización del proceso de trabajo constituyen la clave, el corazón de los procesos económicos y políticos de la sociedad. No sólo es objetivo a largo plazo, sino que su incidencia también es inmediata, como por ejemplo en los enfoques y medidas en el agro o, más en general, en la productividad.


4) Una economía mixta aporta elementos propios al análisis de los excedentes; en Nicaragua el grueso de los mismos seguía generándose en la actividad privada, y disminuyeron.


No hubo un incremento en el consumo de la población, y el gran factor de absorción del excedente fue el Estado que, además, lo destinó a gasto corriente. Sólo quedó la alternativa recurrir al endeudamiento externo, que tuvo un fuerte incremento.


5) La productividad es uno de los temas claves para el desarrollo y, además, en una transición se ve muy afectado por su dinámica y los cambios en la sociedad. En el período y afectada por un conjunto de elementos, su deterioro general fue elevado, con grandes diferencias según los sectores.


Es necesario separar entre productividad individual y social; cada una responde a situaciones, lógicas, y medidas de política económica distintas. La primera es responsable del desarrollo a más largo plazo; la segunda cumple un papel fundamental en la primera etapa de una transición, al racionalizar un aparato económico plagado por un desperdicio de recursos de todo tipo.


6) Por lo general, en estos procesos se trata la relación entre el campo y la ciudad desde el punto de vista político, es decir, la necesaria unidad de los trabajadores. Pero por detrás de ella hay una problemática económica de relaciones de precio; insumos, equipos y producción; relaciones financieras y de circulación de productos, por ejemplo. Integrar los aspectos es esencial, y permite orientar mejor el objetivo de desarrollar formas más cooperadas del trabajo.


En cuanto al valor de cambio, es decir los precios relativos y otras transferencias, el agro sufrió un deterioro significativo. Desde el valor de uso (equipos, insumos, etc.) que permitieran un mejor aprovechamiento del suelo, mejoras en la productividad del trabajo y el estímulo a formas asociativas, no existieron políticas en tal sentido.


7) Es imprescindible el vínculo con la burguesía: carriles económicos y políticos; acuerdo de precios, producción, excedentes, etc. En la economía mixta prevista, la burguesía debía encontrar oportunidades de participación.


Sin crear falsas ilusiones, lo real es que la política aplicada no abrió espacios, y en lo económico generó condiciones insuficientes que permitieran operar con la lógica de los distintos sectores de una economía mixta.


8) La participación popular es uno de los temas más polémicos. Se entremezclan aquí temas de eficiencia productiva; de la necesidad de un “mando único”; de productividad; de “no perder tiempo con reuniones”; resistencia a dar información y discutir; de educación; etc.


El análisis de los procesos muestra que, en realidad, siempre hubo más tiempo del que se admitía para tomar las decisiones económicas, y muchos menos argumentos que los esgrimidos para no considerar distintas alternativas y abrir la discusión hacia sectores más amplios.


En general, en el período la participación fue amplia y en varias áreas (alfabetización; campañas de prensa; cultura). En muchos centros productivos, en el primer año se impulsaron Asambleas de Reactivación Productiva.


La participación de los trabajadores en todas las instancias del proceso de producción y, a partir de allí, en toda la sociedad, permitirá entonces su formación y educación.


Recordemos la afirmación de Marx de que “La sociedad no encontrará su equilibrio hasta que no gire alrededor del sol del trabajo”.

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