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  • Hemisferio Izquierdo

Editorial. Desaparecer en Uruguay: trata y explotación sexual de mujeres*


Ilustración: Matías Larrama

En nuestro país, la trata y explotación sexual comercial de mujeres y niñas es un fenómeno que ha sabido reconfigurarse a lo largo del tiempo en función de la creciente demanda de cuerpos de mujeres para el lucrativo negocio del sexo. Comienza a principios del siglo pasado, con la formación de las primeras redes de tratantes que traficaban mujeres desde Europa hacia nuestro país y el Río de la Plata, y continúa años más tarde con nuevos contingentes de mujeres trasladados inversamente al viejo continente mediante engaños y promesas de mejoras económicas para terminar siendo explotadas sexualmente, sin documentos ni posibilidades de escapar. En la actualidad, un gran número de inmigrantes, esta vez latinoamericanas (1), hace de nuestro país un lugar de origen, tránsito y destino de la trata de personas para la explotación sexual comercial.

Las mujeres migrantes deben también soportar la carga xenófoba, misógina y clasista de las complejas representaciones sociales que en torno a los grupos de migrantes nuestra sociedad elabora. Pero también son mujeres uruguayas, jóvenes y fundamentalmente pobres las que son víctimas de trata y explotación sexual, y no por ello el tema conmueve más. Las gurisas que desaparecen en nuestros barrios como si hubieran sido tragadas por la tierra, los prostíbulos donde coexiste prostitución legal y trata, la multiplicación de estos establecimientos como “resultado” del impacto social de los megaemprendimientos en zonas urbanas y rurales, son tan solo algunos de los escenarios que dejan miles de mujeres pobres tratadas y explotadas sexualmente al servicio de la satisfacción masculina. Porque a pesar de las formas concretas que adopta, este fenómeno es también una configuración siniestra de la desigualdad de género, clase y raza que se sostiene en el desarrollo del propio capitalismo y refuerza el lugar simbólico y material de la mujer en la sociedad patriarcal, pero sobre todo la masculinidad hegemónica: uno de sus soportes fundamentales.

Para que la trata fuera posible en los 90´ se necesitaba, igual que ahora, la connivencia de los diversos agentes del Estado así como de la sociedad civil. Allí donde las implicancias y complicidades de actores relevantes y de organismos estatales son innegables, el “secreto a voces” se vuelve su correlato social como parte de la tolerancia del uso comercial del cuerpo de las mujeres. Hasta que de pronto oímos la noticia de la casita del Parque en Paysandú, o el caso del connotado empresario de Punta del Este que explotaba sexualmente a una adolescente traída de Cerro Largo (caso reconocido de trata interna), o nos enteramos del desmantelamiento de una red de trata detrás de un certamen de belleza en Punta del Este, o aquel caso en el que un grupo de guardas de Cutcsa en la terminal del Cerro explotaba sexualmente a menores y las filmaba. Todos estos casos han ocupado un lugar en los medios como otrora fue el juicio de Milán (2), destapando la olla mediática y dejando escapar un sórdido y breve vapor que nos conmueve y horroriza, pero que difícilmente se traduce en acción política y sociedad organizada contra un problema de escala y magnitud inmensas.

La contraparte es la escasa visibilidad del tema que comienza con la deficiencia de datos oficiales, hasta su ausencia a nivel de agendas políticas. Imposible entonces que no se traduzca en una invisibilización generalizada junto a la sensación de que esto acá no pasa. En el caso de las gurisas desaparecidas, si tenemos en cuenta que muchas de estas desapariciones no son investigadas (por dificultades de acceso a la justicia, desconocimiento de protocolos, falta de recursos para contratación de abogados, trámites eternos, carencia de personal especializado, involucramiento de comisarías y organismos públicos, etc), esta sensación se incrementa. Cada gurisa desaparecida nos pone frente a frente no sólo a los prejuicios sociales en torno a las mujeres jóvenes y pobres (lo que posibilita su naturalización e indiferencia), sino a la incredulidad de que esto pase acá, en el paisito.

Entonces ¿por qué un sitio de debates estratégicos de izquierda se plantea el abordaje de este tema? Porque la trata y la explotación sexual de mujeres y niñas constituye una de las formas más extremas de violencia contra las mujeres, catalizada a su vez por un negocio de características mundiales y millonarias (el tercero en movimiento de capitales) en el desarrollo del capitalismo global, que en este caso se vale de la comercialización del cuerpo de mujeres, niños, niñas y cuerpos feminizados, y que tiene como eje pilares simbólicos que atraviesan a todas las representaciones sociales sobre las mujeres y su sexualidad.

Como en casi todo, el género establece qué cuerpos son para consumo, y el capitalismo a través de la Industria del sexo mercantiliza esta diferencia construida previamente. Lo que por status patriarcal ya estaba denigrado, se ordena y dispone para la venta, tanto en sus formas legales como en su variante ilegal de la trata y explotación. Esto explica de algún modo el nivel de tolerancia social hacia la mercantilización de la sexualidad femenina, ofrecida al mercado para satisfacer el deseo de la masculinidad hegemónica. Explotación económica y opresión sexual confluyen en este fenómeno: racismo, sexismo y pobreza se articulan con fenómenos migratorios de mayor envergadura. Capitalismo y patriarcado sientan aquí una alianza millonaria.

Comprender las formas de violencia que recaen sobre las mujeres también conduce a pensar estrategias preventivas y de combate que no pasen exclusivamente por lo institucional (que generalmente se muestra insuficiente), sino también abre la posibilidad de tender el puente hacia estrategias colectivas para combatir el fenómeno, no sólo para mitigarlo, sino fundamentalmente, para acabar con aquello en lo que radica.

Nos preguntamos por qué conocemos tan poco sobre este tema con implicancias múltiples y que tienen al Estado en la mira por omisión o responsabilidad directa, muchas veces con comisarías, Intendencias, personalidades públicas y políticas implicadas (y hasta jugadores de fútbol en la vecina orilla), además de las empresas privadas (como la agencia de viajes Jorge Martínez que facilitaba pasajes a Italia en los 90´). Complicidad estatal e impunidad de los responsables es otro soporte fundamental sobre el que descansa este fenómeno.

Es curioso que aún hoy, cuando la violencia contra las mujeres está en una etapa de reconocimiento y visibilización, la trata y la explotación sexual sigue sin conformar agenda decidida en nuestra izquierda y en el movimiento feminista y de mujeres. Por ello esta separata pretende ser un aporte en la comprensión de un fenómeno complejo y que requiere un abordaje cuidadoso (los organismos especializados recomiendan no ser un canal de acción sino solicitar ayuda por la magnitud de las redes y su peligrosidad), acciones de prevención y cuidado, pero sobre todo requiere seguir pensando cómo transitar hacia el derrumbe de los pilares que la posibilitan y que están en la propia imbricación entre capitalismo y patriarcado.

* La siguiente separata fue elaborada conjuntamente con Eva Taberne. Agradecemos a ella su generosidad y compromiso.

Notas:

1. Según Inmujeres, el 80% de las mujeres atendidas por trata en nuestro país son extranjeras, provenientes en su mayoría de República Dominicana, lo cual agrega una dimensión racial al fenómeno.

2. En 1992, se enjuicia en Milán a proxenetas uruguayos que traficaban mujeres a Italia para explotarlas sexualmente. Este juicio configura un punto de inflexión para la visibilización de su existencia como fenómeno (María Urruzola, El huevo de la serpiente)

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