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Gabriel Delacoste*

La lucha de clases en Uruguay: problemas no resueltos (parte 1)


Ilustración: Julio Castillo

"¿No sería conveniente que,

en el interés de la propaganda,

elaborásemos una lista

de los problemas para los que

aún no hemos encontrado solución?"

Señor K (1)

Se está volviendo un lugar común decir que vivimos en un momento político confuso, en el que no es evidente cual es el mejor camino para la izquierda. No es casual que las izquierdas en todo el mundo estén sufriendo transformaciones muy profundas, al mismo tiempo que se transforman las luchas sociales y los sujetos que sufren y cuestionan el orden capitalista. Uruguay no es ni puede ser excepción.

En situaciones de confusión, se hace necesario pensamiento teórico, no para aportar soluciones técnicas o para decir que hacer, sino para ofrecer posibles enmarques que permitan plantear los problemas que todavía no encontramos la forma de enfrentar. Este texto pretende ser una propuesta de líneas en las que es necesario profundizar en procesos de investigación y acción.

La primera hipótesis a plantear es que la lucha de clases es un marco desde el que vale la pena pensar. No porque este enfoque tenga un largo pedigree teórico, ni para quedar bien con alguna de las tribus de la izquierda, ni para hacernos los interesantes reivindicando algo fuera de moda, sino porque es analíticamente útil: lo que más determina la política son las relaciones sociales por las que la gente transita todos los días, y en particular las relacionadas con la producción.

El filósofo texano Rick Roderick decía que existe una forma sencilla de saber si alguien es de clase trabajadora: dejá de trabajar, y si te empiezan a pasar cosas horribles, sos de clase trabajadora. Así, la vida de las personas se juega en su salario, en las condiciones de su trabajo, en quiénes controlan las empresas, en cómo se administran los fondos jubilatorios, en qué herramientas de control existen en los lugares de trabajo, en quién hace el trabajo afectivo y de cuidados, en quién es dueño de la tierra urbana y rural, en cómo se organiza y qué hace el estado.

Hablar en términos de lucha de clases no quiere decir que sea el único marco desde el que pensar la lucha política, ni en que sea la única lucha que importe. Al contrario, es necesario ampliar el pensamiento sobre el capital y el trabajo de manera que los diferentes frentes de lucha en los que estos se encuentran y se enfrentan (entre sí y con otras fuerzas sociales y naturales) sean mutuamente inteligibles. No se trata de pensar qué lucha es más importante, sino de como lograr pensamientos más amplios y tráficos de saberes entre diferentes planos, sin intentar ni que una interpretación tenga el monopolio ni atomizarse en un pluralismo en el que cada una vaya por su carril sin meterse con las demás.

Este artículo, que se publicará en dos partes, desarrolla algunas conjeturas iniciales para pensar el problema de la lucha de clases en el Uruguay contemporáneo, dividido en algunos problemas o frentes que presentan problemas estratégicos no resueltos: la lucha de clases “propiamente dicha” (es decir, la lucha por el salario y la organización sindical); el dilema del progresismo; el emprendedurismo, la deuda y la inseguridad; la producción de vida; la producción intelectual; la lucha por la tierra; la reforma del estado; el imperialismo y el internacionalismo; y el problema del sujeto. En esta entrega, trataremos los primeros cuatro.

1. La lucha de clases “propiamente dicha”: salario y organización

Si la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, esta gráfica (2) que muestra la evolución del salario real entre 1968 y 2012 es una buena manera de ilustrar como la historia reciente del Uruguay es la historia reciente de la lucha de clases en Uruguay. Si miramos con atención, en las subidas y las bajas del salario de las últimas cinco décadas podemos ver mucho.

Vemos cómo el salario se desplomó durante la dictadura (1973-1985), mientras se perseguía a trabajadores y militantes y se liberalizaban las finanzas; repuntó con el retorno de los civiles al gobierno, mientras también retornaban la movilización, la organización popular legal y la negociación colectiva; y se mantuvo estancado durante los 90, que fueron tiempos de ajustes del presupuesto estatal, intentos de privatización (evitados por plebiscitos impulsados por los trabajadores del estado), desregulación y desempleo cercano al 10%. La crisis de 2002 fue la culminación de este proceso de apertura, desregulación y priorización del sector financiero, crisis que fue absorbida por la clase trabajadora, que volvió a ver desplomarse su salario. En cada uno de estos momentos, la clase trabajadora y sus organizaciones tuvieron un rol de resistencia y de propuesta que tuvo efectos importantes en el rumbo de la política y la economía nacionales.

Con la llegada del Frente Amplio al gobierno, que fue en parte fruto de estas luchas, se reinstauró la negociación colectiva y se expandió a nuevos sectores, el desempleo bajó y se mantuvo relativamente bajo (aunque ya no en los mínimos históricos), se cuadruplicó la afiliación sindical (con gran crecimiento de sindicatos como el SUNCA y FUECYS, y la creación de organizaciones del trabajo doméstico y rural), aumentó considerablemente la cobertura de la seguridad social y de salud, más el presupuesto de la educación, y se desplegó una inédita batería de políticas sociales.

Mientras, se aprobaron leyes que simplificaron los reclamos de trabajadores a empresas abusivas, consagraron el derecho a las licencias especiales (por estudio, paternidad, duelo), limitaron la jornada laboral en el medio rural, hicieron a las empresas responsables por la afiliación a la seguridad social de los empleados de sus subcontratistas, y penalmente responsables en caso de accidentes laborales (3). Estas transformaciones mejoraron sustancialmente las condiciones de vida de buena parte de la clase trabajadora, y es este el progreso que puede verse con claridad en la gráfica a partir de la segunda mitad de la década del 2000.

La lucha de clases no puede verse solo en gráficas, la vemos en las noticias, en la forma como nosotros mismos nos relacionamos con nuestro trabajo y el trabajo de otros, en qué productos podemos comprar, en para qué tenemos tiempo, en qué nos gusta, en quién tiene poder sobre nosotros y sobre quién tenemos poder. Todo eso no necesita de gráficas, y aunque el pensamiento ayude, se puede ver a simple vista.

Así, las luchas políticas, las expansiones y los retrocesos de la organización de la clase trabajadora, las burbujas del capital financiero y la represión aparecen a través de una pregunta que podemos hacer a cualquier decisión política, cualquier movilización, cualquier reforma, cualquier uso de la violencia: ¿esto pone más o menos plata en el bolsillo de cada trabajador a fin de mes?

Capitalistas y trabajadores se relacionan de maneras distintas en diferentes lugares, y no solo hay lucha de clases cuando el conflicto se desata, sino también en los mecanismos que se usan para evitar conflictos, en la disciplina que patrones imponen a empleados, en las formas como se organiza el trabajo, en las decisiones de inversión que toman los capitalistas (teniendo en cuenta, entre otras cosas, donde son más bajos los salarios), en el largo de la jornada laboral, la incorporación de tecnología para aumentar la productividad (que siempre es la productividad del trabajo de alguien) y las decisiones de contrataciones y despidos. En cada una de estas disputas, que a menudo se dan a niveles muy micro (pequeñas quejas y negociaciones, malestares, favores, perezas, advertencias, auditorías, amenazas) hay una lucha que nunca para, en la que patrones quieren más ganancias y trabajadores más salario y más libertad.

En otra escala, las organizaciones institucionales de las clases (sindicatos y cámaras), y las tendencias políticas al interior de cada una, dan un marco para la lucha de clases, para cuales son los conflictos y las alianzas que pueden darse. Si bien la traslación no es directa, el impacto de las relaciones de fuerza entre el capital y el trabajo, y sus organizaciones, se traslada a un sistema político donde, a grandes rasgos, la derecha tramita las demandas del capital y el Frente Amplio... entre otras cosas, las del trabajo.

El estado y el gobierno, así, median en la relación entre capital y trabajo, aunque esta mediación no es neutral. Es allí donde se definen la regulación y la desregulación del capital y del trabajo, la institucionalización o desinstitucionalización de la negociación colectiva, los presupuestos, las sanciones, las inspecciones, las estadísticas recolectadas, la construcción de burocracias como el MTSS o el BPS, la represión. En parte, esto se da a través de la mediación de los partidos políticos en la medida que representan intereses de clase, pero sobre todo, se da a través del ejercicio directo del poder de cada clase: el del trabajo, de organizarse (no solo en sindicatos, sino también en organizaciones locales, solidarias, cooperativas, medios alternativos), protestar y ejercer el derecho a huelga; y el del capital, de desinvertir, sobornar, cooptar, hacer propaganda a través de sus medios, provocar crisis económicas.

Es claro que la capacidad de presión del capital es superior a la del trabajo, y eso se refleja en que aún existiendo gobiernos de izquierda que incluyen en sus filas cuadros sindicales, sea el capital quien se impone las más de las veces, pero también es claro que si el trabajo desarrollara todo su potencial de organización y lucha, su victoria estaría asegurada, ya que es el trabajo y solo el trabajo el que tiene la capacidad de producir los bienes, servicios y cuidados que necesitamos para vivir. A una situación en la que esto ocurriera, y no fuera necesaria una clase capitalista que monopolice la propiedad de los medios de producción, podríamos llamarla socialismo.

Los vaivenes de la economía afectan esta lucha. Los momentos de crisis suelen ser aprovechados por el capital para imponer ajustes y reformas favorables a sus intereses (como muestra Naomi Klein en La doctrina shock), pero también desatan la creatividad popular y son momentos de irrupción de movilizaciones, nuevas formas de organizar y toma de conciencia. Las situaciones en las que el desempleo y la pobreza aumentan quitan poder de organizarse a la clase trabajadora, ya que la desesperación hace que quienes vivan de su trabajo acepten peores condiciones.

2. El dilema progresista

Este no fue el caso del Uruguay progresista, en el que la lucha de clases fue mayormente un juego de suma positiva. La premisa es que mientras haya crecimiento económico vamos a tener lo que repartir (sea por “goteo” como esperan los neoliberales, o por el espacio que el crecimiento abre para una distribución que no quite a nadie). Por eso, el crecimiento económico ha sido la principal prioridad, crecimiento que necesita que los capitalistas inviertan. El problema es que los capitalistas exigen, o bien enormes beneficios (impositivos, legales, garantías de ganancia, suscripción a tratados en los que el estado renuncia a parte de su soberanía, inversiones con dineros públicos que los favorezcan), o bien un ajuste que les reduzca los costos, especialmente del salario.

El movimiento de los “autoconvocados”, que apareció en enero de 2018 y ya ha logrado nuclear a prácticamente toda la clase capitalista uruguaya exige desregulación laboral (que darían más poder a los patrones), reducción del gasto del estado (que recortaría políticas sociales y servicios públicos) y devaluación (que reduciría el poder de compra de los salarios) bajo la bandera de la competitividad, que al final del día significa que Uruguay ceda a los intereses capitalistas tanto o más que los otros países donde estos podrían invertir. En un contexto en el que las clases trabajadoras de los países vecinos (y no solo) están siendo golpeadas, estos golpes dan fuerza a la demanda de ajuste en Uruguay. La amenaza (porque muchas veces las “predicciones” de los voceros empresariales son en realidad amenazas) es clara: si no hay ajuste hay crisis.

Se trata entonces de un dilema: se necesita atraer a los inversores para lograr crecimiento y aumentar los salarios, pero sin hacer lo que los inversores dicen que quieren, es decir, en última instancia, bajar los salarios. Para el progresismo, la idea de que no es posible lograr crecimiento e inversión sin ajustes ni flexibilización laboral es ideología neoliberal. Quizás el capital en realidad no tiene tantas opciones ni tanta movilidad como parece. O quizás es posible encontrar fórmulas que permitan continuar el aumento de los salarios que sean aceptables para patrones, como los ajustes por productividad (que implican una renuncia a que la lucha salarial sea redistributiva). O quizás si el país mantiene su buena reputación por sus reglas claras, su previsibilidad, su estabilidad macroeconómica y su buen manejo de la deuda, vamos a poder ser una isla de estabilidad que atraiga capitales asustados en un contexto de turbulencia. Y si todo falla, se le pueden dar grandes concesiones a una megainversión a cambio del par de puntos de PBI que podría aportar durante su construcción, que permita ganar tiempo mientras se desarrollan sectores de alta tecnología que nos permitan competir por productividad y no por el abaratamiento del trabajo.

El problema es que el capital no es solamente un factor de producción, que nos permite crear puestos de trabajo, mejorar nuestra capacidad productiva, lograr crecimiento económico o incorporar tecnología. Es un actor político con sus propias preferencias claras, que van directamente contra los intereses de la clase trabajadora y la izquierda. Y muchas veces, sus inversiones ni siquiera logran eso que el progresismo necesita de él.

El capital y sus agentes tienen la capacidad de infligir crisis económicas a quiénes no cumplan con sus demandas de ajuste (diciendo, no sin un poco de verdad, que esto se debe no a la maldad de nadie, sino a las fuerzas impersonales del mercado global). Si la crisis es soportada, es capaz de montar ofensivas mediáticas a la hora de las elecciones que dificulten la victoria progresista. Y aún si se ganaran las elecciones (y luego de ellas el progresismo intentara un ajuste moderado), Brasil muestra que el golpismo y la violencia no pasaron de moda si los mercados exigen aún más privatizaciones, reducciones de gasto público, desregulación del trabajo y reducción del salario.

El último par de años nos enseñó que cambios bruscos pueden suceder muy rápido, y posiciones de aparente fortaleza se pueden revelar pronto como de extrema fragilidad. Y que pueden darse de manera repentina retrocesos de derechos, represiones brutales y desplomes del nivel de vida popular.

Los cálculos que está haciendo en este momento el gobierno, el Frente Amplio y el movimiento sindical (aún con diferencias entre sí, y sus diversidades y disputas internas) son extremadamente complejos. Las cosas pueden parecer tranquilas, pero en este momento hay muchísimo en juego. No podemos ser frívolos con lo conquistado, no es apenas consumo o reformismo. Los accidentes que no sucedieron por la ley de responsabilidad penal empresarial, la chance de llegar a fin de mes que le dieron a muchos los aumentos salariales, las horas y los días de vida que conquistó la clase trabajadora con las 8 horas rurales y la mejora de la cobertura del sistema de salud son conquistas preciosas, fruto de la lucha y no de dádivas estatales o dirigenciales, conquistas a defender como a la vida, porque son la vida. La posibilidad de una vida digna, con las necesidades cubiertas, trabajando un tiempo razonable, con abundante ocio y servicios públicos de calidad, tiene potencia utópica y mueve políticamente.

Pero, ¿la demanda de la clase trabajadora se limita a que la línea que empezó a crecer en la gráfica a mediados de los 2000 crezca para siempre? ¿eso es posible? y de ser posible ¿es lo único a desear? ¿a cualquier precio político, social y ambiental? ¿y si se hiciera lo que el capital pide, y el escarmiento viniera igual? ¿hay un solo camino posible o existen varias opciones? ¿qué nos dicen sobre eso las luchas que se están dando?

3. Emprendedurismo, deuda e inseguridad

"No hemos terminado con el neoliberalismo"

P. Dardot y C. Laval(4)

Si bien la sindicalización y la seguridad social han avanzado, su cobertura está lejos de ser total. Si 400.000 asalariados están sindicalizados, ¿quiénes son los otros 600.000? Si el 80% cotiza en seguridad social ¿dónde está el otro 20%? Más aún, ¿cuáles son las diferencias entre los que están dentro y quiénes están fuera de esta fracción de la clase trabajadora relativamente protegida y organizada? ¿qué pasa si sumamos a esto las tercerizaciones, el trabajo freelance, el contrato por proyectos, las empresas unipersonales, los desocupados que ponen pequeños negocios, los zafrales?

La precariedad es un factor de heterogeneidad de la clase trabajadora, y no es apenas un resto que todavía no se logró cubrir, sino una lógica de trabajo que se encuentra en expansión en todo el mundo y que obedece a transformaciones en la organización de la producción y de las empresas, y a economías populares(5) que surgen allí donde se repliegan el estado y las grandes fábricas. Estas formas de trabajo generan una brecha importante en las experiencias de la clase trabajadora, donde “las 8 horas” y “llegar a fin de mes” no tienen ya los mismos significados, dificultando la construcción de organización común.

El emprendedurismo es uno de estos fenómenos. Implica la expansión de una ideología empresarial, pero sobre todo una serie de prácticas empresariales, sobre la clase trabajadora, transformando a un sector cada vez mayor en empresarios de sí mismos(6) que se piensan como capital humano, que debe competir y en el que se debe invertir, y que ya no son tratados como empleados por jefes, sino como proveedores por clientes. Este movimiento, impulsado por un inmenso mundo de consultoras, agencias, empresas de coaching, libros de autoayuda, gurúes de Youtube e incluso instituciones estatales, permite a las empresas transferir al trabajador una serie de costos y tareas, abaratando costos al capital, y forzando a cada vez más trabajadores al multiempleo.

Si esto en algún punto podría significar una emancipación de una fuerza de trabajo que puede venderse en un mercado más competitivo y con más opciones, hay que recordar que esto viene aparejado de un tremendo avance de los mecanismos de control y vigilancia, tanto de los trabajadores en las empresas como en la ciudad. Métricas de rendimiento, reestructuras permanentes, sistemas de premios y castigos, organización por proyectos o la expectativa de que siempre se va a estar presente en el trabajo gracias al smartphone forman parte de una serie de técnicas que permiten la vigilancia y el rankeo permanente de trabajadores, al mismo tiempo que la ciudad empieza a estar filmada por cámaras, el estado adquiere tecnología para pinchar las comunicaciones y las redes sociales almacenan, en bases de datos a las que accede cotidianamente el estado estadounidense, todos nuestros movimientos e interacciones personales.

La deuda es el principal mecanismo de control, tanto de los individuos como de los estados, por parte del capital. Especialmente en situaciones de crisis, cuando los acreedores pueden ejercer un enorme poder sobre los deudores, pero también en situaciones de normalidad, en las que hay que pagar prolijamente las cuotas, y para eso organizar prolijamente la vida, incorporando a la vida técnicas de gestión empresarial(7) y reduciendo las posibilidades de transformación. En Uruguay, un 48% de los hogares tienen alguna deuda, el 8,5% de los hogares tiene patrimonio negativo y el 10% de los hogares con deudas dedica más del 75% de sus ingresos al pago de cuotas8. El rol del endeudamiento en el control del capital sobre la clase trabajadora, y en la transferencia de ingresos de abajo hacia arriba, tiene que ser pensado como un problema central de la lucha de clases, en un contexto de financiarización de la economía e “inclusión financiera” (arma de doble filo que promueve la formalización pero también el poder de los bancos). En este sentido, la financiarización de la seguridad social, que hace que los ingresos de jubilados dependan de inversiones, es un tremendo avance del capital sobre la riqueza de la clase trabajadora y del estado, y el movimiento de los cincuentones contra las AFAPs es una buena señal de politización del tema.

La precariedad, la vigilancia, la deuda y el riesgo (ahora que las personas son empresas, deben tomar, o más bien están en, riesgos) configuran una situación de inseguridad, en la que no se sabe cuanto se va a ganar, si el trabajo que uno hace va a existir, si va a ser posible una jubilación, si se va a poder pagar la próxima cuota. Cuando hablamos de “inseguridad” solemos hablar de temas relacionados al delito, pero no se trata de temas tan distintos. La precarización de la clase trabajadora es precisamente lo que lanza a muchos jóvenes al delito, y el miedo a ese delito es usado como herramienta de control para vigilar, enrejar y privatizar al espacio público, perseguir a los jóvenes de clase trabajadora (y especialmente a quiénes no sean blancos), estigmatizar las protestas y la violencia desde abajo, recolectar datos y aumentar el tamaño del aparato represivo del estado, todas intervenciones favorables al capital en la lucha de clases. La inseguridad como miedo al delito es apenas una parte de un amplio mundo de inseguridades inherentes a la vida neoliberal, en la que nada está asegurado y es necesario luchar día a día por la supervivencia.

El neoliberalismo ejerce una tremenda fuerza centrífuga de atomización de la clase, de lo social y de lo público, pero el reverso de esto son nuevas (y viejas) formas de organización, de solidaridad y de irrupción de lo popular y de la multitud, que a pesar de que pueden ser leídos como fenómenos de clase, no siempre se expresan como tales. Comunidades de apoyo mutuo en los barrios, redes informales de solidaridad y de comercio, organizaciones como el Mercado Popular de Subsistencias, o colectivos (artísticos, cooperativos, de comunicación, piratas, políticos) que agrupan a sujetos neoliberales son diferentes intentos de reunir a los sujetos atomizados del neoliberalismo, que han sido protagónicos en las revueltas que hemos visto tanto en el primer como en el tercer mundo en los últimos años.

4. La producción de vida

"[L]a construcción de un nuevo orden patriarcal,

que hacía que las mujeres fueran sirvientas

de la fuerza de trabajo masculina,

fue de fundamental importancia

para el desarrollo del capitalismo"

S. Federici

En las fronteras de lo que se suele considerar trabajo está también el problema de su división sexual, y el lugar que en esa división le toca comúnmente a las mujeres. Las horas de trabajo de cuidados, de administración de lo doméstico, de producción de alimentos y de mantenimiento de los objetos de uso cotidiano son fundamentales para el sostenimiento de la vida humana, y normalmente no son pagos.

Esto redunda en una tremenda desigualdad entre hombres y mujeres a lo largo de la sociedad, desigualdad que se traduce en desiguales ingresos, libertad y tiempo libre(9), y que no se reduce a casos puntuales de discriminación o a un problema cultural, sino que implica toda una organización económica que explota de manera diferencial al trabajo de las mujeres, apoyado en una estructura de familia que fue históricamente la preferida por el estado y por la clase capitalista.

Silvia Federici(10) plantea que la formación del patriarcado en su forma actual se remonta a la crisis del régimen feudal a finales de la edad media, en la que la Iglesia junto con un capitalismo naciente desarrollaron una ofensiva disciplinadora en la que subordinó a las mujeres a los hombres, para que estos pasaran a ser trabajadores asalariados. Las investigaciones de José Pedro Barrán(11) cuentan una historia parecida para el caso uruguayo: la familia nuclear y el disciplinamiento del cuerpo fueron impuestos a sangre y fuego al mismo tiempo, y por impulso de las mismas fuerzas que terminaron de incorporar al Uruguay al capitalismo global durante finales del siglo XIX.

El marxismo por mucho tiempo descontó el trabajo doméstico de las mujeres como “reproducción de la fuerza de trabajo”, que se pagaba con el salario del varón que salía a trabajar. Pero la especificidad de este trabajo y su función en el capitalismo, tiene que ser tenido en cuenta por un pensamiento sobre la relación entre capital y trabajo, porque el hecho de que el capital no tenga que hacerse cargo del costo de un trabajo doméstico hiperexplotado, no pago y organizado a nivel de las familias no es en absoluto menor en términos de economía política. Los hombres (incluidos los de clase trabajadora) muchas veces han sido sostenedores de esta situación, que les da una posición de relativo privilegio, al mismo tiempo que sostiene un régimen capitalista en el que el trabajo asalariado (incluido el de esos hombres) es explotado por el capital. La defensa de esta situación de privilegio muchas veces llega a la violencia y a la muerte.

La lucha feminista, la politización de los afectos y la construcción de otro tipo de arreglos afectivos, sexuales, familiares y comunitarios, las reivindicaciones de la diversidad, la legitimación de las parejas homosexuales y de no vivir en pareja, desestabilizan al patriarcado y a su relación con el capitalismo, y también por eso deben ser tenidos en cuenta en un pensamiento sobre la lucha de clases. La proliferación de comisiones de género en los sindicatos y la expansión del pensamiento y la práctica feministas en general y en espacios de izquierda en particular es una muy buena señal en este sentido.

Estas transformaciones no siempre tienen el mismo sentido político, y no se dan sin dificultad. De hecho, la salida de las mujeres al mercado de trabajo, muchas veces más que emanciparlas, les impone una doble jornada laboral, y el fin del tabú de la separación de las parejas muchas veces deja a las mujeres solas en hogares monoparentales con cargas enormes de trabajo y mayor riesgo de caer en la pobreza.

Al mismo tiempo, el capital se adapta a estas transformaciones haciendo lo que mejor sabe: mercantilizar. El mercado y el estado comienzan a montar formas de cumplir las funciones de las relaciones patriarcales, creando sistemas estatales y regulaciones para los mercados de cuidados, mientras las multinacionales de la información extraen renta de servicios como Facebook, Tinder e Instagram, que regulan los afectos y las relaciones personales, mientras las industrias médica, alimentaria, de vestimenta, del espectáculo y del cuidado del cuerpo venden todo tipo de mercancías e ideas que formatean la vida humana.

La producción de la vida, o producción biopolítica(12), incorpora a los cuidados, los cuerpos, los afectos y las relaciones humanas en la producción capitalista, aumentando tremendamente el poder del capital sobre el trabajo y haciendo que cada vez más las personas nos relacionemos entre nosotras como si fuéramos agentes de mercado, compitiendo por sexo, atención y afectos, y saliendo a comprar cuidados en el mercado.

Esto tiene algunos efectos emancipatorios, ya que permite a muchas personas escapar de opresiones cotidianas al deseo sexual, a las sexualidades diferentes y de formas tradicionales de familia que implican muchas veces relaciones de poder insoportables. Pero a menudo esos efectos emancipatorios se concentran en quienes tienen recursos para comprar cuidados en el mercado (guarderías privadas, residencias para viejos, trabajo doméstico), lo que no solo reproduce relaciones de clase (el trabajo doméstico que se compra en el mercado lo hacen personas asalariadas), sino también de género, ya que estos empleos (muchas veces precarios y mal pagos) son normalmente ocupados por mujeres.

Como pensar la articulación entre la lucha de clases, la lucha feminista y la creación de nuevas formas de familia, de relaciones personales, de comunidad, en fin, formas de vida, es uno de los grandes desafíos del pensamiento y la práctica política contemporánea, que necesita entender que el trabajo no puede disputarle al capital si se encuentra internamente dividido en un sexo explotador y uno explotado, y que quizás el primer paso para que el trabajo pueda organizarse a sí mismo sin necesidad de un capital que lo explote, es aprender a gestionar de manera igualitaria la producción de su propia vida.

... Segunda parte en el número de mayo de Hemisferio Izquierdo

* Politólogo. Integrante de Entre (http://entre.uy/).

Notas:

(1) “Historias de almanaque”, Bertolt Brecht (Alianza Editorial, Madrid, 1993).

(2) Fuente: https://ladiaria.com.uy/articulo/2013/2/el-bosque-y-el-arbol/

(3) Ver “Las relaciones laborales en Uruguay. 10 años de cambio” (2014), del Instituto Cuesta Duarte del Pit-Cnt.

(4) “La nouvelle raison du monde. Essai sur la société néolibérale” (La Découverte, París, 2009).

(5) Sobre las economías populares ver “La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular” de Verónica Gago (Tinta Limón, Buenos Aires, 2013)

(6) Este concepto es trabajado por Michel Foucault en “El nacimiento de la Biopolítica”, disponible en https://monoskop.org/images/d/d2/Foucault_Michel_El_nacimiento_de_la_biopolitica.pdf

(7) Tema trabajado por Maurizio Lazzaratto en “The Making of the indebted man” (Semiotext(e), Los Angeles, 2012).

(8) Ver “Situación económico-financiera de los hogares uruguayos. Análisis a partir de la Encuesta Financiera de los Hogares Uruguayos (EFHU-2)”, de Zuleika Ferre, José Ignacio Rivero, Graciela Sanroman, Guillermo Santos. Disponible en http://oif.ccee.edu.uy/wp-content/uploads/2016/08/Documento-de-Trabajo-Situacion-economicio-finaciera.pdf

(9) Ver “Género, cuidados familiares y uso del tiempo” de Karina Batthyány, disponible en http://www.cienciassociales.edu.uy/wp-content/uploads/sites/3/2013/archivos/Karina%20Batthy%C3%A1ny%20G%C3%A9nero,%20cuidados%20familiares%20y%20uso%20del%20tiempo.pdf

(10) Ver “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria” (Tinta Limón, Buenos Aires, 2016), disponible en https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Caliban%20y%20la%20bruja-TdS.pdf

(11) Ver “Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Tomo 2: el disciplinamiento (1860-1920)” (Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1990).

(12) Ver “Imperio” de Hardt y Negri, disponible en http://www.infojur.ufsc.br/aires/arquivos/michael%20hardt%20-%20antonio%20negri%20-%20imperio.pdf

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