Ilustración: Mariana Escobar
pero te pido que ahora me dejes por una
buena vez
a mí, o a cualquiera de las nuestras,
barajar las cartas, proponer el juego,
adelantar la entrada y ocupar el primer
lugar,
así, de insolentes
así, de arrebatadas,
que nada de esta sucia pasión se hace sin estrategia
Fragmento de “Hojarasca”, Susy Shock
Este 8 de marzo comenzó con el ímpetu propio de una jornada de paro y movilización que nuevamente convocó cerca de 300.000 personas. El paro revitalizó el movimiento de mujeres y nos dejó pensando en cómo el feminismo irrumpe a nivel local e internacional y comienza a sedimentar un nuevo estado de cosas, tanto que es imposible eludir su irrupción: colectivos que surgen, encuentros de mujeres, espacios y comisiones de género que se multiplican, feminismo en las calles, en las casas y en las camas. Se reconocen violencias, se denuncian, se sale a calle tras cada nuevo feminicidio colectivizando el dolor y la pérdida en las ya conocidas Alertas Feministas. Se reconfiguran estrategias comunicativas, formas singulares de manifestarse, rituales, modos de hacer política novedosos.
Esta impronta vuelve al feminismo algo difícil de comprender para una izquierda acostumbrada a situar el debate en la clase y sus modos tradicionales de hacer política, sobre todo cuando éste interpela y reinventa una herramienta característica de la clase trabajadora: el paro. Y esto ocurre porque el feminismo es también una reconfiguración de la lucha de clases, y porque no es posible pensar el dominio de clases sin el dominio de género. Capitalismo y patriarcado están también imbricados.
Esta huelga de mujeres, trans, lesbianas y travas nos hace reconsiderar el sentido y alcance de la propia herramienta de lucha, no solo en cuanto a los sujetos sociales que la encarnan, sino que nos pone a imaginar qué significa parar y cuáles son nuestras limitaciones cuando las garantías sindicales para la instrumentación del paro no están dadas, o la informalidad de nuestro empleo no lo permite, así como cuando no es posible delegar a nadie las tareas de los cuidados, o cuando nuestra profesión está vinculada a los cuidados y parar supone dejar sin cuidados a aquellas que también cuidan.
Por su cualidad de transversalizar, el escenario del paro internacional de mujeres es así de variopinto, plantea diversidad de formas y las asambleas de mujeres habitan los barrios en reticulados para discutir la precarización de nuestra vida, la brecha salarial y feminización de la pobreza, la invisibilización del trabajo no remunerado, los feminicidios y travesticidios, la violencia contra los cuerpos e identidades feminizadas, los abusos desde el dispositivo familiar donde la impunidad y el silencio ha sido la norma. Las voces de las lesbianas y las trans, las discapacitadas, las travas, las afrodescendientes e indígenas, las presas y manicomializadas, las que venden su fuerza de trabajo al capitalista de turno, las que regalan su trabajo en los hogares bajo el pretexto del amor y la entrega incondicional, las desocupadas, las migrantes, las locas y las putas, las que están desaparecidas. Todas sin excepción, conformando el segmento heterogéneo de trabajadoras y oprimidas del mundo, como si la clase no estuviera encastrada, clavada en cada una de estas trayectorias signadas por violencias tan disímiles pero estructurales y estructurantes a la vez.
Por eso nos preguntamos cómo podemos organizar y potenciar la lucha de las mujeres en los distintos lugares de trabajo y barrios en los que las mujeres habitamos, así como las estrategias y las particularidades que plantea llevar adelante una huelga de mujeres, lesbianas y trans en nuestro país, la posibilidad de unificar los diferentes feminismos en torno a un conjunto de elementos políticos, la dimensión internacional del paro y su lugar ambiguo, siempre en territorio de frontera con la propia izquierda.
Su masividad como fenómeno comienza a plantear la necesidad de ser pensado en términos estratégicos, así como la posibilidad de articularse con otros actores, y es por ello que también despliega tensiones, primero entre los diferentes feminismos nativos, sus distintas concepciones y las dificultades de articularse entre sí; y segundo, las tensiones respecto a la propia izquierda y su expresión organizada en lo sindical en tanto se resiste al apoyo de sus manifestaciones. ¿Acaso las feministas nos olvidamos de las mujeres trabajadoras? Parece que cuando decimos feminismo no estamos diciendo clase, raza ni etnia, y en esto radica una cuota de verdad. El feminismo racializado y decolonial se ha ocupado de llamarnos la atención de estas omisiones, así como la lucha de las mujeres trabajadoras, las desocupadas de la Spezia y Fripur, las mujeres de los barrios más pobres reclaman también al feminismo su atención: más clase, más raza, más etnia.
No obstante, el trabajo en los barrios con las mujeres más precarizadas y a la interna de nuestros sindicatos es algo cada vez mayor y demuestra la existencia de un feminismo popular, que crece desde abajo, consciente de la necesidad de cambiarlo todo, pues sobre las mujeres recae la precarización de la vida de forma más aguda. El género constituye una forma de la clase y es tal vez por esto que la clase se manifiesta a través del feminismo, porque la precarización de la vida ocurre de forma más aguda en su fracción femenina y feminizada, solo es preciso mirar los índices de desocupación por género, la composición de la brecha salarial, las arduas jornadas impagas de las mujeres en su “trabajo doméstico” y las muertes que nos arrebatan mujeres y más mujeres solo por el hecho de serlo. El capitalismo explota con mayor vehemencia a las fracciones más discriminadas de su clase trabajadora: mujeres, afrodescendientes, trans.
Aún así, persiste la sensación de que nos alejamos de las verdaderas tareas hacia el socialismo en la necesidad de escrutarnos para ponerlo al servicio de la sociedad del futuro que está allá lejos, con las relaciones sociales que la posibiliten, pero empezó aquí y hoy, también en nuestra izquierda como un alfiler molesto que la apura a dar pasos agigantados a lo desconocido y forzar el paradigma, pues en las nuevas hipótesis estratégicas deben estar alojadas también las preocupaciones de cómo articulamos actores, movimientos y escenarios de cambio social. Las violencias machistas y misóginas, así como los dispositivos disciplinares y correctivos sociales a los que la izquierda no es ajena, muestran también que el feminismo es una necesidad. Para muestra, basta con preguntarnos qué lugar le concedemos en nuestras organizaciones a lo no heteronormado, a lo disidente, al cuestionamiento de nuestras prácticas cotidianas, nuestras masculinidades, como si todo esto no fuera pasible también de ser politizado.
En nuestro número de marzo procuramos dar cuenta de algunos de los contenidos y debates más importantes de este heterogéneo movimiento que ha llegado (una vez más) para cambiarlo todo, para politizarlo todo, para darlo vuelta todo. Y eso es una revolución.