Hemisferio Izquierdo (HI): ¿Qué balance puede realizar del escenario político argentino en estos primeros dos años del gobierno de Mauricio Macri?
Andrés Tzeiman (AT): En primer lugar debemos decir que es muy difícil evitar, por el carácter reciente de las elecciones legislativas, no hacer un balance que mire estos dos años tan solo en función de los resultados electorales del 22 de octubre de 2017. Porque de esa manera, nos quedaríamos con esa “foto” y el balance sería, sin matices, muy positivo para el gobierno y los sectores dominantes. Por supuesto, la victoria electoral no resulta un aspecto menor y dicho balance tampoco resulta equivocado. En definitiva, concretamente, luego del proceso de fuerte redistribución regresiva del ingreso implementado fundamentalmente durante 2016, Cambiemos convalida su legitimidad por la vía electoral, ganando en 13 de los 24 distritos nacionales, triunfando en las circunscripciones principales (Córdoba, Mendoza, CABA, Santa Fe y Provincia de Buenos Aires -PBA-) y derrotando en la propia PBA nada menos que a la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la categoría de Senadores Nacionales.
Pero para complementar esa mirada “fotográfica”, y observar más bien el proceso de estos dos años que van de diciembre de 2015 a la fecha, debemos recordar que el 2016 no fue un año sencillo para el gobierno. Éste debió afrontar un gran descontento social que se expresó en movilizaciones de masas contundentes a lo largo del año, que tuvieron un clímax en las concentraciones multitudinarias llevadas a cabo durante todo el mes de marzo de 2017, y cuyo desenlace se consumó en el paro general de la CGT del día 6 de abril del mismo año. Todo eso en el marco de un primer año de gobierno que cerró con una inflación del 41% (muy superior a la de 2015, de un 24%), un consumo a la baja, sin la “lluvia de inversiones” que el gobierno había prometido, con un aumento del déficit fiscal y un descenso en el nivel de actividad económica. Además, fue un año marcado por despidos y suspensiones en el ámbito privado y por un descenso en el poder adquisitivo del salario tras la devaluación de la moneda operada en diciembre de 2015 al momento de la unificación del tipo de cambio y de la eliminación de las restricciones cambiarias.
En ese sentido, haciendo un balance más justo que aquel que se puede hacer estrictamente en retrospectiva (es decir, ya con los resultados electorales en nuestras manos), creo que para dar cuenta del proceso político en su conjunto debemos registrar un quiebre en la política del gobierno después de las movilizaciones de marzo de 2017 y aquel paro del 6 de abril, donde a partir de allí el oficialismo decide jugar “a todo o nada” y radicalizar sus posicionamientos en diversas áreas de cara a la contienda legislativa. O sea, decide abandonar su faceta más “dialoguista” con sindicatos y movimientos sociales y avanzar en una perspectiva de mayor confrontación, redoblando sus interpelaciones antidemocráticas hacia la sociedad y apoyándose a su vez en su perfil más auténtico. Una muestra de ello fue la convocatoria (supuestamente “espontánea” en las redes sociales, pero alentada por la Casa Rosada y por los multimedios comunicacionales) a la movilización del 1 de abril a Plaza de Mayo “en defensa de la democracia” (rememorando el estilo de los “cacerolazos” de septiembre y noviembre de 2012). En la medida en que la CGT no profundizó el plan de lucha del 6 de abril, y que la lucha social de 2016 y comienzos del 2017 mostró un claro declive en los meses posteriores al paro, el gobierno endureció sus posturas políticas en la campaña electoral al mismo tiempo que obró con pragmatismo en materia económica para no profundizar en un año de elecciones la potente redistribución regresiva del ingreso operada el año anterior.
En síntesis, el gobierno llega a las elecciones legislativas de 2017 con posicionamientos mucho más fieles a sus convicciones político-ideológicas, habiendo descargado en 2016 lo más fuerte de su plan económico para los primeros dos años, y sin movilizaciones populares en las calles que pusieran en el centro del debate público el modelo económico de Cambiemos. Así, de forma previa a las elecciones el oficialismo pudo colocar en el primer plano del debate político los siguientes tópicos: 1) los casos de corrupción del gobierno anterior (con eje en el desafuero al ex Ministro de Planificación Julio De Vido en el mes previo a las elecciones primarias de agosto); 2) la “lucha contra las mafias” (sindicales, nunca empresarias, judiciales o políticas) que implicó la detención del sindicalista del rubro de la construcción Juan Pablo “Pata” Medina; 3) la “sintonía fina” entre patronales y gobierno en el Coloquio empresario de IDEA; y 4) la oleada de autoritarismo micro y macro social puesto en juego por el caso de la desaparición del joven Santiago Maldonado (vale aclarar: aun cuando el gobierno se sintió incómodo con la irrupción de este caso en medio de la campaña electoral, pudo aprovecharlo para interpelar a la sociedad con núcleos de sentido autoritarios y antidemocráticos).
En todo ese escenario político, económico y social es que el gobierno llega a las elecciones legislativas tanto de agosto como de octubre. En las cuales, como señaló Mario Wainfeld (periodista del diario Página12), Cambiemos ganó “por donde se lo mire”. Esto lo coloca en una situación muy favorable para avanzar con medidas económicas más profundas en su proyecto de reestructuración societal.
HI: ¿Qué perspectivas ve para el 2018? ¿Cuáles son las principales tareas y desafíos a enfrentar por los actores políticos de las izquierdas en el país?
AT: El 2018 se perfila con mayores posibilidades de asemejarse al 2016 que al 2017, fundamentalmente en el sentido de la confrontación social que se viene. Pero con una salvedad, muy importante. Luego de aplicar un plan económico de redistribución regresiva del ingreso durante sus primeros dos años de gestión, el gobierno ha conseguido una convalidación electoral de envergadura. Por lo tanto, se siente respaldado para avanzar de un modo mucho más potente con su plan de reestructuración societal. Entonces, todo indica que los sectores populares no van a aceptar sin más estos avances. Incluso, el gobierno ya ha adelantado desde las autoridades del Banco Central una meta inflacionaria muy baja, que difícilmente pueda ser cumplida, como ha sucedido también en 2017. Es decir, que eso ya coloca un techo también muy bajo a las paritarias, el cual seguramente resultará un impulso para la lucha social.
En consecuencia, me imagino un 2018 muy conflictivo. Con mucha pelea en las calles, y con ciertos riesgos que se desprenden de un gobierno que después de los signos autoritarios demostrados tras las movilizaciones de marzo de 2017, parece mucho más decidido a no tolerar aquello que sus principales espadas políticas interpretan como “amenazas a la gobernabilidad” (me refiero, por supuesto, a la organización y movilización popular). En esa clave, son muy preocupantes las noticias que ya circulan (en diarios como La Nación) acerca de la intención del Ministro de Defensa, Oscar Aguad, de hacer intervenir a las Fuerzas Armadas en materia de seguridad interior. No debemos alarmarnos tempranamente, pero sí estas señales nos dan la pauta de cuál es el horizonte al que se dirige el actual gobierno.
En consonancia con ello, creo que de cara a 2018 la principal tarea a enfrentar por los actores políticos de las izquierdas es avanzar en la construcción de marcos fuertes de “unidad en la acción”. Es decir, en el establecimiento de ejes programáticos de resistencia para enfrentar las políticas que se vienen en esta profundización del modelo macrista. Hasta aquí el Parlamento (y en general, el sistema político) ha demostrado mucha sintonía con el sostenimiento de la gobernabilidad demandada por el gobierno y las clases dominantes. Esa parsimonia solo ha sido quebrada cuando se han desarrollado vigorosas movilizaciones de masas que pusieron en cuestión esa armonía en la dinámica interna del Parlamento. En esa línea, la única posibilidad de ponerle un freno al gobierno será con demostraciones de fuerzas en la calles, con carácter de masas, algo que solo es factible si se conforman, como decía antes, marcos fuertes de “unidad en la acción”. Ese nivel de unidad, y su expresión en las calles, marcará según mi modo de ver, el nivel de avances que consiga (o no) el gobierno en 2018.
* Politólogo y docente de la UBA. Autor del libro recientemente publicado: Radiografía política del macrismo. La derecha argentina: entre la nación excluyente y el desafío democrático (Buenos AIres, Editorial Caterva, agosto 2017).