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Hemisferio Izquierdo

La izquierda al diván


Ilustración: Federico Murro

“Dime espejito mágico, ¿hay alguien más de izquierdas que yo en el reino?”

Belén Gopegui

Hace unos años, el semanario Brecha publicaba durante algunos números un especial temático denominado ¿Y la izquierda qué?, donde se proponía desplazar el foco hacia la propia izquierda, repensarla, interpelarla. Recuperando ese espíritu pensamos nuestro décimo séptimo número: la izquierda al diván.


Se ha dicho que por lo general la izquierda se caracteriza por una modesta capacidad de victoria, junto con una fuerte y poco justificada suficiencia moral e intelectual, y que la receta política a aplicar acostumbra ser doble dosis de ella misma (“las cosas no caminan porque no somos los suficientes”[1]. Es así que el repensarnos, problematizar en torno a nuestra propia práctica, no nos es habitual. Los problemas y las dificultades suelen estar afuera, ya sea en la acción de los otros o en las condiciones generales donde nos toca hacer política. Pero, ¿y la izquierda qué?


No nos interesa volver a la pregunta repetida de ¿qué es ser de izquierda? Zanjemos eso diciendo vagamente que entenderemos por izquierda las múltiples formas del ser político del pueblo trabajador, orgánico u inorgánico, más o menos sofisticado y desarrollado, que empuja y propone múltiples transformaciones progresivas en las condiciones sociales imperantes. Pueblo trabajador que si bien tiene solo su propio trabajo como base de su existencia, asume diversas formas políticas e identitarias a partir de las múltiples opresiones que se entrecruzan en nuestro tiempo.


En la casi infinita diversidad del mundo de las izquierdas, podemos identificar, a riesgo de simplificar, grandes trazos que nos ordenen. A partir de la recuperación democrática en clave liberal que sucede al período dictatorial, es posible identificar una bifurcación que se va acentuando con el tiempo entre una izquierda que paulatinamente va aceptando y se va incorporando a los marcos políticos del liberalismo triunfante y otra que no, y va quedando relegada a una actividad secundaria y testimonial. La primera fue pagando su aceptación general con su propio desdibujamiento y renuncias ideológicas, la segunda con su marginalidad. El común denominador de esta doble deriva es a su vez dual, por un lado, la debilidad del sujeto y de la clase, por el otro, las sucesivas victorias del capital.


Nos interesa pensar la/s izquierda/s en torno a la noción de derrota y fragilidad de la clase obrera, entendida ésta en un sentido amplio y lejos del estereotipo, como ese grupo de individuos cuya determinación social no les deja otra forma de sobrevivencia que la venta de su capacidad de trabajar. No es menor esta puntualización. En un ambiente (saturado de politología liberal) donde se suele pensar la izquierda únicamente como un conjunto de elecciones de un menú (“igualdad por sobre libertad”, “estado por sobre mercado”), recuperar el anclaje material del antagonismo social resulta una vieja novedad.


La expresión política de la clase obrera, la izquierda, no está condenada a ser la pata subalterna de una alianza policlasista, o un animal folclórico del estrecho corral simbólico del margen izquierdo del tablero político. Entre la gestión sin horizontes claros de transformación y la acción desesperada y aislacionista, hay un camino para transitar y acumular.


Al igual que Daniel Bensaid, creemos que "La política no es la "gestión de lo posible", sino el arte de crear una posibilidad antes inadvertida”. Intuimos en Uruguay nuevos gérmenes de politización, que parecen venir de un viejo actor de la política uruguaya, una especie de “izquierda social”, hoy con fuerte impronta juvenil, donde se destaca el feminismo, con su potencia impugnadora y las tensiones que desata, incluso dentro del propio campo popular. Pero se puede identificar también las luchas contra el “extractivismo”, contra el avance de la punición adolescente con el No a la Baja, por la diversidad, la lucha sindical, sobre todo en torno a conflictos específicos. Hay allí un universo político que trasciende las actuales orgánicas de la izquierda y que parece llevar ventaja en dinamismo y capacidad de impugnación del sustrato más profundo del Uruguay post-dictadura. Si bien por su propia condición de “social” opera desde demandas parciales y tiene dificultades para articular las diferentes dimensiones que se interrelacionan y dan sentido a los problemas del Uruguay, por el momento parece el espacio con mayor potencia.


La propuesta entonces es pensarnos, acometer la crítica y la autocrítica sin concesiones de lo que somos y hemos construido con lo que teníamos a mano. Darnos tiempos y espacios para dudar y repensarlo todo, incluso y sobre todo a nosotros mismos.


¿Qué vicios y errores debemos superar? ¿Qué marcos de análisis ya son más un escollo que un punto de apoyo útil para pensar y actuar? ¿Qué pactos y encuentros multiplican y cuáles nos restan? ¿Qué línea de fuga es capaz de desarmar este escenario político que probablemente nos va a devorar?


Las respuestas no vendrán de la doctrina, sino de nuestra capacidad de avanzar sobre la realidad; es clave resistir la tensión de las preguntas sin responder.


 

(1) La idea corresponde al politólogo Iñigo Errejón, integrante de Podemos.

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