top of page
  • E.H. Carr

La revolución rusa en perspectiva*


Ilustración: "Arqueólogos", Julio Castillo.

Cuando Lenin proclamó en sus "Tesis de Abril" que la revolución de 1917 no era simplemente una revolución burguesa, sino que marcaba una transición, encabezada por los obreros y los campesinos pobres, hacia la deseada revolución socialista del futuro, dio una respuesta inteligente a las tumultuosas condiciones que prevalecían a su regreso a Petrogrado.

La burguesía rusa, débil y retrasada en comparación con sus contrapartidas occidentales, no tenía la fuerza económica, la madurez política, la independencia ni la coherencia internas necesarias para ejercer el poder. Por otra parte, la concepción de una alianza entre el proletariado y la burguesía para completar la revolución burguesa era un puro mito. El proletariado, una vez convertido en una fuerza efectiva, no podía instalar en el poder a un régimen burgués cuya función sería explotar su trabajo. La burguesía no podíaaceptar la alianza con un proletariado cuyo objetivo final sería destruirla. Cuando Lenin intentó escapar de este callejón sin salida poniendo sobre los hombros del proletariado, apoyado por los campesinos pobres, el peso de completar la revolución burguesa a la vez que de comenzar la revolución socialista, no creyó sin duda que había abandonado el esquema marxista de dos revoluciones sucesivas y separadas, sino que lo estaba adaptando a condiciones especiales. Pero esta solución, que se convertiría en el programa de la revolución de octubre, tenía su talón de Aquiles. Marx había previsto una revolución socialista que se desarrollaría sobre la base de un capitalismo y una democracia burguesa establecidos por una revolución burguesa previa. En Rusia esta base era rudimentaria o inexistente. Lenin se planteaba la construcción del socialismo en un país económica y políticamente atrasado. El dilema solo teníasolución si se asumía que la revolución se convertiría en internacional, y que el proletariado europeo se alzaría contra sus amos capitalistas, creando aquellas condiciones para el avance hacia el socialismo de las que carecía Rusia aisladamente. El socialismo instalado por la revolución en un país en que el mismo proletariado era económicamente atrasado y numéricamente débil no era, y no podía ser, el socialismo predicado por Marx y Lenin como resultado de la revolución de un proletariado unido en los países económicamente avanzados. Desde el principio, por consiguiente, la revolución rusa tuvo un carácter híbrido y ambiguo. Marx señaló que el embrión de la sociedad burguesa se había formado en la matriz del orden feudal, estando ya maduro cuando la revolución burguesa lo había asentado en el poder. Se suponía que algo análogo sucedería con la sociedad socialista antes de la revolución socialista. En un aspecto -pero solo en uno- esta expectativa se cumpliría. La industrialización y la modernización tecnológica, logros muy destacados de la sociedad capitalista, eran también importantes condiciones previas del socialismo. Mucho antes de 1914 las economías capitalistas del mundo occidental habían comenzado a superar los límites de la producción en pequeña escala por empresarios individuales, sustituyéndola por la producción en unidades de grandes dimensiones, dominantes en la escena económica y envueltas, queriendo o sin quererlo, en el ejercicio del poder político. El propio capitalismo estaba borrando ya la divisoria entre economía y política, abriendo el camino para alguna forma de control centralizado y sentando las bases sobre la que podría construirse una sociedad socialista. Estos procesos alcanzarían un clímax en la Primera Guerra Mundial. El estudio de la economía de guerra alemana inspiraría la observación de Lenin en el verano de 1917 de que "el capitalismo monopolista de Estado es la más completa preparación material del socialismo"; y pocas semanas después añadiría, de forma algo arbitraria, que "la mitad material, económica" del socialismo se había realizado en Alemania "bajo la forma del capitalismo monopolista de Estado". Las contradicciones del capitalismo ya habían producido, dentro del orden capitalista, el embrión de la economía planificada de la URSS. Este hecho ha conducido a algunos críticos a describir lo realizado bajo la planificación soviética como "capitalismo de Estado". Tal planteamiento parece insostenible. Un capitalismo sin empresarios, sin desempleo y sin un mercado libre, en el que ninguna clase se apropia el plusvalor producido por el obrero y las ganancias desempeñan un papel puramente subsidiario, en el que los precios y los salarios no están sometidos a la ley de la oferta y la demanda, ya no es capitalismo en ningún sentido significativo. La economía planificada soviética fue reconocida en todas partes como un desafío al capitalismo. Era "la mitad material, económica" del socialismo, y era un resultado fundamental de la revolución. Sin embargo, si bien sería estúpido negar a esta conquista el título de "socialista", sería igualmente equivocado pretender que constituía una realización de la "libre asociación de los productores" de Marx, o de la dictadura del proletariado, o de la transitoria "dictadura democrática de los obreros y campesinos" de Lenin. Tampoco satisfacía la exigencia de Marx de que "la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos". La revolución industrial y agraria soviética cae de lleno en la categoría de una "revolución desde arriba", impuesta por la autoridad conjunta del partido y del Estado. Las limitaciones del "socialismo en un solo país" se revelaron plenamente. La visión de un proletariado preparado y educado que había crecido dentro de la sociedad burguesa como la burguesía había crecido dentro de la sociedad feudal no se realizó, y menos aun en la retrasada Rusia, donde la clase obrera era pequeña, estaba oprimida y desorganizada y no había asimilado siquiera ninguna de las libertades condicionales de la democracia burguesa. El pequeño número de obreros con conciencia de clase desempeñó un papel fundamental en la victoria de la revolución. Pero la tarea de organizar y administrar los amplios territorios incorporados a la república soviética exigía una forma de organización más compleja y elaborada. El partido de Stalin, un cuerpo disciplinado encabezado por un grupo pequeño y fiel de intelectuales revolucionarios, ocupó el lugar vacante, y dirigió la política del régimen con métodos que, tras la muerte de Lenin, se hicieron cada vez más abiertamente dictatoriales, y menos dependientes de su base proletaria. Procedimientos a los que en principio se había recurrido limitadamente, en medio de las pasiones y atrocidades de la guerra civil, daría origen gradualmente a un vasto sistema de purgas y campos de concentración. Si los fines podían ser descritos como socialistas, los medios utilizados para alcanzarlos eran a menudo la mismanegacióndel socialismo. Esto no significa que no se hiciera ningún avance hacia el más elevado ideal del socialismo, la liberación de los trabajadores de las opresiones del pasado y el reconocimiento de su papel en un nuevo tipo de sociedad. Pero el progreso fue titubeante y estuvo quebrado por una serie de calamidades y retrocesos, evitables unos y otros inevitables. Tras los estragos y escaseces de la guerra civil vino un breve respiro en el que el nivel de vida, tanto delsoobreros como de los campesinos, despegó lentamente algo por encima de los miserables niveles de la Rusia zarista. Durante la década que comenzó en 1928 esos niveles se redujeron una vez más bajo las intensas presiones de la industrialización; y los campesinos debieron atravesar los horrores de la colectivización forzosa. Apenas se había comenzado una recuperación el país se vio expuesto al cataclimo de una guerra mundial, en la que la URSS fue el blanco de la más duradera y devastadora ofensiva alemana en el continente europeo. Estas aterradoras experiencias dejarían su marca, material y moral, sobre la vida soviética y sobre las mentes de los dirigentes y el pueblo soviéticos. No todos los sufrimientos del primer medio siglo de la revolución pueden atribuirse a causas internas o al puño de hierro de la dictadura estaliniana. Sin embargo, en los años cincuenta y sesenta comenzaron a madurar los frutos de la industrializacion, la mecanización y la planificación a largo plazo. Según los criterios occidentales quedaban aún muchos aspectos primitivos y retrasados. Pero los niveles de vida mejoraron sustancialmente. Los servicios sociales, incluyendo la sanidad y la enseñanza primaria, secundaria y superior, se hicieron más efectivos y se difundieron desde las ciudades a la mayor parte del país. Los más notorios instrumentos de la opresión de Stalin fueron desmantelados. El patrón de vida de la gente ordinaria mejoró. Con la celebración del quincuagésimo aniversario de la revolución, en 1967, fue posible hacerse una idea de la magnitud del avance. En ese medio siglo la población de la URSS creció de 145 millones a más de 250; la proporción de la población residente en las ciudades había subido de menos del 20 a más del 50 por ciento. Esto significaba un inmenso crecimiento de la población urbana, en la que la mayor parte de los recién llegados eran hijos de campesinos, y nietos o bisnietos de siervos. El obrero soviético, incluso el campesino soviético, era en 1967 una persona muy diferente de la que había sido su padre o su abuelo en 1917. Difícilmente podía dejar de ser consciente de lo que la revolución había hecho por él; y eso pesaba más que la ausencia de unas libertades que nunca había disfrutado ni soñado en disfrutar. La dureza y la crueldad del régimen eran reales, pero también lo eran sus logros. Fuera de Rusia, el efecto inmediato de la revolución fue una aguda polarización de las actitudes occidentales entre la izquierda y la derecha. La revolución suponía una pesadilla para los conservadores y un faro de esperanza para los radicales. La creencia en esta dicotomía fundamental inspiró la fundación de la Comintern. Pero en la revolución internacional concebida por Marx y Lenin como un movimiento de masas del proletariado europeo unido, ningún marxista habría reclamado un papel predominante para el débil contingente ruso. Cuando la revolución europea no llegó a materializarse, y cuando el socialismo en un solo país se convirtió en ideología oficial del partido ruso, la exigencia cada vez más enérgica de tomar a la URSS como ejemplo de la realización socialista, y a la Comintern como depositaria de la ortodoxia socialista, condujo a una nueva polarización de la izquierda entre el Este y el Oeste. Los comunistas y los socialdemócratas o socialistas se enfrentaron entre sí, primero como recelosos aliados y después como abiertos enemigos, situación que Moscú atribuyó equivocadamente a la traición de unos dirigentes renegados. El hecho de que no se pudiera encontrar un lenguaje común era un síntoma del distanciamiento. La revolución internacional, tal y como se la concebía en Moscú desde 1924, era un movimiento dirigido "desde arriba" por una institución que afirmaba actuar en nombre del único proletariado que había llevado a cabo uan revolución victoriosa en su propio país; y el corolario de esta reorientación era asumir no solo que los dirigentes rusos poseían el monopolio del conocimiento y la experiencia sobre la forma en que se podía hacer una revolución, sino que el primer y decisivo interés de la revolución internacional era la defensa del único país en donde la revolución se había realizado efectivamente. Ambas hipótesis, y las políticas y procedimientos dictados por ellas, resultarían totalmente inaceptables para una mayoría de los trabajadores de Europa occidental, que se creían mucho más avanzados, económica, cultural y políticamente, que sus retrasados equivalentes rusos, y que no podían cerrar sus ojos ante lso aspectos negativos de la sociedad soviética. La persistencia en estas políticas solamente provocó el descrédito, a los ojos de los trabajadores occidentales, de las autoridades de Moscú, de los partidos comunistas nacionales obedientes a ellas y finalmente de la propia revolución. Las relaciones con los países atrasados no capitalistas se desarrollaron de forma muy distinta. Lenin fue el primero en descubrir un vínculo entre el movimiento revolucionario para la liberación de los trabajadores de la dominación capitalista en los países avanzados y la liberación de las naciones atrasadas y sometidas a la dominación imperialista. La identificación de capitalismo e imperialismo sería el fructífero tema de la propaganda y la política soviéticas en casi toda Asia, y obtendría su éxito más notable al estimular la evolución nacional china a mediados de los años veinte. Al irse consolidando la posición de la URSS, su prestigio como patrón y dirigente de los pueblos "coloniales" creció rápidamente. La URSS había logrado, con la revolución y la industrialización, un aumento espectacular de su independencia económica y su poder político: un logro digno de envidia y emulación. Fuera de Europa, incluso las exageradas pretensiones de la Comintern tenían sentido. La defensa de la URSS, lejos de aparecer como una excrecencia perturbadora en el programa de la revolución, significaba la defensa del aliado más poderoso de los países atrasados en su lucha contra los países imperialistas avanzados. Y los métodos que causaban repulsión en países donde se había producido la revolución burguesa, y habían crecido fuertes movimientos obreros dentro del marco elástico de la democracia liberal, no resultaban demasiado repugnantes en países donde la revolución burguesa era todavía una cuestión pendiente, la democracia burguesa era una visión sin sustancia y no existía todavía un proletariado de imensiones significativas. Allí donde las masas hambrientas y analfabetas no habían alcanzado todavía el estadio de la conciencia revolucionaria, una revolución desde arriba era mejor que nada. Mientras en el mundo capitalista avanzado el fermento generado por la revolución rusa fue ante todo destructivo, sin proporcionar un modelo constructivo para la acción revolucionaria, en los países atrasados no capitalistas demostró poseer mayor capacidad de penetración y ser más productivo. El prestigio de un régimen revolucionario que, en gran parte a través de sus propios y solitarios esfuerzos, había alcanzado el estatus de gran potencia industrial le convirtió en dirigente natural de la revuelta de los países atrasados contra la dominación mundial del capitalismo occidental, que antes de 1914 no había encontrado prácticamente resistencias; y en este contexto parecían irrelevantes los borrones que manchaban sus credenciales ante los ojos occidentales. A través de la revuelta del mundo atrasado no capitalista, la revolución presentó a las potencias capitalistas un nuevo desafío cuya fuerza aún no se ha agotado. La revolución rusa de 1917 quedó muy por debajo de los objetivos que se había fijado y de las esperanzas que despertó. Su trayectoria fue imperfecta y ambigua. Pero ha producido repercusiones más profundas y más duraderas en todo el mundo que cualquier otro acontecimiento histórico de los tiempos modernos.

* Extracto del capítulo 19 de "La Revolución Rusa de Lenin a Stalin 1917-1923" del británico Edward Halliet Carr (1892-1982), quizás el mayor especialista en la historia de la URSS, autor de "Historia de la Rusia Soviética", colección de 14 volúmenes publicada entre 1950 y 1978 (en español por Alianza Editorial). Tomado de: http://www.profesionalespcm.org/_php/MuestraArticulo2.php?id=9638

bottom of page