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  • Javier Correa Morales**

Historia reciente, dictadura y “el interior”. Recorrido sobre [algunos de] sus abordajes*


Años atrás, fui invitado a presentar una ponencia en un curso sobre “Derechos Humanos y Dictadura” en Montevideo (agosto de 2009). Me pidieron que exponga sobre “La dictadura en las ciudades, pueblos y villas del interior del país”, porque estudiaba “la dictadura en Durazno”[1]. Al principio dije que no estaba capacitado para hablar de “el interior”. Después, entendí que era una oportunidad para organizar algunos de los temas que investigaba y que compartirlos con colegas y público sería una buena cosa. Acepté. La invitación de Hemisferio Izquierdo para participar en este número y repasar lo que se ha escrito sobre “el interior” me pareció una buena ocasión para retomar aquellas reflexiones, exigirme profundizarlas, actualizarlas y compartirlas.

Antes de entrar de lleno en el recorrido, quiero decir que centré mis investigaciones en la ciudad de Durazno porque trabajar en un lugar con dimensiones pequeñas permite reducir la escala de análisis. Como afirma Jacques Revel: “Lo que la experiencia de un individuo, de un grupo, de un espacio permite aprehender es una modulación particular de la historia global” (1995: 135). O sea, si bien soy duraznense, la opción que tomé fue metodológica, aunque también sentía la necesidad de hacer un enfoque distinto al que ha hecho desde siempre la historiografía uruguaya: estudiar, explicar y analizar temas nacionales con el foco puesto únicamente en Montevideo.

¿El interior?

Preparar aquella ponencia me llevó a preguntarme y responderme algunas cosas, por ejemplo: ¿Qué se entiende en Uruguay por interior? Que no es Montevideo. Sí, pero es, además, varias cosas. Si bien el interior del país tiene muchos aspectos en común (por ejemplo, “no ser” Montevideo en Uruguay ya es bastante) digo que es -también- muy heterogéneo. Además, las personas que viven e interactúan en Montevideo (como es obvio) son, en muchos aspectos, heterogéneas, tanto o más que las del interior.

Para afirmar lo que dije anteriormente, me interesa mostrar y analizar una serie de datos que pueden ilustrar algunas de esas “cosas” en común y, sobre todo, las diferencias que hay entre esos varios “interior”. Por ejemplo, el censo de 1963 mostró que los índices de crecimiento de la población uruguaya cambiaban significativamente, y que se acentuaba el proceso de desruralización. Los siguientes censos no hicieron más que confirmar las tendencias. El de 1975 indicaba que el 83% de la población vivía en centros poblados, principalmente en Montevideo[2].

Hago estas aclaraciones, que en principio resultan obvias, porque en el desarrollo de mis investigaciones me he encontrado con libros y artículos diversos (sería imposible detallarlos a todos) que parten de una concepción totalizante de “el interior”, al que suelen tomar como un lugar homogéneo, rural y donde vive poca gente. “El interior”, entonces, es usado para hacer comparaciones con Montevideo y, en la mayoría de los casos (o en todos), el resultado de esas comparaciones asume que mientras en Montevideo “pasó tal cosa o tal proceso fue así, en el interior pasó todo lo contrario”. Obviamente esto no lo hacen solo los “montevideanos”. Es una costumbre, o muletilla, arraigada y aplicada en prácticamente todos los ámbitos, no solo en el académico.

Un ejemplo (aunque podrían ser otros) que ilustra esto de forma clara puede leerse en el libro Nunca Más, de SERPAJ: “Pese al escaso volumen cuantitativo de las detenciones en el interior del país[3], no hay que desmerecer sus secuelas cualitativas. En efecto, allí, por la escasa población de los centros poblados, sus ritmos de vida rutinarios e inmodificados, el predominio de mentalidades de tipo conservador y tradicionalista, sitios donde todos se conocen, las detenciones, aunque fueron pocas, provocaron sentimientos de terror generalizado” (1989: 120).

En Uruguay no todas las ciudades tenían escasa población, a menos que se las compare con Montevideo. Es más, desde 1963 los censos muestran cómo todas las ciudades han aumentado constantemente su población[4]. Entonces, tomar al interior como un todo con escasa población y dominado por mentalidades de tipo conservador, no es necesariamente incorrecto, pero tampoco es necesariamente verdadero y, mucho menos útil, si lo que se pretende es comprender procesos históricos complejos. Además, durante la dictadura, y esto quizá explique este tipo de representaciones, tanto el gobierno como quienes los apoyaban buscaban “rescatar” la orientalidad atacada por el cosmopolitismo montevideano que, según ellos, aun se mantenía viva “en el campo” y, por ende, en “el interior”. Esta concepción no fue inventada por los dictadores, tenía largo arraigo en el país, pero durante la dictadura pasada (como han estudiado Cosse y Markarian, 1996 y Marchesi, 2001) tuvo mayor magnitud y presencia arrolladora en la educación, los medios de comunicación y la política cultural.

El pasado reciente en estudios localizados

Si bien no hay trabajos sobre el pasado reciente o la dictadura en “el interior” del país, se han publicado obras centradas en ciudades o departamentos del interior que reconstruyen el periodo de la última dictadura civil militar, a través de la descripción y análisis de procesos, acontecimientos o figuras destacadas. Por ejemplo, un grupo de profesores de historia de San Carlos (Maldonado), en el marco de un programa de investigación desarrollado en el CLAEH a fines de la década de 1990, trabajó sobre la historia de esa ciudad y también de Aiguá (Caetano, Cosse y Markarian, 1997). En el de San Carlos hay un capítulo dedicado a la dictadura allí, que enfoca principalmente aspectos políticos partidarios (González, Mozzo, Pérez y Segovia, 1996).

María Julia Burgueño, ha realizado varios trabajos centrados en Paysandú. Sobre el pasado reciente en particular, publicó en 2009 un libro que reconstruye la victoria del “NO” en el plebiscito de 1980 (Paysandú fue el departamento donde el voto contrario a la propuesta militar fue más alto: 65,13%[5]).

Andrés Noguez (2013), magister en Historia del Río de la Plata (FHCE-UDELAR) publicó un libro enfocado en la ciudad de San Carlos en el que describe, con una mirada estrictamente local, aspectos políticos y sociales de la última dictadura, pese a que el marco temporal elegido la trasciende (1958-1985). El análisis del libro permite conocer aspectos muy poco abordados sobre el período. Sin embargo, la obra no dialoga con otras experiencias locales o nacionales.

Virginia Martínez (2013), en una investigación que no solo abarca la última dictadura, aborda en varios capítulos cómo se vivió en San Javier ese régimen; reconstruye las diversas actitudes y las complejas relaciones entre los vecinos. Además, se detiene en la sanguinaria persecución a la que fueron sometidos los descendientes rusos, en especial el doctor Vladimir Roslik, asesinado en el Batallón de Infantería de Fray Bentos en abril de 1984.

Francisco Abella publicó recientemente (2016) su investigación sobre los textiles de Puerto Sauce (Juan Lacaze). En base a entrevistas y prensa local el autor recorre el derrotero de los obreros desde 1930, y reconstruye -en uno de los capítulos- los años previos a la Huelga General de 1973 y los de la dictadura civil militar.

Por otro lado, se han escrito biografías de políticos, artistas y trabajadores en las que pueden rastrearse contextos, actividades y fuentes, de distinto tipo, en lugares del interior del país. Por nombrar solo algunas: Juan José Crottogini (Silva, 1995), Héctor Rodríguez (Fernández Huidobro, 1996), Raúl Sendic (Blixen, 2000), el “Cholo” González (Gilio, 2004), Juan Carlos Mechoso (Jung y Rodríguez, 2006), Ventura Rébori (Mazzeo, 2006) y Eduardo Darnauchans (Díaz, 2008).

En cuanto a grupos políticos, Gustavo Guerrero ha publicado dos trabajos sobre el MLN en lugares distintos del interior; el primero en Tacuarembó (2012) y el segundo en los departamentos del Litoral-Norte (2014). Reconstruyen acontecimientos y “rescatan” militantes, no solo del MLN, desde un enfoque básicamente testimonial. También sobre el MLN y sus acciones en diversos puntos del país, se pueden encontrar datos enriquecedores en los trabajos de Aldrighi (2001), Blixen (2004) y Labrousse (2009)[6].

Un estudio que resulta de particular interés para el tema de este artículo es el de Omar Ostuni. El autor da cuenta, entre otras cosas, de los distintos grupos de teatros del interior y se detiene en los Encuentros Nacionales que se organizaron en la ciudad de Paysandú en 1983 y 1984 (aún en dictadura) y en el de Maldonado en 1985. Cuando nombra a los grupos que asistieron al primer Encuentro sostiene que prácticamente el 80% se formaron entre 1973 y 1983 (17 en 20) y que solo cinco se fundaron entre 1953 y 1969. La explicación que encuentra es que “el clima irrespirable de la dictadura llevó a que los uruguayos buscáramos en el teatro un ámbito de expresión y resistencia. No importa si con el mismo grado de conciencia” (1993: 136). La participación en los grupos de teatro no significaba per se resistencia al régimen; pero se puede (a partir de los estudios del historiador inglés Ian Kershaw) entender como una forma de conducta que se desviaba de las normas impuestas y se oponía al reclamo de totalidad (2004: 273).

A nivel local, con poca circulación más allá de esos espacios, es común la edición de trabajos que reconstruyen diversos aspectos del pasado. Las intendencias suelen patrocinar investigaciones y publicaciones diversas en las que se pueden encontrar -entre otras cosas- datos desconocidos y útiles, fuentes editas e inéditas, anécdotas. En este punto particular, y aunque no aborden el “pasado reciente”, habría que destacar las obras de Aníbal Barrios Pintos sobre varios departamentos y barrios de Montevideo, así como sus célebres Historia de los pueblos orientales (tres tomos)[7].

De publicaciones “departamentales” relacionadas con el “pasado reciente” puedo hablar con (alguna) propiedad sobre el caso de Durazno. Allí el historiador local Óscar Padrón ha publicado dos libros (1988 y 1992) que recorren la historia del departamento desde su fundación. El último, Historia de Durazno[8], brinda una cantidad extraordinaria de datos históricos del departamento en general y de las ciudades, villas y pueblos que lo integran en particular. La obra está estructurada a modo de cronología que recoge la trayectoria y los cambios que ha tenido el departamento desde su fundación. A diferencia de lo que el lector puede ver en páginas dedicadas a los primeros tramos cronológicos, en el apartado político del capítulo “las últimas décadas” (1963-1992), Padrón expone únicamente estadísticas de las elecciones del período y las obras realizadas por el gobierno nacional y departamental.

Desde otro ángulo, en los últimos años distintas personas que fueron detenidas en Durazno publicaron libros de corte autobiográfico y testimonial: Poloni Dabalá y Polini Gruler (2007), Poloni Dabalá y Reyes (2009), Olivera (2009) y Azzis (2010). En conjunto, permiten conocer vivencias y memorias que no eran públicas hasta el momento. Como todas las memorias, en los cuatro libros hay significativos silencios, principalmente, sobre la militancia de los protagonistas antes de ser detenidos. Obras como estas, constituyen una fuente de conocimiento interesante para tratar de reconstruir procesos históricos. Con seguridad, en la mayoría de los departamentos hay trabajos similares.

Por mi parte, además de la tesis de Maestría (que pronto será adaptaba y publicada como libro), he escrito diversos artículos (2008, 2009, 2011 y 2016a y b) que, en su mayoría, se centran en la ciudad de Durazno, pero que analizan también los desafíos que supone investigar procesos históricos enfocados en un lugar del interior. Insisto con algo que me parece fundamental: mi intención no ha sido hacer “la historia de tal lugar o sobre tal lugar del interior”, sino analizar un proceso histórico determinado y enfocarme en un determinado lugar, con la intención de problematizarlo y brindar herramientas para comprenderlo.

Por otra parte, y para finalizar con este apartado, en la literatura hay varias novelas vinculadas a la dictadura que también permiten conocer aspectos en buena medida desconocidos, pero sumamente valiosos, en diversos lugares del interior. En Si le digo le miento, Milton Fornaro (2003) recrea, en algunos capítulos y a través del personaje principal, los primeros años de la dictadura en un “pueblo” del interior (seguramente Minas, ciudad en la que nació y vivió por muchos años el autor). Gustavo Espinosa (2011) ficciona acontecimientos reales que ilustran y describen la vida de un grupo de adolescentes en el marco de la dictadura en la ciudad de Treinta y Tres[9]. Recientemente, Juan Estevez, publicó Entusiasmo sublime, ambientada en 1976, en distintos pueblos y ciudades de Uruguay (y Argentina). A estas podrían agregarse las Mario Delgado Aparaín (1991 y 1998[10]) ambientadas en “Mosquitos”.

“El interior” en la historiografía sobre el pasado reciente

La Historia Reciente como campo de estudio se ha consolidado en los últimos años tanto en el país como en la región: libros, artículos, tesis de postgrado y congresos son muestra de esa consolidación. Prácticamente todas las obras abordan problemas de orden nacional, centrados en Montevideo, por más que en algún párrafo, den cuenta de “el interior”. Hay historiadores que cruzaron la “frontera tradicional” y realizaron análisis que abarcan otros lugares que no son Montevideo (aunque tampoco son, según entiendo, “el interior”).

Por ejemplo, Aldo Marchesi (2009) retomó y profundizó las líneas de investigación que Cosse y Markarian y el mismo habían iniciado tiempo atrás (1996 y 2001 respectivamente)[11]. Su trabajo -que integra el libro colectivo La dictadura cívico militar- explora la apuesta de los dictadores (civiles y militares) por la cultura para obtener adhesiones en ciertos sectores de la sociedad. Analiza, además, las maneras en que la cultura ofreció herramientas para construir consensos alrededor de propuestas del régimen. Sus énfasis están en la exaltación patriótica, la construcción de un sistema de medios de comunicación proclive al régimen, y las políticas hacia la juventud.

En uno de los capítulos analiza el “patriotismo en el nuevo Uruguay” y da cuenta del impulso monumentalista de la dictadura: toma como ejemplo la construcción del mausoleo del general Artigas y la construcción del Monumento a la Bandera, en la Plaza de la Nacionalidad Oriental[12]; ambas en Montevideo (2009: 357-360). Los festejos fueron actos masivos. Según el historiador también las ciudades del interior tuvieron transformaciones de este tipo, pero no especifica cuáles.

Más adelante (en el apartado “las fiestas”) analiza eventos donde “la participación [de la gente] no puede reducirse a aspectos coercitivos” (361) y se refiere a los festivales folclóricos que tuvieron apoyo importante del gobierno, sobre todo en el interior del país. Se detiene en los festivales de Treinta y Tres y Minas (este último llamado “La semana de Lavalleja”) y marca -con razón- que esos festivales eran “oportunidades para generar vínculos entre las autoridades gubernamentales y los espectadores del evento” (362).

Otro historiador que ha hecho referencia, en algunos de sus trabajos, a ámbitos locales es Carlos Demasi. En 1995 publicó un artículo -en el libro coordinado por Álvaro Rico Uruguay: cuentas pendientes- en el que reflexionaba sobre cómo estudiar la dictadura en “el interior”. Entre otras cosas planteaba que los historiadores debían trascender dos “reducciones”: la temática (la historiografía uruguaya se ha dedicado a hacer historia desde el Estado) y la geográfica, esto es, “Montevideo como centro”. Sobre esto último, creía que “faltaba una mirada comprensiva […] elaborada desde la óptica de quienes vivieron en el ámbito de unidades sociales más pequeñas” (1995: 41). Más allá de su propuesta, en mi opinión, el artículo carece una “mirada comprensiva” hacia las personas que vivían en “el interior”[13].

Años después, en 2013, en otro artículo de una obra colectiva, se centró en cómo se promovió desde el gobierno dictatorial la adhesión al régimen en diferentes localidades del interior y las respuestas, en su mayoría favorables, que tuvo. Algunos de los puntos centrales son el “sentimiento localista” en “el interior” y los festivales de folclore realizados en Minas y Durazno. Como en el artículo de 1995, toma a “el interior” como un bloque homogéneo, localista, rural y resalta los casos en los que la población de esos lugares, según él, apoyó al régimen, al asistir a los festivales que organizaba.

Un equipo de historiadores de la Universidad de la República, coordinado por Álvaro Rico (2008 a, b y c) recopiló y sistematizó fuentes documentales inéditas (militares, policiales, diplomáticas y políticas) procedentes de una veintena de archivos. En su gran mayoría, son documentos secretos que el Estado uruguayo negó que existieran durante veinte años. Además de información detallada sobre las víctimas del terrorismo de Estado (aunque en muchos casos incompleta), la obra da cuenta de la coordinación represiva regional, el funcionamiento clandestino del Estado, la represión y vigilancia a la sociedad, a las personas y a diversas organizaciones políticas, sociales y culturales uruguayas, tanto dentro como fuera del país.

Sin embargo, el enorme caudal documental sistematizado en estas obras está centrado, en su gran mayoría, en Montevideo. Por ejemplo, en la lista parcial de estudiantes detenidos en la Universidad del Trabajo y en Secundaria solo figuran los de la capital (2008c: 391-393); lo mismo sucede con los detenidos en régimen de Libertad Vigilada y el seguimiento a personas detenidas y luego liberadas (2008b: 25-29)[14].

El campo de la historia reciente ha sido enriquecido también con novedosos estudios centrados en una amplia gama de actores sociales de derecha, principalmente en los años previos al golpe de Estado de 1973. En ese sentido, se destacan las investigaciones de Magdalena Broquetas (2014), María Eugenia Jung (2013 y 2016) y Gabriel Bucheli (2012 y 2014). Para decirlo sintéticamente, Broquetas aborda el complejo y heterogéneo universo de “las derechas” en Uruguay, desde 1958 a 1966. Entre esos movimientos, hubo varios creados en lugares del interior o con actividades y presencias destacadas en diversas ciudades del país. Jung, en tanto, analiza el “Movimiento pro-Universidad del Norte” en Salto. Trabaja sobre algunos de los grupos de derecha: sus bases de apoyo, demandas y formas de asociacionismo. [15].

Bucheli también trabaja con grupos de las derechas, aunque se dedica con mayor énfasis a la Juventud Unidad de Pie (JUP), por eso su arco temporal es mayor (llega hasta 1974). Sus referencias geográficas incluyen a Montevideo y varias localidades más: Bella Unión, Batlle y Ordoñez, Fraile Muerto, San Ramón, y las ciudades de Salto y Treinta y Tres. En conjunto, son trabajos que permiten conocer una serie de ideas y prácticas antidemocráticas y autoritarias, presentes en el país desde la década de 1960 y que dan una mirada de largo plazo, sumamente necesaria para comprender los años signados por el autoritarismo.

Breves reflexiones finales

Si bien para realizar la tesis de Maestría me he concentrado en ejemplos relacionados con la última dictadura en una ciudad del interior del país, he prestado atención a lo que se ha escrito y cómo se representa “el interior”. Ese imaginario o esa forma de entender el país, que opone a Montevideo con el interior, se puede rastrear al prender la radio, leer el diario o mirar la televisión. En Montevideo, pero también en “el interior”.

Este punto lo destaco, de nuevo, por la constante homogeneización a la que son “sometidos” Montevideo y “el interior”. Hay diversos estudios que dan cuenta de su carácter heterogéneo, desde sus demografías, segmentaciones sociales y económicas, sus preferencias electorales o culturales. Por eso me llama la atención. La división “campo–ciudad”, en sus diversas formas, es antiquísima y no es un fenómeno uruguayo, pero la insistencia, casi mecánica, de tomar a Montevideo (lugar donde viven la mitad de los habitantes del país) y a “el interior” como dos bloques diferentes es, por lo menos en el campo académico, difícil de entender[16].

Con respecto a la producción historiográfica y la ausencia de abordajes fuera de Montevideo (aunque hay excepciones centradas en otros periodos históricos), puede entenderse que en la mayoría de los casos esto se deba a que los centros de investigación y los investigadores viven y trabajan en Montevideo; y realizar investigaciones en el interior supone gastos, viajes y estadías por periodos largos porque, como es lógico, las diversas fuentes y los sujetos están, mayoritariamente, ahí. Revertir eso es difícil, pero no imposible. Además, es estimulante y enriquecedor.

En mi experiencia de investigación, cambiar la escala y el campo donde se suele estudiar, permitió complejizar problemas históricos poco estudiados aún, como las actitudes sociales hacia un régimen autoritario, que son muy difíciles de detectar y de analizar en los opuestos clásicos de “resistencia/apoyo/” y “Montevideo/interior”. Por eso, la intención de este artículo fue compartir mis reflexiones con los lectores de Hemisferio Izquierdo, y repasar una serie de trabajos (no todos) que me ayudan a hacerlas.

* Agradezco a Marcos Rey e Ivonne por intentar hacer más legible el texto. Si no se logró, es mi responsabilidad.

** Javier Correa Morales, profesor de Historia, egresado del Instituto de Profesores Artigas y Magister en Historia y Memoria por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Actualmente, cursa el doctorado en Historia en Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE). Es profesor de Historia en Educación Secundaria y docente asistente en el Departamento de Historia Americana (FHCE); y del Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio de la Universidad de la República.

Notas

[1] Mi tesis de Maestría (2015) se centra en la ciudad de Durazno y estudia una serie de estrategias puestas en práctica por el régimen civil militar para construir consensos, entre 1973 y 1980, así como la diversidad de respuestas y actitudes periodísticas, políticas y sociales que, sobre todo, sirvieron de apoyo al régimen. Trabaja sobre algunos componentes autoritarios -como el “anticomunismo”- presentes en distintos ámbitos de la sociedad uruguaya, centrándose en una serie de demandas de orden difundidas por un periódico local. A la vez, indaga en el apoyo político inmediato al régimen de la amplia mayoría de los intendentes y en la creación e integración de la Junta de Vecinos. La realización de obras públicas por parte de los gobiernos (nacional y municipal) y las políticas coercitivas creadas para controlar (y conseguir apoyos e inhibir cualquier gesto de oposición) a los presos políticos que eran liberados, también forman parte de la tesis.

[2] En 2011 el porcentaje subió a 94,66% (http://www.ine.gub.uy/censos2011/index.html).

[3] Cifras, publicadas por el Ministerio del Interior en 1972 no manejaban los mismos datos. Si bien la afirmación de SERPAJ se refiere a todo el periodo, los datos del Ministerio marcan que las detenciones en 1972 fueron 37.5% en Montevideo y el restante 62.5 % en el interior (337-338).

[4] Por ejemplo la ciudad de Salto tenía 58.316 habitantes en el censo de 1963; 73.897 en el de 1975 y 80.823 en el de 1985 (http://www.ine.gub.uy/biblioteca/censos63_96/censos63_962008.asp). En el de 2011 la cifra ascendió a 104.011 (http://www.ine.gub.uy/censos2011/resultadosfinales/salto_cuadros.html).

[5] El “NO” ganó en diez departamentos más, pero con menor porcentaje: Montevideo, San José, Salto, Maldonado, Río Negro, Colonia, Florida, Canelones, Durazno y Cerro Largo.

[6] También hay “información” sobre la subversión en los voluminosos libros publicados por el Ministerio del Interior (1972) y por la Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y por el Comando General del Ejército (1976 y 1978). En tanto, se pueden conocer las obras públicas desarrolladas en el período en los libros publicados por DINARP (1981) y por militares (2004).

Sobre otros grupos políticos de izquierda y sus acciones en el interior en años anteriores a la última dictadura hay referencias en: Rey Tristán (2006), sobre diversos grupos de izquierda revolucionaria y Liebner (2011) sobre el Partido Comunista. Sobre los sindicatos rurales: González Sierra (1994) y, mucho más atrás en el tiempo, Pascual Muñoz (2015). En la serie Construyendo resistencia: el SUNCA durante la dictadura (1973-1985), coordinada por Carlos Demiasi, Sabrina Álvarez y Álvaro Sosa, investigaron sobre los trabajadores del SUNCA en el interior durante la dictadura. El trabajo aun está inédito.

[7] También tienen una serie de datos interesantes los libros que componen la serie Los Departamentos, publicados por Nuestra Tierra en los primeros años de la década de 1970.

[8] El libro fue publicado por la Intendencia. Padrón, desde hace más de 20 años, es el director del Museo Casa de Rivera; bajo su gestión se formaron diversos acervos documentales. Varios de ellos, como el de la prensa local, han sido fundamentales para mis investigaciones.

[9] Desde un enfoque periodístico pueden consultarse, porque se relacionan con uno de los temas de la novela de Espinosa, los trabajos de Lourdes Rodríguez (2007) y Mauricio Almada (2015).

[10] La película Otra historia del mundo, estrenada hace semanas y dirigida por Guillermo Casanova, es una adaptación de Alivio de luto.

[11] Muy sintéticamente podría decir que las historiadoras estudiaron el uso político de la Historia por el gobierno de Bordaberry en 1975 y las diversas actividades que se pusieron en práctica durante “el Año de la Orientalidad” en busca de legitimidad y apoyo. Marchesi, en tanto, centró su análisis en la construcción de consenso desde el Estado a través de la Dirección Nacional de Relaciones Públicas (DINARP), creada en 1975 por el régimen como otro paso en su intento de controlar autoritariamente la sociedad. El libro da cuenta del impulso gubernamental a nivel nacional (aunque indica que los cortos para cine no muestran lo realizado en Montevideo) y analiza también la publicidad que le dio el gobierno a estos aspectos.

[12] La obra fue inaugurada, en un evento masivo, el 19/6/1977 (se conmemoraban 213 años del nacimiento de Artigas). La plaza de la “Nacionalidad Oriental” (desde 2014 se llama “Plaza de la Democracia”) se inauguró el 15/12/1978, también fue un acto masivo (Marchesi, 2009: 358-359).

[13] Por ejemplo, en el párrafo siguiente a lo citado dice: “en la visión montevideana (y en la de quienes fueron perseguidos en el interior) sobresale el aspecto traumático de la represión, la tortura, etcétera; por el contrario, la mayoría de la opinión pública [sic] del interior se apoya más en aspectos de políticas `micro´: caminería, administración comunal, industrias locales […] pero tiende a manifestar cierta inquietante tolerancia hacia los aspectos más chocantes de la represión”.

[14] La obra, además de hacer accesible una cantidad significativa de documentos que no eran públicos, también permite ver los límites de cierta información que brindaban los organismos de inteligencia. Por ejemplo, el periódico La Idea Nueva, utilizado como insumo importante en mi tesis de maestría, figura como censurado definitivamente en 1975 (Rico, 2008b: 490); pero eso no pasó. Lo mismo puede decirse de la información sobre los (miles de) detenidos del período: figuran con fechas erróneas de liberación o se les adjudica pertenencia a determinadas grupos u organizaciones políticas que nunca integraron.

En 2011, 2014 y 2015 estas investigaciones fueron actualizadas y (en algunos casos) corregidas. Están disponibles en:

http://sdh.gub.uy/inicio/institucional/equipos/equipo+de+historiadores/equipo+de+historiadores.

[15] Jung es autora, además, de una obra que recoge -en dos tomos (2012 y 2013)- los antecedentes históricos de la Universidad de la República en el interior del país.

[16] La historiadora María Inés Moraes aporta una posible explicación al sostener que la confrontación frontal campo–ciudad fue tomada por los revisionistas uruguayos, para quienes “el campo fue la cuna de la patria”. En tanto, los historiadores José Pedro Barrán y Benjamín Nahum (años después) lo codificaron en clave “atraso vs modernidad”. Ese sesgo antiagrario, para la autora, coincide con una sensibilidad teórica y política dominada por el industrialismo desarrollista de los 50-60, que recoge y reformula la sensibilidad de las élites políticas montevideanas agrupadas en el “reformismo batllista” del 900, cuya confrontación con el “cluster” conceptual blancos/latifundistas/ricos/católicos “posiblemente dejó una impronta ideológica muy potente en la inteligencia uruguaya del resto del siglo XX”. (2013: 60-61).

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