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  • Robinson Salazar Pérez *

México: sociedades acechadas por la militarización y el narcotráfico

Ilustración: Ares

Introducción

La guerra contra el narcotráfico en México trajo a la mesa política varios componentes que estaban ausentes en la vida del país. El militarismo, la militarización y la guerra con los miedos. Desde 2006 desde el núcleo gubernamental introdujeron en la esfera política el control de las calles y espacios públicos, la vigilancia policial en todo el espectro social, la Policialización del ejército, la confrontación armada, la censura a los medios, los allanamientos judiciales, la construcción de enemigos, el miedo insertado en el campo político, las desapariciones, comunidades violentadas, el silencio de quienes atropellan y matan, desplazados por la guerra contra el narcotráfico y la fractura en muchos cuerpos sociales de México. La intención es clara: Gobernar con una política del miedo para desvertebrar la estabilidad emocional, desordenar las comunidades, remarcar el individualismo utilitario, cimentar la indolencia, la indiferencia y crear cotos de soledad y ansiedad para confinarla en la opacidad del desinterés de lo público y lo político.

Para desentrañar la madeja de tramas y operaciones políticas que el Estado mexicano fue construyendo, es necesario ir definiendo cada uno de los componentes descritos a grandes rasgos en el párrafo anterior, con el objeto de proceder a una explicación lógica y embonada a la realidad del país.

Militarismo

En primera instancia habría que diferenciar dos conceptos, militarización y militarismo, dos componentes básicos que nos brindan la plataforma de cómo fue la instrumentación de la guerra contra el narcotráfico con un telón de fondo que escondía la instauración de una política de gobernar con el miedo.

Partimos de la fuente que proporciona Jordi Calvo Rufanges [1], quien detalladamente afirma que "la militarización es el proceso por el cual el estamento militar participa e incide en la sociedad, la política, la economía y la educación. La militarización es, por tanto, un curso por el cual se promueve y expande el militarismo, así como un mecanismo imprescindible para naturalizar la violencia en las sociedades en las que está presente…implica entonces un elevado nivel de belicismo, siendo definido como la ideología de la utilización de la violencia armada”.

La incorporación del ejército tuvo dos dispositivos de contención. Uno fue la crisis de un proceso electoral confuso y poco transparente, cuyos resultados abrieron las compuertas para dar paso a una ola de protestas y movilizaciones con tendencias marcadas de hartazgo popular ante la burla de un sistema electoral con poca legitimidad y con una trayectoria cargada de impugnaciones y pérdida de credibilidad ciudadana.

El otro factor, la necesidad de obedecer la demanda de George W. Bush en la reconocida e inventada guerra preventiva y construcción del enemigo, cuya orientación tuvo varios motivos, entre ellos acrecentar la venta de armas, militarizar el hemisferio sur, instrumentar la incesante búsqueda del escurridizo y fantasmagórico terrorista, cerrar las posibilidades de una detonación popular, ir diseñando las estructuras de un Estado policial con sesgo profundo en el uso del miedo como parte constitutiva de la autoridad política, desplazar a los militares de sus cuarteles a las calles y ante todo obtener una sumisión absoluta de la sociedad ante la autoridad ejecutiva y sus consortes.

Estupor es un recurso retórico para intoxicar la opinión pública, es entronizado desde las esferas del gobierno, los medios de comunicación y redes sociales con el fin de crear una atmosfera densa que atrape la subjetividad colectiva y la arrincone entre signos de interrogación y exclamación para dejarla paralizada y estupefacta.

La han incorporado en el arsenal simbólico y lingüístico los estrategas constructores del miedo, cuya finalidad es edificar mitos que posibiliten controlar movimientos, desplazamientos y oposición que obstruyan el ejercicio de gobernabilidad. No es necesario que los mitos coexistan con la imagen de verdaderos sino verosímiles, aceptado fácilmente en la opinión pública, con pocas palabras, pero con uso reiterativo, con maleabilidad para ser incorporado en cualquier pieza discursiva, que denote riesgos, inseguridad y temores a fin de que sea la autoridad la única que cuente con los recursos para solventar la situación de crisis y peligro. Es así el estupor la estrategia que esta vehiculizada sobre el mito la pieza clave para legitimar una autoridad deteriorada o impuesta.

El uso de la Incertidumbre fue un golpe de timón que el gobierno efectuó en la medida que trasladó de manera vertiginosa la pérdida de confianza ciudadana en su investidura y gestión hacia un enemigo configurado que no estaba en la oposición sino en toda la sociedad, el narcotráfico.

Apelar a la seguridad es un mito, desde épocas remotas, fue un invento del siglo XV pero las constantes amenazas, miedos, “demonios” y “pecados” alimentados desde la iglesia, revelaron que la seguridad fue y seguirá siendo un mito. Ya con las guerra, epidemias, calentamiento global, migraciones, crisis financieras y terrorismo, han armado una constelación de factores que diluyen la certidumbre y seguridad y estamos a bordo de un mundo impreciso y propenso a todo riesgo y vulnerabilidad. No obstante, el conocimiento diseminado por todos los frentes de divulgación, la incertidumbre aún permanece en su lugar como parte de la estrategia de los miedos en la política.

Autores de la talla de David Le Breton, Zygmint Bauman, Patrick Boucheron, Corey Robin entre otros, han incursionado con precisión en la construcción social de los riesgos y los miedos, como un arma eficaz para construir legitimidad y controlar las emociones de los ciudadanos.

El golpe de timón fue dado apenas diez días después de haber asumido la presidencia Felipe Calderón, en cadena nacional de radio y televisión declara la guerra contra el narcotráfico. Justifica semejante decisión por los altos índices de violencia en el país, aun cuando en el año 2006 las cifras develaban 8 homicidios cada cien mil habitantes, cifra baja comparada con las que arrojó en los años subsiguientes. El mito convocante fue de hombre fuerte, valiente y audaz que asumía el reto de combatir al narcotráfico, superando en astucia a sus antecesores de ser tibios ante el fenómeno de la delincuencia. El objetivo, obtener el aval, simpatía y aprobación de la ciudadanía, un mito que costó más de medio millón de homicidios, medio millón de desplazados y comunidades desoladas que sufren en el día de hoy las consecuencias de un mito egoísta que lastimó la estructura social del país [2].

La obtención de aval es la garantía que necesita el gobierno para actuar sin límites, y lo percibe como un acto de sumisión de la ciudadanía ante su decisión trascendental de ir a la guerra, cuya manifestación explicita es la obediencia al mandato de aceptar que lo emanado es lo necesario, lo propio para el asunto que abordan y el tema de la violencia. No importa si la decisión embona con la realidad, en la mayoría de las veces el mito intenta forzar la realidad, la doblega, manipula y tuerce a su favor, con el objeto de obtener la complicidad y obediencia de la ciudadanía.

El acto de obedecer conduce a no debatir, tampoco a abrir surcos de otras alternativas a asumirse ante el fenómeno de la violencia. La decisión requiere, para su éxito, la obediencia del pueblo, la aceptación inalterable de que el gobierno apunta hacia el objetivo que apremia para obtener la paz.

Sucede el caso que muchas veces asocian el silencio con la obediencia, sin aceptar que el mutismo es una expresión de la cancelación de canales de expresión, de miedos y temores que circunda el ambiente social.

Ahora bien, desde el razonamiento jurídico, en el caso específico de la obediencia ciudadana [3], esta implica una relación vinculante entre un ciudadano o súbdito y una autoridad estatal, en donde el primero acata una decisión política o una norma jurídica que emite la segunda dentro de las competencias establecidas por el texto fundamental. En función de este lazo se establece un mecanismo que une la acción de un miembro de una colectividad estadual, con el fin político que esta persigue alcanzar. En puridad, dicho acto es la argamasa que entronca a un ciudadano o súbdito estatal con el sistema político. La obediencia es esencial para el adecuado funcionamiento de la sociedad política, a efectos de evitar el caos, el desorden o la anarquía coexistencial que rompe con la coherencia y cohesión de ella. Es evidente que la ausencia de obediencia a las disposiciones políticas y jurídicas haría prácticamente inviable la existencia y continuidad histórica del cuerpo político.

La acepción jurídica está referida a un acatamiento Constitucional, en el caso de la decisión política para legitimar un gobierno está impresa la vocación autoritaria, manipuladora y procaz para imponer un mandato a través de la sumisión/ obediencia que autoritariamente se implanta. Obviamente que la mejor forma de conquistar la obediencia es a través del canal de la culpabilización, donde el eje o vector direccional es la construcción social del enemigo.

Construir un enemigo pasa o transita por el armado o confección de una narrativa sobre el otro que impide hacer y llevar a cabo una misión legal o legítima. Su interposición está dotada de argumentos y dispositivos legales e ilegales, esto es, que el otro está utilizando herramientas que alteran el curso de la acción del actor o agente legítimo. Es por ello que necesitan realzar, denotar y magnificar el riesgo que está presente en el escenario social y político. El aumento de la lente presta simbólicamente a la sociedad un sentimiento de temores, fundamentado en la retórica del potencial del enemigo que va asomándose en el horizonte social y de permitirle su paso el caos, desorden y la muerte pueden apropiarse de todos los sectores de la sociedad.

Construir al enemigo con potencial destructivo conlleva a sembrar estupor y sobresalto en las comunidades, a conducirlas pedagógicamente hacia la frontera ficticia de quienes están a favor de aniquilar al enemigo y los que están con los otros.

Para fincar un capital político con la suma de voluntades en un escenario confuso y propenso a rupturas políticas, construir un enemigo es vital, en la medida que capitalizas conciencias temerosas a través de un ancla o dársena que emane o germine pertenencia a una idea mayor, una decisión inaudita, a un grupo y/o territorio. La pertenencia tiene vocación y naturaleza de diferenciar, de configurar una identidad grupal, de dotar de argumentos un relato e incluso de validar mitos que parecen inauditos pero en la práctica los asumen como reales y verosímiles.

Para conjurar el miedo que provoca el enemigo, dos aspectos están presentes en el relato militar para actuar de manera inmediata, uno es que está constituido por lo que no se sabe, por tanto, agregan otra incógnita, no hay certeza de que puede suceder o pasar si no lo combaten. Es la incertidumbre que reclama acción inmediata.

Ahora bien, Boucheron y Robin [4] en su texto sobre el miedo dejan entrever aspectos interesantes que intervienen en la confección del enemigo, una es la premisa del miedo en la medida que es un agente invasivo, pernicioso, poderoso y fuerte. Sobre la base del sentimiento colectivo se elabora la política del miedo de la siguiente manera: la primera etapa consiste en identificar un objeto al que el público tendrá que tenerle miedo; la segunda consiste en interpretar la naturaleza de ese miedo y explicar las razones de su peligrosidad para, en un tercer momento, enfrentarlo. Esta maniobra en 3 tiempos representa una fuerza inagotable de poder político. No obstante, la tarea no es automática dado que las formas de identificar y de interpretar los objetos del miedo son numerosos, pero claramente se trata de eso cuando se habla de “política del miedo”[5].

Justamente la política del miedo es culpabilizar al otro de lo negativo, de la zozobra, la inseguridad y ante todo del progreso, concepto difuso pero asociado casi siempre a un futuro mejor. Culpabilizar al enemigo es una vieja práctica anticomunista que fue analizada por Ignacio Tébar Rubio-Manzanares en su célebre libro “Derecho penal del enemigo en el primer franquismo” cuya demonización no es más que el afán de instaurar un Estado de seguridad y vigilancia controlada denominada securitaria que consiste en restringir el margen del uso de la libertad consignada en la Constitución. Obviamente, el gobierno disfraza la estrategia de securitización al justificar la policialización del ejército, los controles de las redes sociales, escuchas telefónicas, controles migratorios, aduaneros, puertos, aeropuertos, invasión de la vida privada e íntima, cateo sin orden judicial, política de la delación entre otras, como una medida necesaria para combatir al enemigo, pero la orientación va en el sentido de instaurar un Estado policial con mínima libertades y encarcelado en la política del miedo. Lo interesante de todo el proceso que hemos vivido en México no son sólo las muertes, desplazados de la guerra y desaparecidos, sino que tenemos que agregar el pánico a la vigilancia, nuevo fenómeno que irrita a la sociedad y a otros segmentos los arrincona temerosamente por el exceso de control de la vida íntima y privada.

Militarización de la sociedad

Las ideas de autoridad, sumisión, lealtad, fidelidad, pertenencia, obediencia, disciplina, jerarquía y conformismo son parte de los ejes que se inculcan en una sociedad con tendencias militarizadas, quienes desobedezcan estas líneas o preceptos son enemigos.

El asedio que han tenido las estructuras económicas, educativas, culturales, políticas y no gubernamentales es de proporciones inconmensurables, de manera paulatina han permeado como lluvia pertinaz cada estamento, modificando leyes, articulando ordenanzas, códigos y reglamentos que conducen hacia una domesticación de la conducta crítica o irreverente. Cada espacio que es parte del componente Estado y sociedad fue trasminados por los valores autoritarios, lenguaje vertical que impuso la eliminación, la muerte, el exterminio, la enemistad y el terrorismo como parte del arsenal lingüístico cotidiano, es común escuchar de los labios de cualquier ciudadano esas palabras sin que provoque estupor o asombro, sencillamente fue aprehendida de manera dócil y sin que tuviesen en cuenta la agresividad del contenido.

El proceso de inserción y presencia de conductas militares fue paralelamente disparada con las imágenes divulgadas entre 2006/2010, las atrocidades de los homicidios con mutilaciones en vivo, vídeos en las redes sociales, decapitaciones y exhibición de cabezas y miembros como trofeos de guerra fueron escenificando la muerte como espectáculo, no tuvo una implicación de sensibilizar a la sociedad, sino todo lo contrario, cotidianizar la violencia, convivir con la barbarie, el sadismo y consustancialmente incorporar la crueldad en el lenguaje y en las conductas que hoy prevalece en la sociedad mexicana, donde eliminar al otro es asunto y la mejor forma de resolver los conflictos.

La militarización, en voces de los expertos en la materia, es un caudal de información sistematizada que presentan a la sociedad los núcleos del poder en forma de compendios que norman la conducta de los miembros de las distintas comunidades para que sean aprendidas y puestas en práctica en cada escaque asignado o donde desempeñe una función. La intención premeditada es aceptar y reproducir un esquema autoritario, vertical, sumiso y obediente, con un soporte ilustrativo de división en cada esfera donde desempeñen una función, destacando quienes mandan y los que obedecen. Asimismo, forja una capa de complicidades y lealtades en los mandos intermedios que vigilan, delatan y dan voces de alerta al detectar una anomalía, incumplimiento de la norma o conato de sedición.

La competitividad laboral, las competencias educativas, el emprendurismo individualizado, los exámenes de ingreso, los concursos de toda gama, el uso de uniformes con la insignia de la empresa o institución que lo emplea, la faena laboral y la respectiva compensación de acuerdo a metas y ventas, el puntaje en las emulaciones, la seguridad vigilante en las empresas y domicilios, los espacios públicos con cámaras de alta resolución, el control de vehículos, compra y venta de armas, registro de dispositivos de comunicación entre otras imposiciones que nos ofertan como deberes, son canales que nos conducen a navegar en la sociedad del control, la vigilancia y practica militar.

Parte del arsenal ideológico del militarismo es la estrategia sutil de invadir la percepción del ciudadano hasta convertirlo en un ser fanático y defensor de las fuerzas armadas, lo cual se construye a través de los desfiles militares, el bombardeo de encuestas de opinión acerca las instituciones que tienen mayor credibilidad dentro de la ciudadanía y que casi siempre son los militares los que salen favorecidos; otro dispositivo son las participaciones en asuntos que corresponden a protección civil sin embargo son los militares los más prestos en campañas de calamidades naturales, jornadas de vacunación, limpieza, rescates o apoyo ciudadano en materia de atención y acompañamiento militar.

Lo anterior se suma al nuevo lenguaje que se ha institucionalizado dentro del marco de la sociedad, tolerado por las instituciones, aceptado pasivamente en los grupos y colectivos, utilizado en redes sociales y espacios cotidiano, las palabras y actos que conducen a dañar, insultar, amenazar, hostigar, intimar, coaccionar y eliminar por encargo a través de sicarios a sueldo es un ejercicio frecuente que es observable en casi todas las entidades federativas del país; los ciudadanos lo han incorporado como parte de su comportamiento para saldar deudas, obtener prebendas o extorsionar, frente a la indiferencia e indolencia de las autoridades del poder judicial, las lagunas en el reglamentarismo jurídico para sancionar esos delitos y las consecuencias que va arrojando, un entramado roto, hilachos desprendidos por el dolor, las lastimaduras y la muerte.

No hay dudas, los desarreglos comunitarios cada vez son más drásticos, los hilos asociativos rotos y atrofiados para anudarse, el celo y la desconfianza se re-crea en la subjetividad colectiva, extrañeza y desconcierto es monumental, en las comunidades pequeñas, en los cotos urbanos, en las familias, la enemistad está presente, no cabe la concordia ni la civilidad para atender las desavenencias, las agencias ministeriales carecen de credibilidad, la policía cobijada bajo el mando de la corrupción, los gobiernos en todos los niveles invadidos por la corruptela y desenfreno por apropiarse de los recursos del erario, escepticismo, temor, miedo y uso de los medios que están a su alcance para resolver los desacuerdos nos lleva a un horizonte impregnado de abusos, desorden y destrucción de todos los reductos que son parte del engranaje de las comunidades.

El miedo: Disolvente de lazos comunitarios

Inseguridad es el concepto abarcativo que incorpora riesgo, calamidad, delincuencia y violencia, de ahí que en su interior guarda y registra aspectos que tienen que ver con asuntos de alarma en hospitales, carreteras o rutas en mal estado, exposición de comidas en mal estado, aguas negras en cañerías o ductos abiertos, epidemias, enfermedades, plagas que ocasionan daño a la fauna o flora, déficit en los controles bromatológicos, su escasez de servicios públicos hasta viviendas precarias en zonas no aptas para el desarrollo urbano.

Indudablemente, el descuido de los espacios públicos y transitables, los robos, saqueos, amenazas, extorsión, homicidios y confrontaciones al interior de las comunidades también son parte de la granada de la inseguridad, por tanto, el concepto no debe ser sinónimo de violencia, dado que esta última atiende todo aquello que atenta contra la vida, la propiedad privada, el terror y la barbarie. Indudablemente, la inseguridad es generadora de un tan alto grado de preocupación colectiva y de inquietantes consecuencias que van minando paulatinamente casi todos los ámbitos de la vida social, desde abandono de los espacios públicos, cruzando de manera transversal el incremento de homicidios, hurtos, chantajes, atracos, cierre de negocios, transporte inseguro, asociación delictuosa, corrupción policial, incremento de presencia militar, soluciones violentas para contener la violencia, despojos de pertenencias, distribución de drogas, abandonos de hogar, barrios y comunidades. El factor detonante de toda fragilidad social es la desconfianza, derivada del factor inseguridad en amplios espacios comunitarios y es percibida empíricamente como el “miedo al otro”. El otro no es un ciudadano con el que se comparte preocupaciones comunes, sino un extraño y un potencial agresor. El nivel de confianza en las personas es menor en la medida en que el individuo ha sido víctima de la inseguridad. En la medida que la persona es sujeto de más situaciones de victimización, se acentúa el sentimiento de desconfianza y la percepción que: “mejor hay que cuidarse de ellos (las otras personas)”.

Los procesos de desconfianza van de la mano con un aumento de la segregación y estigmatización territorial y social en el país. Por un lado, las ciudades modernas se caracterizan por altos niveles de segregación residencial y fragmentación, que conlleva una nítida tendencia al distanciamiento físico entre barrios y colonias de nivel socioeconómico alto y bajo. La fragmentación atraviesa las ciudades, y se manifiesta en la tendencia de “amurallar” y “enrejar” las áreas residenciales e incluso los espacios públicos, situación que ya no sólo la presentan las áreas residenciales de altos ingresos, sino que también en barrios habitados por población de bajos ingresos [6].

La segregación es fuente de miedos, y mejor descrito parafraseando a Zygmunt Bauman, es la expresión de Mixofobia, miedo al otro, al diferente, pavor a compartir los espacios público de la urbe, alarma ante el intercambio social, prejuicio a los extranjeros e inmigrantes, al desconocido, al transeúnte, al distinto, a quien porta vestido sucio, al harapiento, al menesteroso, a todo aquel en condición de calle e incluso a todo aquel que está en una posición económica desventajosa o más baja a la que posee el portador del miedo.

El miedo, con la fuerza que imprime en las emociones puede destruir grupos en cuanto refugia a los ciudadanos a confinarse en su espacio íntimo/privado, también crea comunidades miedosas, pero sin acción colectiva, esto es, agrupados, pero sin iniciativas para detonar una acción para contener, detener o desalojar los miedos.

Hay que hacer notar el vínculo entre inseguridad e interacciones sociales, dado que toda interacción está mediada por relaciones de confianza y afecto, concibiendo la primera como el factor decisivo para reducir la complejidad social, sin eliminar totalmente los riesgos, pero es una apuesta hecha en el presente hacia el futuro, se deposita confianza para garantizar el futuro, para armar acuerdos, promesas, ideales, compromisos y evitar insularidad y desapego social.

La interacción social es básica en situaciones y escenarios de riesgos, porque brinda la posibilidad de interactuar, intercambiar información para identificar los cotos de peligro, de esta manera crean o forjan mecanismos y entendimientos comunes para no aproximarse a las zonas inseguras. La aceptación por parte del segmento social o comunidad de aceptar los identificadores de sospecha o peligro acentúa la confianza, carga de contenido los depósitos cordialidad y colaboración y representa una fortaleza del tejido social.

En las sociedades con desconfianza incremental los comportamientos ciudadanos son depositarios de miedos, sumisión y docilidad, todo ello debido a que perciben del entorno y las estructuras de poder fuertes signos de amenazas a su integridad física y moral, perciben que el medio social no es el mejor resguardo de sus recursos y la vida, ven reducido el ejercicio de la libertad de pensamiento y limitados los desplazamientos dentro la realidad social que lo circunda y a la vez carece de información y pruebas para validar rumores, comentarios, noticias, contratos o intercambio con otras personas o agencias.

Considerando a la desconfianza como el rotor principal que ejerce la mayor fuerza para desmembrar una comunidad, dado que divide y separa a los miembros de toda asociación, es inexcusable dar a conocer los ingredientes y engranajes del mecanismo aislador que insulariza a los grupos y gremios sociales.

En primera instancia tenemos los comportamiento indolentes, insignificantes e indiferentes propios de la sociedad neoliberal que ha marcado un énfasis en el individualismo protagonista de competitividad y consumo, que genera un fenómeno sociológico de pérdida de confianza progresiva en el otro en la medida que sólo lo que él posee o piensa es lo que cuenta y tiene valor, de esa manera está impedido de asociarse porque ve en el otro un ser que celosamente pretende sus virtudes y pertenencias, compite en sus espacios y no está dispuesto a compartir lo adquirido.

Otro conector es la escala de diferenciación social que se ha internalizado en la sociedad contemporánea a través de un esquema o modelo de contabilización del dinero atesorado y los recursos de propiedad privada, quien más valores monetarios y patrimonio cuente a su favor adquiere un lugar en el ranking de prestigio y notoriedad social. Ahora bien, el poseedor de mayor reputación y prestigio asume un típico comportamiento de desdén con el otro, celos, arrogancia e incluso lo criminaliza en tanto lo avista como un potencial despojador de su fortuna.

Los otros dos factores de la maquinaria separativa de comunidades son, uno de carácter público y otro privado. El primero tiene que ver con la opacidad de los gobiernos en todos sus niveles y las estructuras sociales y políticas vigentes, las cuales a través de las inundaciones de arrogancia, prepotencia, violencia y corrupción van alejando y destruyendo los depósitos de confianza que la ciudadanía había realizado en el Siglo XX, desde la crisis de los años 1986 en adelante, la credibilidad en los gobernantes es cada vez menor y las políticas públicas no atienden los riesgos y peligros de la inseguridad en general, debilitando los lazos de confianza.

En lo privado acontece algo similar con la construcción social que se ha hecho de la fidelidad, pretensión de fraguar una unión y perpetuación de relación familiar o de pareja, no obstante, la vigilancia y atención de la exigencia transita por los celos, la desconfianza y el hostigamiento, razón por la cual no es posible construir o tejer un vínculo de confianza a través de recursos de la desconfianza.

Finalmente aparecen varias vetas generadoras de desconfianza y resquemores que rompen los hilos asociativos de la urdimbre social, entre ellos podemos mencionar el narcisismo y consumo, la moda, selectividad, exclusividad, productos limitados, prestigio que son incomparables, distintivo, excepcional y con el sello personal.

En definitiva, todo el arsenal de enseres son para ataviar la arrogancia en una sociedad que instaló la diferenciación social a través del dinero y el consumo. A todo ello le agregan la posverdad, que contraviene a la verdad, la honestidad, la buena fe y la sinceridad humana en general, en cuanto toda información, averiguación y aseveración no está fundamentada en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, las creencias o anhelos del público. En síntesis, es una ventura de pensamiento mágico, prodigioso que busca insertar una mentira que distorsione la realidad.

Militarismo velado en la guerra contra el narcotráfico

La Guerra contra el narcotráfico fue un proceso desbordante, abarcativo y atalayador a lo largo del país, fue más allá de los propósitos anunciados y sigue manteniendo una estrategia oculta: destruir el entramado social, romper todos los hilos asociativos, deshilachar la extensa urdimbre social, sembrar en la subjetividad colectiva signos de desconfianza, demoler los sentidos de pertenencia comunitarios, deslocalizar a las familias, segregar grandes segmentos sociales con historicidad en su territorio y ante todo, acabar con las iniciativas colectivas que se oponían al régimen.

El propósito anunciado por la presidencia de la república no soportó, a través de los años, la prueba de constatación, fue una lucha desigual, infructuosa, costosa para la población civil y finalmente arrojó combustible sobre el fuego porque los datos revelan un incremento de las organizaciones criminales, puesto que en 2007, operaban 20 organizaciones criminales que estuvieron involucradas en 79 enfrentamientos o ataques ya sea entre ellas o con la autoridad y para 2011, estaban en operación 200 grupos criminales que solo en ese año estuvieron implicados en más de mil enfrentamientos.

La tasa de mortalidad en 2007, de víctimas letales por cada incidente era apenas de 0.08 (en promedio un civil muerto por cada 10 enfrentamientos) y en 2011, esta tasa ya era de 1.9 muertos (en promedio dos personas muertas por un solo enfrentamiento).

Con respecto a los Detenidos en los enfrentamientos aumentaron más del 300%: El promedio de detenidos por enfrentamientos pasó de 0.4 en 2007 a 1.7 en 2011. Sin embargo, los analistas calcularon que cada enfrentamiento adicional protagonizado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) representó un incremento del 8% en los homicidios en el trimestre inmediato al evento, y del 3% en el año inmediato.

Entre los resultados que arrojan los estudios destaca que entre 2007 y 2011 fueron registrados en total tres mil 327 combates entre las fuerzas armadas y federales con células de grupos delictivos. Más del 84% de dichos incidentes fueron propiciados por los propios soldados o policías y el resto fue en respuesta a una agresión directa [7].

Es importante resaltar el sentido y orientación de la guerra, tuvo y aún persiste en mantener un vector de letalidad, esto es, no apresar al delincuente sino matarlo, liquidarlo sin que exista una mediación. La intervención de los cuerpos armados institucionales, La Martina y Ejercito nacional, al igual que los cuerpos policiales, es disparar y después indagar, bajo esa consigna han caído bajo las balas miles de connacionales inocentes y transeúntes que fueron víctimas de delaciones falsas e indicios errados, falsos positivos o civiles que indiciaban para revelar resultados de una lucha infecunda. El 86% de los civiles abatidos por el Ejército y la Marina, entre 2007 y 2011, fueron asesinados con un índice de "letalidad perfecta". Un indicio de ejecuciones extrajudiciales y uso excesivo de la fuerza a gran escala.

Los datos rebasan la capacidad de asombro que un ciudadano común pueda desarrollar, la mejor forma de analizarlos y segmentarlos para futuras investigaciones es acudir al Programa de Política de Drogas (PPD) que el CIDE creó donde registra los pormenores de esta confrontación que desgranó muchos núcleos comunitarios en especial en zonas de Tamaulipas, Sinaloa, Chihuahua, Zacatecas, Michoacán, Morelos, Colima, Guerrero, Veracruz, Baja California, Nayarit y Jalisco [8].

Asimismo, hay que resaltar el efecto dispersión o diáspora que viven los grupos delincuenciales, por una parte, la diseminación es producto de la disputa de territorio y la búsqueda de nuevas rutas de distribución y traslados, por otra la ocupación de espacios territoriales abandonados por el acoso militar, dándose un efecto de reproducción de células de narcotráfico que multiplica el negocio y abre nuevos frentes de batalla. Los nuevos espacios confrontativos buscan afanosamente arroparse en comunidades populares o carenciadas, en poblados alejados de la urbe para instalar laboratorios y zona o área de seguridad, avituallamiento y despliegue, de ahí que muchas comunidades empobrecidas fueron atormentadas tanto por el ejército como también por los grupos criminales.

Visto de esta manera el escenario de confrontación militar, poblados, desarrollos urbanos populares, comunidades serranas, ciudades complejas sufrieron la penetración de la criminalidad y la guerra, algunas de las veces porque la delincuencia optaba por resguardarse en áreas donde la visita militar fuese escasa o nula, en otras ocasiones porque la complicidad con gobernantes locales y estatales le ofrecían los dominios donde la vigilancia era nula y la actividad ilícita pudiese mantenerse activa y lucrativa tanto para los narcos como para los que guardaban la secritud, o secreto y garantía de supervivencia.

Obviamente, al romperse los pactos de los acuerdos y al pasar la guerra al terreno de la geopolítica del crimen, los espacios vitales fueron invadidos sorpresivamente, la presencia militar fue más de combate que de vigilancia, donde casi siempre los delincuentes evaden la refriega y son los ciudadanos los que padecen las consecuencias nefastas de pueblos arrasados, muertes sin justificación ni culpables y desalojos que confluyen en ríos de desplazados que deambulan por los territorios de México. Los registros nos prestan cifras alarmantes, el INEGI señala que, sólo entre 2010 y 2015, 691 municipios del país comenzaron a despoblarse. Entre 2006 y 2010 en 827 municipios del país se ha experimentado un aumento en la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes. Para tener un mapa de lo que representa el flujo de desplazados, es conocido en varias publicaciones que hasta 2016 en el mundo existían alrededor de 38 millones de desplazados, dentro de ese gran paquete el Observatorio de Desplazamiento Interno del Consejo Noruego para Refugiados establece entonces que como resultado de todo lo anterior en Colombia existen hoy en día 6.04 millones de personas desplazadas al interior del país (el 12% de su población); en México al menos 281 mil 400; en El Salvador 288 mil 900; en Guatemala 248 mil 500;8 en Honduras 174 mil [9].

Recogiendo lo más importante, toda guerra algún día finalizará, no son infinitas, algunas veces pactan los bandos confrontados, singularmente cuando caen en cuenta que el enemigo es perpetuo e incontrolable; en otras ocasiones pasan a otro escenario, al control a través de los miedos, desaparece o baja de intensidad la parte bélica pero queda la herencia del miedo, no a los agentes confrontados, sino temor a los gobernantes locales que quedaron después de la reyerta de balas y muertes.

Entonces aparece la partera de la historia con una nueva concepción de la política posconflicto, elaborar nuevas formas de trabajo con categorías nuevas y no con las mismas que generaron la guerra, si volvemos al esquema de recomponer el esquema de hacer política con los legados y herramientas que provocaron la lucha, navegamos en un círculo vicioso de paz perentoria y guerra cíclica. Si desplazamos el miedo en la política, el panorama es alentador.

Una reflexión de Corey Robin en su libro El Miedo, es aleccionadora en la medida que nos sugiere re-pensar que el resultado de una guerra de todos contra todos no hace más que perpetuar las condiciones que promueven el miedo en la gente, estado anímico que no protege al hombre ni asegura sus bienes, más bien le asegura la continuidad del miedo. En síntesis, la política del miedo que proviene y hereda de la guerra implica el derrocamiento del imperio de la ley, la eliminación de la familia y la destrucción de la cultura. El miedo, suponemos, coincide con la barbarie y es la antítesis de la civilización.

Epilogo

Los centros de producción militar trabajan a la par de la industria de invasión ideológica que instala dispositivos en la subjetividad colectiva para subordinar los pensamientos y elucubraciones a las intenciones y objetivos de la sumisión militar, es así que Tom Secker y Matthew Alford han incursionado en los análisis de contenidos de las múltiples maneras, esquemas y proyectos que los servicios militares y de seguridad estadounidenses interfieren en Hollywood, basándose en una publicación de 4.000 páginas de documentos bajo petición de Freedom of Information. Producto de ello es el nuevo libro National Security Cinema, donde los autores demuestran fehaciente y puntualmente que el Pentágono, la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional han incursionado en la producción al menos de 800 importantes películas de Hollywood y 1.000 títulos de televisión. Es probable que sea sólo la punta del iceberg, ya que ellos reconocen [10].

El objetivo es la domesticación ante la creciente militarización cuya presencia en la última mitad del Siglo XX en América Latina fue símbolo de golpe de estado, proscripción de partidos políticos, vejaciones, persecuciones políticas, destierro de todo signo de ideología de izquierda y muerte. Hoy en todas las naciones de Latinoamérica, léase gobierno autoproclamado “progresista” o de derecha, los militares desempeñan un factor importante en la seguridad pública, la lucha contra el narcotráfico y en algunos países son los altos funcionarios de ministerios de perfil civil como vivienda, salud, educación, transporte o desarrollo económico.

Bajo el paraguas de la cotidianización militar los comportamientos y conductas adoptan nuevos perfiles y hábitos, dado que conlleva a las comunidades humanas a adaptarse y admitir que los enfrentamientos, las confrontaciones bélicas y la muerte son parte del escenario rutinario, donde no hay sobresaltos al pasar la frontera entre la ficción y lo real con las vivencias que va transcurriendo y coexistiendo en cada uno de los miembros de la colectividad.

El espectro social es asombroso, el drama de la muerte está omnipresente en distintos espacios y lugares de la sociedad, las estrategias militares hasta ahora no son efectivas ni certeras para combatir la delincuencia, su apuesta a la letalidad no permite ahondar las ramificaciones del sujeto abatido ni ayuda a descubrir el entramado del cartel de la droga, la muerte sella toda investigación y el fenómeno delincuencial prosigue su desarrollo y expansión. Del lado de la delincuencia también hay respuesta letal y el resultado de esta refriega es la responsabilidad asignada al bando de los narcotraficantes de ser autores directos e indirectos del 72 por ciento de los homicidios que se cometieron en el primer semestre en el país, ejecuciones del crimen organizado entre bandas y otras veces atentando contra las comunidades y los pueblos, de acuerdo a la organización Semáforo Delictivo, incluso, agregan, hay estados donde excede el 80 por ciento como Guanajuato, Nayarit, Veracruz, Baja California, Colima y Michoacán.

En el primer semestre del año 2017 ocurrieron 12 mil 155 homicidios, cifra que rompe “récord histórico” la cual representa un incremento del 31 por ciento respecto al mismo semestre del año anterior y 16 por ciento más que en el primer semestre del 2011, el peor año de la administración de Felipe Calderón. 30 estados, de 31 que tiene México, reportan incrementos en el delito de homicidio, la mitad de ellos con aumentos superior al 30 por ciento; las entidades con las tasas más altas son Colima, Guerrero, las dos Baja California, Sinaloa y Chihuahua. Si ponderamos las cifras y las tendencias por entidad federativa, devela que 2017 culminará con una cifra aproximada de 24 mil homicidios y más de 16 mil ejecuciones, adicionando una tendencia incremental en la extorsión que hasta el primer semestre del año subió 26 por ciento, al igual el secuestro y robo de vehículo en un 15 por ciento [11].

Ante el cuadro dantesco que viven y afrontan las comunidades de las entidades federativas mencionadas y agraviadas por la atrocidad del crimen que las asola, el recurso expedito y súbito es salir de sus lugares domésticos hacia otras poblaciones, a alojarse en casas de familiares que viven lejos de su circunscripción, otros a poblar tierras marginales de pueblos vecinos o capitales de estados colindantes, todos formando grandes conglomerados de desplazados por la guerra. Muchas veces desconocemos los actores que provocan el éxodo, si son parte del crimen organizado o de los castrense, no obstante, el factor militar está presente.

El drama del desplazado está vinculado con la desagregación comunitaria, se da en el migrante forzado a salir por la implosión social que pulveriza los vínculos sociales y las formas de organización en la medida que el crimen, la violencia y los hartazgos colisionan, rompen la barrera del equilibrio y da pie a rupturas, desavenencias, riñas, conflictos y muerte entre los moradores de un mismo lugar, todo ello arroja como resultado desagregación persecuciones, vendetta, odios y expulsiones de la localidad.

Otro factor a tener en cuenta es la continuidad el drama al momento que es expulsado, dado que la persona que deja el lugar, su espacio que tenía le había permitido elaborar una subjetividad de pertenencia donde el sitio era suyo. Al ser expulsado por la violencia va a otra sociedad donde, de entrada, no está claro que hay un lugar para él. Está por ver si el desplazado tiene o no un lugar propio en la sociedad de llegada. Aunque en el fondo también habría que plantearse si el migrante realmente tenía o no un lugar en su sociedad de origen [12]. En esta afirmación del espacio negado y el espacio ocupado aparece un punto de tensión entre quien emigra a un lugar ajeno y quien reside en un lugar que le es negado, porque quien llega a un lugar y obtiene un espacio laboral o residencial no tiene en parte la vida resuelta porque muchas de las veces hay residentes originarios que no han contado con ese derecho o lo han tenido negado y surge un punto de conflicto entre el emigrante y el originario que termina con desenlaces fatales y en algunas de las ocasiones alebresta odios, rencores, riñas y conflictos que refrendan de nuevo la guerra.

Finalmente, la guerra contra el narcotráfico ha dado pie al surgimiento de “zonas grises”, es decir, territorios de violencia y delincuencia no controlados no el gobierno, ausente de normas y reglas de convivencia, franjas territoriales de no derechos, sin acceso a la defensa, autoridades ausentes y con un solo destino: la muerte.

Quienes sufren los desarreglos comunitarios son los actores expulsados, los errantes y desplazados, porque llevan en el subconsciente la cuña incomoda de la inseguridad y la amenaza como papel envolvente de sus pensamientos. Intimidación y coacción inmanente a sus pasos, como señal, signo o manifestación de un peligro que lo acecha, anunciándole que está en permanente riesgo y deterioro de su voluntad, andando y desandando los caminos que en todo momento percibe peligrosos y cercanos a la muerte.

No es el fin de las comunidades, pero sí estamos arribando a campos minados dentro de los recintos comunitarios, los celos, desapegos por temas y asuntos comunes, la indiferencia ante los padecimientos del otro, lo indolente como expresión pasiva o neutra ante el dolor y la muerte en distintas localidades cercanas, el sálvese quien pueda y con sus recursos porque la codicia y el egoísmo prevalece como comportamiento individual y lejos de toda solidaridad humana.

* Robinson Salazar Pérez es director de la Red www.insumisos.com, doctor en Ciencias Políticas y Sociales, sociólogo de formación. Correo electrónico: salazar.robinson@gmail.com

Notas

[1] Calvo Rufanges, J. 2016, “La militarización de la educación y los valores”, en Mentes militarizadas, Icaria, España, Pags 13-22.

[2] Aguilar, Valenzuela, Rubén, 2016, “La revolución, el PRI y la imposibilidad de nuevos relatos: Los Mitos del gobierno -1920-2015, en Comunicación gubernamental en acción. Narrativas presidenciales y mitos de gobierno. Edit. Biblos,Argentina, Pags.207/214

[3] S/N, 2017, Obediencia Constitucional, documento leído el 5 de julio de 2017 en https://es.scribd.com/doc/97937009/La-Obediencia-Constitucional.

[4] Boucheron, Patrick y Robin Corey, 2016, El Miedo, Capital Intelectual, Argentina

[5] ídem, pag. 49

[6] Informe sobre desarrollo humano honduras 2006 hacia la expansión de la ciudadanía: La violencia social y la inseguridad ciudadana: limitaciones centrales para la construcción de una ciudadanía activa, leído 9 de julio 2017, en http://pdba.georgetown.edu/Security/citizensecurity/honduras/documentos/Social.pdf

[7] Publimetro, 2017, “Resultados de Investigaciones del Centro de Investigación y Desarrollo Económicos (CIDE)” en Las alarmantes cifras que dejó la guerra contra el narco de Calderón, 13 de febrero de 2017, leído en https://www.publimetro.com.mx/mx/noticias/2017/02/13/alarmantes-cifras-que-dejo-guerra-contra-narco-calderon.html

[8] Ver datos y mapas en http://www.politicadedrogas.org/PPD/index.php/index.html

[9] Rubio Díaz Leal Laura • Pérez Vázquez Brenda, 2016, “Desplazados por violencia. La tragedia invisible” en Revista Nexos, enero, leído 10 de julio de 2017 en http://www.nexos.com.mx/?p=27278

[10] Cook Jonathan, 2017, Wonder Woman', una heroína que sólo el complejo militar-industrial podría crear, en: http://www.lahaine.org/wonder-woman-una-heroina-que, La Haine, 20/07/2017.

[11] Arellano García César, 2017, Del crimen organizado, el 72% de homicidios en primer semestre: Semáforo, publicado el martes, 25 jul 2017 en La Jornada, http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2017/07/25/crimen-organizado-responsable-de-72-de-homicidios-en-primer-semestre-ong

[12] V.A. 1998, La interculturalidad que viene: El diálogo necesario, Icaria/Antrazyt. Fundación Alfonso Comín, España, 1998

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