Hemisferio Izquierdo: En la actualidad, las valoraciones en torno a la situación económica del Uruguay oscilan entre una visión optimista que destaca que se han logrado controlar los efectos más negativos de la crisis internacional y el país ha mantenido niveles de crecimiento en un marco de estancamiento económico regional; y por otra parte una valoración más negativa que señala que, en tanto no se ha transformado la matriz productiva, ni el tipo de inserción internacional de la economía uruguaya, ni se han alterado las relaciones de poder y propiedad de la estructura económica nacional, el Uruguay sigue reproduciendo desigualdades y continúa a la merced de las crisis recurrentes propias de la globalización capitalista. ¿Cuál es su diagnóstico de la situación económica del Uruguay actual? Gabriela Cultelli: Por una parte, no creo que el Uruguay haya logrado controlar los efectos más negativos de la crisis mundial, pues dada la inestabilidad económica, política y social que vive hoy el mundo, sería muy osado afirmar que la peor parte de la crisis mundial ya pasó. Es posible que lo que estemos viviendo no sea una crisis más de las tantas sufridas por los países centro del desarrollo capitalista mundial. Puede que esta vez, nos encontremos ante una transformación imperialista, que viene de la mano del derrumbe de una forma de funcionamiento capitalista, con grados de especulación universalizados, que más temprano que tarde estaba obligada a ajustarse. Cuando en los años 1990 y 1991, se desintegraba la Unión Soviética, tiempos de desaparición del otrora “campo socialista” y avance de la llamada globalización, se pensaba en el comienzo de una era especial de superpoder imperial encabezado por EEUU, más que en el final de un imperio como vislumbramos menos de 30 años después. Las propias entrañas del monstruo (parafraseando a Martí) desencadenaron toda su fuerza y con ello, sus propias contradicciones internas. Las cosas son más complejas que un mercado de subibajas de ofertas y demandas.
Por otra parte, y analizando la situación interna nuestra, se reconoce que es la primera vez en el Uruguay (al menos desde 1870 y 1900 según investigaciones de Bértola y Bertino-Tajam respectivamente) que se suceden 14 años de crecimiento ininterrumpidos, con una fase del ciclo en ascenso de más de 10 años (para 2006 se habrían recuperado los niveles 1998 del PIB, o sea pre-crisis, comenzando a partir de allí la fase mencionada). No cabe duda que al cierre del 2017 la variación del PIB será positiva. Súmese el incremento constante de los salarios reales y otros ingresos relacionados al trabajo, aún con desempleo por debajo de los 2 dígitos, y a pesar que en abril trepara al punto más alto desde que en julio del 2007 se lograra esa meta (9,45%). Cabe aclarar que los famosos “vientos de cola” no fueron tales, porque lo que ganamos en términos de intercambio por la suba de los precios agrícolas hasta el 2013, lo perdimos por alza en los precios del petróleo. De lo expuesto surge, que algo tiene que haber cambiado en este país, que las estructuras económicas no pueden ser exactamente las mismas, y por tanto tampoco las de poder.
El peso del sector servicios en el PBI comparando con el 1998 (último año de crecimiento del modelo anterior) no ha sido de una variación importante, pero sí su composición interna en detrimento del sector financiero y a favor de la administración pública en general, del sector educación (muy mayoritariamente público) y salud en particular, a la vez que se destacó la importancia del sector electricidad, gas y agua (dado fundamentalmente por las empresas públicas UTE y luego OSE), así como transporte y comunicaciones, con una ANTEL que multiplicó por 6,5 su producción desde el 2005. Desde el 2005, todos los sectores crecieron, pero unos más que otros y esto hizo a la diferencia. Hasta el 2014, aunque diferenciada, año a año mantuvieron variación positiva, en el 2015 y 2016 negativa fue para el sector comercio, restaurantes y hoteles, así como para la construcción, el agro cayó solo 2015, y la industria en el 2016 y lo que va de 17. Es más, el magro crecimiento del 2015 y 2016 lo explica sustancialmente el comportamiento de las empresas públicas, ocurriendo lo mismo en el primer trimestre del 2017. Sumemos a ello la transnacionalización del agro y la industria con el advenimiento de capitales de la década pasada, y todo parece indicar que estamos en una forma de desarrollo capitalista diferente a la anterior, que el otrora Patrón de Acumulación o Modelo financiero le dio paso a nuevas formas, y al cambiar estas, y las propias estructuras de producción, las estructuras de propiedad y relaciones de poder se transforman, dónde no solo el capital trasnacional juega un papel distinto, sino el propio Estado como distribuidor en primera instancia, pero también como productor, e interventor.
Lo expuesto no puede confundirse con la superación de las vulnerabilidades que no solo tienen que medirse por la relación Deuda/PBI, o el déficit fiscal. Todo lo contrario, y ejemplo de ello es que hoy la remisión de utilidades supera el 60% de la inversión extranjera directa. Ciertamente demostramos otras fortalezas, vinculadas también a los cambios en la inserción internacional que pudimos hacer en los años pasados, apuntando a la integración regional progresista. La situación cambió, pero no se terminó. Hoy y al menos hasta el 2019 la derecha asumió en Argentina, golpe de Estado mediático en Brasil que mientras que no se sabe aún cuanto prolongará el nuevo cambio de gobierno, Venezuela empujada a una crisis social y política de gravedad, países todos con caída del PIB. Sin embargo Bolivia creció al 4,5%, Ecuador parece mejorar su situación y vuelve a ganar la izquierda, Cuba continua su camino. De hecho, nada está dicho, y la situación puede volver a ser favorable para la izquierda en el mediano plazo. Ahora bien, si volvemos al regionalismo abierto, no solo no creo que disminuyamos vulnerabilidades, si no que echamos para atrás lo recorrido en pro de una diferente inserción internacional. Estas son contradicciones que también resolverá la expresión popular organizada, incluso dentro de la misma fuerza política Frente Amplio.
HI: Desde los sectores más críticos, se señala que en un marco de depreciación de los productos primarios que el Uruguay exporta, y sin una alteración de la estructura de poder y propiedad de la economía interna, el escenario en el mediano plazo es el de un ajuste sobre los sectores trabajadores con consecuencias de desempleo y marginación. ¿Qué piensa de esta proyección? ¿Cuáles son los escenarios que cabe esperar en el corto y mediano plazo? ¿Qué lineamientos de política económica habría que llevar adelante para afrontarlos?
GC: Anteriormente decíamos que las estructuras económicas y de poder cambiaron, es más, han cambiado a lo largo de la historia, son dinámicas sobretodo en sus formas. No podemos perder de vista que a la vez que se trasnacionalizaba la tierra, se conformaba un obrero rural diferente, organizado como no pudimos antes, el instituto de colonización repartía tierras, mucho menos que las deseadas, pero también sin parangón histórico, incluso desde el 2010 fundamentalmente a colectivos de trabajadores. En la industria, la sindicalización ha sido mucho mayor, y en el propio sector público, sumado a los más vulnerables trabajadores del comercio, fundamentalmente a partir de la instalación de los consejos de salarios. Hasta el momento, aún en los años de menor crecimiento se han mantenido los incrementos salariales y por tanto de pasividades. Asimismo, la distribución desde el gasto público (salario indirecto como le llaman los teóricos de la escuela de la regulación) fue favorable también en términos de Educación, Salud, incluso hasta el 2015 también en vivienda, con programas que aún muy menguados, se mantienen. Lo que sí es real es que no podemos continuar creciendo eternamente con los esfuerzos de inversión pública, hechos en el período pasado, como lo estamos haciendo hasta ahora. Evidentemente los frutos de la inversión realizada antes, los estamos recibiendo ahora, Empresas públicas que lejos de dar déficit, repetimos, son la causa fundamental del crecimiento, efecto que podrá durar hasta el 2018 y con mucha suerte al 2019, si se sigue menguando su inversión que actualmente está en los niveles más bajos del período.
Al mismo tiempo, y si observamos el crecimiento del PIB por el lado del gasto, lo más importante continúa siendo el consumo privado, o sea de no mantenerse la política de expansión del mercado interno, por el crecimiento de los ingresos reales de la población podría complicarse. Pero el Frente Amplio tiene una suerte de compromisos institucionales (reglas, derechos, obligaciones a la interna de la fuerza política y entre ella y el resto de la población), que no son blanco y negro, ni se borran de un plumazo, y cuyos principios básicos se mantienen en el largo plazo. Es que la Economía es política, se trata de relaciones sociales específicas, pero sociales al fin, y de todo ese entramado complejo y contradictorio se va construyendo. Por tanto, la respuesta a esta pregunta no es única, y en gran medida depende de las fuerzas sociales, de su expresión en quién alcance el gobierno y con qué mayorías, y sobre todo de qué capacidad tengan esas fuerzas manifiestas en las diferentes formas organizativas (movimientos sociales, sindicatos, o del propio frente amplio), más que para defender lo alcanzado hasta hoy, para seguir profundizando no solo la distribución de los ingresos, sino de la riqueza en sí misma.
En lo expuesto se basan nuestras propuestas sobre la limitación y mayor control de las exoneraciones al capital, un nuevo impuesto a las herencias, convertir en real el impuesto al patrimonio (hoy casi extinto), volver al 30% del IRAE, además de al menos limitar la devolución del FONASA y el autofinanciamiento en parte de otros déficits como el de la caja militar (impuesto a los altos sueldos militares) que a pesar de la reforma propuesta tardará años en mejorar su equilibrio. Se trata de impulsar sustancialmente la inversión pública, para lo cual se requieren más recursos, pues ciertamente el déficit fiscal debe preocuparnos, no por las calificadoras de riesgo y el Investment grade que vinimos a obtenerlo recién en el 2012 aunque ello nos encarece el crédito (en tiempos del ciclo anterior Uruguay obtuvo esta calificación en 1997, 1 año y algo después comenzaba la debacle), sino porque los resultados negativos públicos incrementan el endeudamiento externo, y con él los grados de vulnerabilidad y dependencia. El camino no puede ser contraer el consumo, pues ello retroalimentaría el ciclo. El camino tendría que ser estimular la producción, y la que más resultado ha dado hasta ahora, es la pública. Podemos desde el Estado producir y reproducir cadenas agroindustriales alimenticias aprovechando nuestros recursos con innovación tecnológica y la incorporación del mayor valor agregado, además de continuar expandiendo las llamadas industrias inteligentes saltando con fuerza a la exportación. Asimismo, el apoyo a la autogestión obrera, no solo puede apuntar en el largo plazo a formas más socializantes de propiedad y producción, sino que puede en lo inmediato bajar el costo social y fiscal del desempleo.
Tengamos en cuenta la inestabilidad mundial, y lo poco que podemos esperar en la coyuntura actual de la Inversión Extranjera Directa. Algo así como que “nada tenemos que esperar, si no es de nosotros mismos”, o por lo menos – y parafraseando a Artigas - muy poco.
* Gabriela Cultelli es economista. Integrante del equipo de https://www.economiapolitica.uy/