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  • Mónica Riet*

Geopolítica y misiones de paz, el progresismo frente al espejo haitiano


Imagen: Casimir

El Gral. Víctor Licandro afirmaba que más allá de sus objetivos declarados, las Misiones de Paz de la ONU derivaban de las situaciones de control y saqueo que las potencias coloniales seguían ejerciendo sobre sus ex colonias, y que estas “misiones de paz”, de carácter mercenario, estaban al servicio de dichas potencias y de las multinacionales implicadas en cada caso. La ocupación militar con su fuerza de represión y disuasión, se instala para hacer posible, garantizar el orden neocolonial, nueva forma de sometimiento y sangría de un pueblo que obviamente responderá ante la agresión.

La ocupación militar de Haití por parte de la MINUSTAH en junio de 2004, bajo pedido de los EEUU al Consejo de Seguridad de la ONU que acababa de invadir el país junto a Francia y Canadá, derrocando y secuestrando al presidente Aristide, responde a la lógica de retomar el control sobre su territorio, a partir de los espacios democráticos conquistados por la resistencia haitiana desde la acumulación que hizo posible la insurrección violenta de 1986 derrocando al dictador Duvalier.

Nos cuesta incorporar a la largamente “desaparecida” Haití, a la historia colectiva del resto del continente, pero piénsese que en 1985 Uruguay salía de la dictadura con un Pacto del Club Naval consensuado entre militares, Partido Colorado y el Frente Amplio, que nos mantiene hasta hoy en una democracia tutelada.

Haití salía de la dictadura más violenta con una insurrección en 1986. De igual manera, Haití inició el ciclo de independencias en América Latina y el Caribe, es la primera de nosotros, y con su internacionalismo sirvió de refugio y retaguardia a los revolucionarios que como Bolívar, luego de una gran derrota militar, recurrieron al foco revolucionario en búsqueda de apoyo en armas, buques y combatientes, y lograron revertir la correlación de fuerzas y triunfar en el terreno de batalla.

Desde la toma de posesión de Haití ocupada militarmente por EE.UU de 1915 a 1934, la insurrección de 1986 es el primer gran retroceso, la gran derrota del imperialismo por parte del movimiento popular haitiano en el siglo XX. Una nueva Constitución refundó en 1987 el vibrante protagonismo popular, y parió la primera elección democrática libre del siglo en 1990, de donde surge el presidente Aristide, y el ciclo de elecciones “libres” que terminan con las de Martelly y Jovenel Moise, impuestas con la complicidad de la MINUSTAH, en 2010 y 2012-2017 totalmente tuteladas, donde el pueblo termina de descreer imponiéndose nuevas dictaduras de fachada democrática para quien no mire mucho, con gobernantes paramilitares vinculados a la narcopolítica, el lavado de dinero y el crimen organizado.

El partido "Lavalas" que Aristide representa, significa “avalancha”, avalancha popular que no pudo frenarse gracias también a la heroica resistencia y lucha de varias otras organizaciones populares, ni volver a su cauce más que con la ocupación de 13 años de una MINUSTAH que impuso el terrorismo de estado a través de masacres, elecciones fraudulentas, represión masiva y selectiva al movimiento social, y esa nueva arma poco estudiada que representa dentro de la guerra sicológica la violación sistemática de mujeres, jóvenes y niños, de alto impacto en la desintegración social y moral de las familias y las comunidades.

En cierto sentido, Haití constituyó una amenaza real para los EE.UU desde el principio de su historia independiente. Una Revolución antiesclavista y anticolonial protagonizada por africanos (“negros” en la jerga colonial) esclavizados, que derrotaron a una potencia militar como Francia, bajo Napoleón Bonaparte, en su propio patio trasero a escasas millas de sus costas, inquietaba y mucho. El impacto de la liberación de la primera República Negra fue tal en América, que en los puertos negreros de Brasil, se le llamaba “haitianismo” a la extraña enfermedad de la rebelión, de los instintos de libertad de los esclavos africanos. La revolución colocaba avisos pagos en publicaciones estadounidenses ofreciendo la compra de cualquier esclavo que deseara su liberación, ofreciéndole su hospitalidad y declarando que cualquier persona que en el mundo luchase por la libertad merecía llamarse NEGRO. Europa y Francia en particular, temblaban ante la “crueldad” de los bárbaros ex esclavizados.

Francia logró imponerle un bloqueo de 20 años a la Revolución Haitiana de 1804 solo gracias a la complicidad de EE.UU. Del otro lado del Atlántico, hubiera sido imposible asegurarlo por sus propios medios. Francia logró tras la asfixia de la nueva república y la traición del presidente Jean-Pierre Boyer, cobrarle por su reconocimiento internacional en 1824, la “deuda de la independencia” que sometió a Haití a una nueva dependencia de sus nuevos acreedores: EE.UU e Inglaterra. Una deuda al principio de 150 millones de francos oro luego reducida a 90 millones, que le llevó a Haití más de un siglo para pagar. Fue la primera deuda externa de un país periférico. Hoy, la suma pagada con el sudor y la sangre del pueblo haitiano equivale a más de 20.000 millones de dólares. Pero EE.UU ganó con ello el aislamiento de las ideas de la revolución, que no se propagara el ejemplo ni la idea de que era posible enfrentar y vencer al hombre “blanco” y su reinado. Un EE.UU que hacía su primera acumulación capitalista en base a la mano de obra esclava en las plantaciones algodoneras del sur, a tres pasos de esta candelera de rebeldías.

Desde entonces, el aislamiento de Haití del resto del continente latinoamericano es una obra maestra de la propaganda, de las construcciones mediáticas norteamericanas que logran invisibilizar la verdadera historia, la cruda y maravillosa realidad haitiana.

Sometida desde sus primeras grandes convulsiones revolucionarias, cuya memoria y cultura de diferentes formas permanece, la lucha de clases mezclada con las independentistas ha tenido siempre un carácter radical, porque radical fue la brutalidad, el exterminio, la explotación, el saqueo, el genocidio indígena, la desaparición forzada de millones de africanos, la esclavitud como forma de negación de la condición humana del otro, la dominación por el único medio de la crueldad y la fuerza.

Por otra parte, EE.UU no necesita otra Cuba en el Caribe, por eso no puede permitir la autodeterminación de un pueblo históricamente segregado, aplastado, explotado, marginalizado de sus propias riquezas, que busca reapropiarse de su territorio, de sus bienes naturales, de su cultura y de su numerosa diáspora altamente calificada para construir justicia social.

La ubicación geográfica de Haití es estratégica para el tránsito mercantil de la cuenca del Caribe, entrada al Sur de la costa estadounidense al mayor tráfico mercantil del mundo, por el canal de Panamá hoy duplicado por su ampliación de 2016. El Caribe es plataforma de producción, refinería y transporte de petróleo de su mayor consumidor mundial. No en vano allí se concreta la presencia de los ejércitos francés, inglés, holandés además del norteamericano, al que se le suma China con la construcción del nuevo canal interoceánico en Nicaragua. Haití constituye una importante ruta del tráfico de cocaína, el 12% de éste pasa por su territorio rumbo a EE.UU, aumentado durante la presencia de la MINUSTAH, lo que agravó una nueva forma de inseguridad ciudadana para los haitianos.

Haití se encuentra a un paso de Cuba y a otro de Venezuela, proyectos desafiantes del poder de EE.UU que focaliza hoy el interés estratégico de una escalada norteamericana y multinacional en la región por la reapropiación del control del petróleo, que mantuvieron a lo largo de la historia, sobre todo desde 1936, en que se dispara la explotación petrolera en Venezuela, hoy certificada como la mayor reserva mundial de este hidrocarburo. El golpe continuado, la guerra de cuarta generación que impulsa el Pentágono desde hace 18 años en Venezuela, es una guerra mancomunada con la oligarquía de ultra derecha, los intereses de las empresas británica BP (BP.L), la francesa Total (TOTF.PA), la estadounidense Chevron (CVX.N) y la noruega Statoil (STL.OL) que permanecieron como socias minoritarias de la estatal Petróleos de Venezuela, más otras que se retiraron por los conflictos con el gobierno bolivariano.

El control geopolítico no se restringe al mero asentamiento de bases militares (que también lo son, con o sin tropas presentes), las bases modernas son lugares conquistados y reservados para operaciones de despliegue rápido como sucedió con Haití durante el terremoto de enero del 2010. Allí EE.UU reforzó la presencia militar con el desembarco de 22.000 marines y decenas de barcos de guerra, se apoderó del aeropuerto impidiendo el aterrizaje de los aviones de sus propios aliados como Francia y Canadá, que debieron desplazarse a República Dominicana. En medio de la emergencia humanitaria, EE.UU hacía ejercicio de una demostración ostentosa e impúdica de su hegemonía en Haití y en toda la zona, respecto de sus aliados de la OTAN, a costa de la vida de la gente que la acción humanitaria intentaba salvar.

En la coyuntura actual, la ofensiva paramilitar dirigida desde el eje EE.UU- Colombia-Venezuela que busca derrocar al chavismo, degenerando en guerra civil, junto a la guerra mediática, económica, diplomática en escalada, que va coincidiendo en Colombia con el desarme unilateral de las FARC, mientras que el Estado conserva la ofensiva contra el movimiento social, sus líderes, a través del paramilitarismo que invade los territorios abandonados por las FARC, en zonas de frontera con Venezuela y Ecuador, podemos visualizar que Haití es una pieza más del anillo que rodea a las próximas presas, y que deben asegurarse cueste lo que cueste.

La posible entrada de tropas canadienses comprometidas para octubre 2017 en Haití, potencia con concesiones mineras en oro otorgadas por Michel Martelly deberá encargarse de mantener el hambre y el orden, veremos cómo. La MINUSTAH garantizó en estos 13 años la apropiación de todos los recursos en metales preciosos (oro, plata, cobre, bauxita), el despojo de tierras al campesinado y su entrega a las multinacionales para la explotación en zona franca de la mano de obra de las más baratas del mundo. Sin embargo, hace ya algunas semanas, se levantaron los obreros y obreras textiles por aumentos salariales, y son reprimidos por la Policía Nacional con el apoyo estratégico de la MINUSTAH aún presente y activa en Haití con tropas brasileras.

El espejo haitiano

El espejo haitiano ha de devolvernos la verdadera cara del nuevo “progresismo” que pasó de la oposición unánime a la participación en Misiones de Paz de la ONU, fundada en la postura antimperialista histórica que dio origen y constituyó un pilar fundamental de la identidad ideológica del Frente Amplio, al servilismo entusiasta y autocomplaciente que justifica nuevas triples alianzas, de agresión a los pueblos en Haití, el Congo o Venezuela, para que “el mundo nos reconozca“, se mejore “el clima de negocios”, nos premien “con el honor de integrar el Consejo de Seguridad de la ONU” y nos reciban en los círculos del poder mundial donde comulgamos en una misma “comunidad de ideales democráticos” con el imperialismo más guerrerista y fascista de la historia humana. Hay definiciones que son parte aguas. Haber estado en Haití durante 7 años siendo testigos de la muerte de 11.000 personas, niños, en tres días deshidratados por los vómitos y diarrea que provoca el cólera introducido por la MINUSTAH, sin levantar la voz, sin decirlo al mundo ni hacer el más mínimo gesto solidario, sin informarnos y permitir la ayuda voluntaria de nuestro pueblo, 1 millón de infectados que solo necesitaban agua potable para ser rehidratados y sobrevivir…omisión de asistencia en algo que se parece bastante a un genocidio planificado por el imperio…

Hoy se justifica el ser mercenarios, con todo lo que conlleva. Es la hora de los hornos…y nuestro pueblo más temprano que tarde, ocupará su lugar en la trinchera, lejos, seguramente, de los que ayer fueron sus referentes.

* Integrante de la Coordinadora por el retiro de tropas de Haiti en Uruguay .

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