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“La izquierda entre el sXX y la utopía del pos capitalismo no encuentra su praxis para este inicio d

Por: Hemisferio Izquierdo

Foto: Roberto Conde*

La entrevista a Roberto Conde consistió en las mismas dos preguntas realizadas a los demás entrevistados de la sección "La vuelta al hemisferio":

1.- Desde Hemisferio Izquierdo pensamos que la izquierda hace tiempo descansa en un estadio de "orfandad estratégica", lo que lleva a reproducir esquemas pensados para otro tiempo o directamente a adaptarse cómodamente a la agenda de los think tank del capital. ¿Comparte este diagnóstico? ¿Qué elementos podrían estar detrás de esta situación? 2.- En la actualidad, por diferentes razones y circunstancias, a las izquierdas les resulta muy difícil proponer y abordar temas relacionados con las vías para la superación del capitalismo. ¿Qué temas o nudos problemáticos deberían formar parte de un programa de pensamiento estratégico de transformación profunda del Uruguay actual?

A continuación transcribimos la respuesta de Conde a ambas preguntas:

Roberto Conde: La cuestión de la orfandad estratégica de la izquierda ya es generalmente aceptada como una cuestión crucial de su existencia en el mundo político de nuestros días.

La estrategia por propia definición – a diferencia de la ideología- es un concepto que pertenece al mundo de la praxis, al campo en que la comprensión de la realidad, se transforma en acción para actuar en ella. Este camino desde la existencia a la conciencia y desde la conciencia a la acción colectiva, a la lucha social, es un camino que la izquierda mantiene abierto en la época actual.

La izquierda no ha quedado reducida a los confines intelectuales del pensamiento crítico, ni a la simple exaltación colectiva de la indignación moral. Sigue siendo la causa por la cual enormes masas de seres humanos se reconocen como sujetos sociales unidos por una lucha común, vigente, posible y necesaria. La izquierda está viva aún en el momento de la consumación del capitalismo global, y precisamente por ello, ya que su aparición histórica en la segunda mitad del sXIX, su razón de ser, se explica por la necesidad de construir nuevas formas sociales superadoras de las inmorales y destructivas contradicciones del capitalismo. Destructivas en el sentido llano, inmediato y real.

La izquierda habla de la necesidad de transformación como fenómeno histórico que trasciende lo coyuntural, para construir un modo, unas formas nuevas de relaciones sociales de poder, de producción, de distribución y de convivencia, que configuren una sociedad más humana, al mismo tiempo más libre y más racional, más justa y más pacífica. La necesidad emana de la constatación de que el “sistema mundo” del capital desencadena a diario degradaciones y conflictos que ponen en riesgo la vida de poblaciones enteras, y nuestro progreso como civilización.

Se puede decir incluso que la mayor parte de la humanidad “siente” este peligro, pero esto no se ha sintetizado en una “cultura política” para una nueva construcción civilizatoria. Y esto es así porque la cultura política, que se expresa en ideas -ideología- no es uniforme en el mundo global y además está condicionada por el poder. De modo que la realidad política de la existencia de la izquierda es la lucha política por el poder de la hegemonía en la sociedad.

Sin embargo después de las experiencias socialistas del sXX, la izquierda aparece dividida y debilitada en todo el campo internacional, diríamos que global, dejando aparte la peculiar realidad de China. Su división y su debilidad son caras de la misma moneda y la explicación parece obedecer por lo menos a dos grandes constelaciones de ideas: la primera, que la caída del socialismo real del sXX significa la imposibilidad histórica de todo socialismo, la segunda que la globalización del capitalismo es irreversible, es decir que la mundialización de los poderes dominantes no se puede revertir, y que por tanto no se puede modificar la forma de sociedad que ellos controlan.

El balance del SXX todavía no está terminado, pero la necesidad de resolver en el futuro inmediato, la sustentabilidad de la vida social global, es decir para todos y no solo para una parte de los seres humanos, y el impulso de una civilización moralmente sustentada en la paz y el bien común, es perfectamente posible con los recursos y los conocimientos con los que hoy cuenta la humanidad.

A cien años de la Revolución de Octubre, vale recordar que el poder de los soviets disponía para una nueva sociedad, de poco más que tierra, herramientas, lápiz y papel. Hoy disponemos de un despliegue científico – técnico que hace posible conocer, producir, reproducir y administrar los recursos mundiales, del modo necesario para sostener la vida digna y pacífica de 7.500 millones de seres humanos. No se trata de insuficiencia de medios, se trata de crisis política y moral de un sistema corrompido y desgastado que hay que cambiar.

Y no estamos hablando de la socialización total y la planificación total de los medios productivos, utopía última y fracasada del socialismo del SXX. Estamos hablando de democracia total. De transparentar el poder, de control social de los recursos, participación social en las decisiones, expansión de la autogestión y de la economía social, ataque verdadero a la posición dominante y el control concentrado de los mercados, de romper la opacidad macabra del poder financiero, de limitar sus vías de acumulación. Se trata de masificar los aprendizajes, democratizar el conocimiento, romper la cartelización de los medios de comunicación, impulsar la productividad en función de la sustentabilidad y la reproducción ampliada de la riqueza social y no de la acumulación concentrada de capital. Se trata de asegurar las vías de realización social de todas las personas a través del trabajo digno.

Como está dicho, no se trata de la gran revolución expropiatoria mundial, se trata de lo que algunos teóricos han dado en llamar un socialismo democrático moderno. No es la superación del capitalismo, pero es el ataque frontal a su nudo neurálgico de generación de desigualdad y destrucción humana: la concentración corporativa de riqueza y de poder imbricada además en los aparatos bélicos de guerra, amenaza y dominación, y en las vastas redes del crimen trasnacional organizado, los paraísos fiscales, el lavado, la evasión y la corrupción. Todos mecanismos ampliamente utilizados para la acumulación permanente del capital.

Pero el drama de nuestro tiempo es que las experiencias de la izquierda contemporánea, trátese de la socialdemocracia europea o del progresismo latinoamericano, aún con todo su gradualismo para construir amplias alianzas policlasistas, no han podido alcanzar estas murallas del capitalismo de las corporaciones y los monopolios y asegurar una evolución de nuestras sociedades que permitan mantener en forma irreversible condiciones de vida propias de la justicia social y del goce verdadero de los derechos humanos.

Hablamos de murallas porque el capitalismo realmente existente, el del poder gigante corporativo se protege a sí mismo y se reproduce permanentemente de forma ampliada. Y esta lógica devastadora es la que cierra el camino político aún a los más tenues proyectos progresistas y socializantes.

No es una cuestión ideológica, es una cuestión estratégica: la experiencia de todo el periodo pos dictaduras, los últimos 30 años en nuestra región, muestran que la simple adaptación al capitalismo real, a su funcionamiento real, no permite bases de sustentación para un proyecto progresista.

Pero este capitalismo global real, precisamente por ser real no envuelve el planeta como una segunda atmósfera, es la forma de vida terrenal concreta, y la arquitectura de poder dentro de cada estado, y a su vez el entramado global de las empresas trasnacionales, el tablero de las alianzas geopolíticas y militares globales entre los estados, y la masificación de sus pautas de consumo dominantes. La base del poder se encuentra en la conjugación de estrategias entre los grandes estados y sus corporaciones, para la expansión y la disputa global.

La izquierda adaptativa, aquella que pretende administrar y distribuir mejor en base a productividad y crecimiento lo que la concentración del capital le permite, no logra progresar. Y para peor ha caído en prácticas de burocratismo, de aburguesamiento y ha sido infiltrada por actos de corrupción. Esta izquierda en América y en Europa todavía no ha hecho un balance profundo y riguroso acerca de su situación, si es que quiere defender su identidad y su vigencia.

La izquierda que podría decirse rupturista, aquella que intentaría un programa socialista democrático moderno con las características que se señalan más arriba, no ha logrado construir poder suficiente, construir un bloque social que le permita a la vez alcanzar el poder del estado y disputar la hegemonía social. Pero tiene la virtud de que plantea un camino necesario que no carece de realismo histórico.

La correlación de fuerzas es muy desfavorable, pero la lectura de la realidad es correcta. En particular en América Latina, las consecuencias de la crisis capitalista que se arrastra desde 2008 y el freno impuesto por las fuerzas neoliberales a los avances del “progresismo del sXXI” hace que en los últimos años la desigualdad, la pobreza y la fragmentación social estén aumentando de nuevo en casi todos los países, contracara social del bajo crecimiento y la mala distribución, del déficit fiscal crónico (fenómeno general del capitalismo) y nuevamente del endeudamiento creciente de nuestros países.

La izquierda está urgida de un momento histórico de síntesis que sólo es posible con un profundo balance de nuestra experiencia de las últimas tres décadas.

Nosotros Frente Amplio en el gobierno de Uruguay hemos evitado el “freno” pero sería un grave error estratégico no ver la amenaza de los límites. Ellos se expresan en forma cuantitativa en los números de las cuentas nacionales, de los indicadores sociales e incluso en las mediciones de opinión pública que muestran que hemos perdido apoyo tanto en las clases medias como en los sectores de bajos ingresos de la sociedad.

Somos de la opinión que no hemos alcanzado en forma suficiente los objetivos de nuestro programa, que tenemos que plantearnos objetivos más ambiciosos para 2018 y 2019 y asegurar el consenso político interno para alcanzarlos, so pena de sufrir el desgajamiento del bloque social que sustenta nuestro poder político. Es la hora de la estrategia, o del freno ante los límites.

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