1Hemisferio Izquierdo (HI): Desde Hemisferio Izquierdo pensamos que la izquierda hace tiempo descansa en un estadio de "orfandad estratégica", lo que lleva a reproducir esquemas pensados para otro tiempo o directamente a adaptarse cómodamente a la agenda de los think tank del capital. ¿Comparte este diagnóstico? ¿Qué elementos podrían estar detrás de esta situación?
Fernando Charamello (FCh): En primer lugar y antes de hilvanar conceptos y ensayar una respuesta, me parece necesario hacer algunas puntualizaciones respecto a términos que se usan habitualmente y que se da por obvio su significado. Puntualización más que necesaria ya que no quiero contribuir a la confusión generalizada que existe en el campo de las ideas políticas, y por el contrario, pretendo (modestamente) contribuir a su clarificación.
Me refiero concretamente al término “izquierda”, concepto que, si nos atenemos a su origen que viene de la revolución francesa, refiere a aquellas fuerzas que pretenden eliminar un sistema social y político, y no a quienes quieren reformarlo o modificarlo.
Normalmente se habla de la izquierda (y por lo que he leído, Hemisferio Izquierdo incurre en esa deformación) englobando en ese espacio a las fuerzas políticas denominadas “progresistas” que desde hace unos 15 años están gobernando en muchos países de América Latina.
Como no es el tema de la entrevista no puedo abusar de los lectores y explayarme sobre la naturaleza de los regímenes llamados progresistas, pero sí dejar sentado a cuenta de futuros desarrollos con el rigor necesario; que la política del progresismo (más allá de su discurso) no pretende eliminar el capitalismo sino reformarlo con la peregrina idea de “humanizarlo”, o de lograr una coexistencia estable entre el capital y el trabajo.
Las medidas tomadas en estos años no van (aunque más no fuera a paso de tortuga) en dirección del socialismo; por lo que no creo que sea una cuestión de grado sino de rumbo, se está yendo para otro lado.
No pueden, por lo tanto, ser de izquierda aquellas fuerzas que llevan década y media administrando el capitalismo sin haber modificado sustancialmente y en un sentido de ruptura, las estructuras económicas y políticas que sostienen la explotación y la opresión del Pueblo Trabajador.
De la propia pregunta inicial surge el absurdo, ya que a aquellas fuerzas que “se adaptan cómodamente a la agenda del capital”, solo se las puede considerar de izquierda subvirtiendo groseramente el lenguaje.
De todos modos no nos va la vida en la utilización del término “izquierda”. Creo que el pensamiento revolucionario en los últimos 150 años ha acuñado términos mucho más precisos para denominar los diferentes cuerpos de ideas que sustentamos y las sociedades que queremos construir.
Pero para no eludir la pregunta y anclarnos en el sentido original del término, me permitiré contestar estas preguntas refiriéndome exclusivamente a aquellas organizaciones e individuos de intención revolucionaria, es decir, que desechan cualquier posibilidad de reformar el capitalismo (que no es lo mismo que pelear puntualmente por reformas) y siguen empujando el objetivo de enterrar este sistema y construir una sociedad, a la que algunos imaginamos comunista y libertaria.
Desde este enfoque entonces, me permitiré sostener que no se debe prostituir el lenguaje, la izquierda es revolucionaria o no es izquierda.
Hechas estas puntualizaciones y yendo a la pregunta, me parece que no es correcto hablar de “orfandad estratégica” ya que dicho concepto implicaría, a mi modo de ver, una ausencia de estrategia, lo cual es inexacto.
A la estrategia de la izquierda se le puede hacer todas las críticas que se quiera, pero estrategia tiene.
La estrategia, entendida como el conjunto de los elementos políticos (etapas, vías, fuerzas motrices, alianzas, etc.) que componen el camino hacia los objetivos trazados; está presente en las formulaciones programáticas de todas las organizaciones y con más o menos elaboración también en la cabeza de los miles de individuos que no están encuadrados en ninguna orgánica específicamente política.
Lo que sí es inocultable a esta altura, son las carencias, algunas endémicas, y las insuficiencias de los lineamientos estratégicos que la izquierda intenta desplegar para convencer a la mayoría de los explotados y oprimidos de que el capitalismo es irreformable y que si no emprendemos cuanto antes un rumbo decidido hacia un orden social radicalmente diferente; la propia existencia de la especie humana está comprometida.
Esas enormes carencias nos han llevado al pobre panorama que presentamos hoy las fuerzas anti sistémicas, fragmentadas en infinidad de pequeños grupos, incapaces de articular una mínima unidad de acción en torno a elementos en común que los hay, infectadas de sectarismo, personalismo y suficiencia teórica, y con un implante absolutamente marginal en la clase trabajadora (ni hablemos en los sectores excluidos), que compromete cualquier mínima incidencia en el proceso político del país y la región.
Creo que más que hablar de orfandad, diría a modo de diagnóstico que la izquierda descansa hace tiempo en un estadio de “precariedad estratégica”, en una falta de realismo político y en una inconsistencia propositiva; que la lleva a repetir esquemas perimidos, o a refugiarse en una dinámica autorreferencial y autocomplaciente, o a rebotar una y otra vez contra el medio social.
Las explicaciones a esta situación hay que buscarlas, me parece, en cuestiones que hacen a la etapa histórica que vivimos, por un lado, y por otro a la falta de un balance colectivo, sincero e implacable, de las luchas del siglo XX, para sacar todas las conclusiones y no repetir los mismos errores.
La etapa histórica que vivimos es todavía de retroceso. La clase trabajadora está todavía aplastada por la derrota de todas las variantes de superación del capitalismo que se desplegaron en la década del ’60 y que sucumbieron frente a la reacción. A esas derrotas hay que sumarle la derrota de las “ilusiones democráticas” de la salida de la dictadura y la caída del llamado campo socialista que repercutió negativamente en todos los sectores, aún en aquellos que considerábamos a la URSS una potencia imperialista liderando un bloque que de socialismo tenía muy poco.
Esas derrotas, además del altísimo costo en vidas que le significó a nuestra clase, marcaron el retiro (momentáneo en términos históricos) de cualquier proyecto anti capitalista y la adaptación a lo existente, con el consiguiente deterioro ideológico y político de las aspiraciones y demandas de los trabajadores.
Es cierto que hubieron en las últimas cuatro décadas infinidad de revueltas, levantamientos, expresiones de rebeldías varias, porque la rebelión de los oprimidos es una constante que se verifica en cualquier época histórica.
El caracazo, el levantamiento zapatista, el argentinazo, la guerra del agua en Bolivia; fueron todas muestras de que seguían habiendo reservas de rebeldía en los sectores explotados y oprimidos de nuestra América y que no sería en forma pacífica que se impondrían los planes imperiales para nuestro continente.
Pero no fue posible darle continuidad y perspectivas a esos ramalazos de dignidad y las fuerzas del sistema terminaron recomponiendo la normalidad burguesa, aunque tuvieran que sacrificar a muchos de los viejos partidos del establishment político.
Esos signos de la etapa histórica, marcan los límites objetivos que tiene la izquierda para incidir decisivamente en el curso histórico. Sería anti dialéctico pretender una incidencia que no se correspondiera con el estado ideológico y espiritual de las clases explotadas y oprimidas. Eso hay que tenerlo claro.
Lo que sí es nuestra responsabilidad y no podemos eludirla, es pasar revista a los momentos históricos donde tuvimos incidencia y los resultados, sabiendo que las conclusiones que saquemos deberán ser insumos para un tiempo histórico muy distinto, con desafíos inéditos algunos, y también con elementos intemporales que están en el ADN de cualquier sistema de dominación, desde el esclavismo en adelante.
Varias revoluciones e innumerables situaciones revolucionarias y pre-revolucionarias a lo largo y ancho del planeta, contienen un bagaje enorme de experiencias, de cuyas enseñanzas no se puede prescindir por más rasgos diferenciados que encontremos en la configuración del capitalismo de hoy.
Seguramente haya más elementos que expliquen nuestra marginalidad actual, pero considero que estos dos tienen que estar en los análisis de la situación actual, de cara a revertirla.
HI: En la actualidad, por diferentes razones y circunstancias, a las izquierdas les resulta muy difícil proponer y abordar temas relacionados con las vías para la superación del capitalismo. ¿Qué temas o nudos problemáticos deberían formar parte de un programa de pensamiento estratégico de transformación profunda del Uruguay actual?
FCh: La transformación profunda del Uruguay no puede pensarse más que en el marco de un proceso internacional, mínimamente regional, más allá de lo específico de cada formación social.
Esto, que ya era un rasgo bastante evidente a principios del siglo XX; hoy con la internacionalización de todos los aspectos de la vida social y política y la posibilidad de interconexión plena entre los seres humanos al alcance de la mano; ha tirado al basurero de la historia cualquier planteo del tipo “socialismo en un solo país” e incluso de “liberación nacional” en los términos más vulgares al uso.
Respecto a la superación del capitalismo lo primero que quiero señalar es que no adhiero en absoluto a ninguna variante del pensamiento determinista. Aquella frase famosa muy usada en los ’60: “la humanidad marcha inexorablemente hacia el socialismo” es nada más que una simple expresión de deseos, sin respaldo empírico alguno, a mi modesto entender.
La humanidad no va “inexorablemente” a ninguna parte. Ira, no inexorablemente sino concretamente, hacia donde la empuje la voluntad consciente de la mayoría de las mujeres y los hombres, orientados hacia la tarea de hacer posible una sociedad de igualdad y bienestar para todos.
La segunda afirmación ineludible es que ESTÁN DADAS TODAS LAS CONDICIONES MATERIALES para que en el planeta vivan el doble de los humanos que vivimos hoy, en armonía entre las distintas comunidades, y en armonía con la naturaleza, con la tierra, que es nuestro hogar común. No tienen ningún sustento empírico los planteos reduccionistas de que los recursos naturales o el territorio habitable ya no alcanzan para todos.
Naturalmente que la condición para que esto sea posible es la de enterrar definitivamente este sistema irracional e inmoral que es el capitalismo y cerrarle el paso a cualquier variante post-capitalista que reproduzca bajo nuevas formas la explotación y la opresión de las grandes mayorías.
La tercera afirmación es que es cada vez MÁS URGENTE enterrar este sistema, porque los riesgos reales de una catástrofe nuclear o climática se han acrecentado dramáticamente, y el panorama sombrío de extinción o de degradación civilizatoria de la especie humana; dejan la ciencia ficción y se instalan en la historia. Los pronósticos de Rosa Luxemburgo a principios del siglo XX de “Socialismo o Barbarie”, cobran estremecedora actualidad.
Por lo tanto la superación del capitalismo es un imperativo moral de primer orden para los revolucionarios.
Respecto a la estrategia de la izquierda para reanudar el curso hacia la emancipación del Pueblo Trabajador, es un tema de extrema complejidad como para abordarlo globalmente y con el rigor necesario en este breve comentario, por lo que me permito exhortar a los lectores y colaboradores de este espacio a jerarquizar la elaboración y el debate en torno a este tópico, del cual solamente aportaré hoy algunas simples reflexiones.
Me parece imprescindible, ineludible, urgente, tener una caracterización adecuada de la fase en que se encuentra el capitalismo en términos globales, porque vemos a menudo análisis que se apoyan en una fisonomía del capitalismo siempre igual si mismo, como si no fuera un producto histórico en permanente evolución, en función de las contingencias de la lucha de clases.
Sin hacer concesión alguna al determinismo ni al catastrofismo, parece bastante claro que hace rato se terminó el periodo de auge del capitalismo, que ya dio todo lo “positivo” que podía dar y hoy está en plena decadencia, sin que esto signifique que va a colapsar solo, por sus propias contradicciones.
Consideramos que el capitalismo vive una fase depredadora, parasitaria y mafiosa.
DEPREDADORA porque la lucha por los recursos naturales adquiere ribetes de rapiña y saqueo como en la época colonialista, y tiene al planeta permanentemente al borde de una conflagración mundial.
PARASITARIA porque los instrumentos financieros se han multiplicado exponencialmente y su valor ficticio decuplica el valor de la producción material sobre la cual descansa.
MAFIOSA porque todas las formas del delito organizado, de la “economía ilegal” (tráfico de drogas, armas, órganos, personas y su correlato de homicidios) se han salido de madre por la necesidad imperiosa del capital de contrarrestar la implacable caída de la tasa media de ganancia y justificar la multiplicación y tecnificación de los aparatos represivos.
Ese progresivo despojamiento de todo ropaje civilizatorio alcanza naturalmente a las formas burguesas de representación y a todo el entramado político-jurídico que sustenta y le presta justificación a las relaciones de explotación.
De la época en que la burguesía era “una clase revolucionaria” al decir de algunas corrientes, no quedan ni rastros y la rozagante sonrisa del parlamentarismo de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, ha dejado lugar a una mueca avejentada que se sobrevive penosamente a sí misma.
Esta caracterización, de ser correcta, da de lleno en la estrategia de aquellas corrientes políticas que consideran que los ámbitos institucionales del sistema (gobiernos, parlamentos, instituciones estatales y para-estatales) son “un frente más de lucha” y le otorgan un grado de neutralidad que permitiría el despliegue de una política revolucionaria en su seno.
Esta estrategia institucionalista tuvo condiciones materiales y políticas de justificación en la época “juvenil” de la democracia liberal, época en la que Lenin planteara su famoso axioma de que “el parlamentarismo está agotado históricamente pero no políticamente” (debate con los comunistas alemanes).
Pero pasaron casi 100 años y el proceso histórico ofrece ejemplos a puñados de la aplicación concreta de esa estrategia de avanzar desde la ciudadela del enemigo y parece haber dado su veredicto sobre las posibilidades reales que ofrecen esos “frentes de lucha” a la emancipación de nuestra clase.
Creo que cualquier estrategia realista de transformación pasa inevitablemente por esquivar la telaraña mortal de las instituciones burguesas, por no ceder al canto de sirena del capital, por evitar los callejones sin salida que la ideología del sistema disfraza de “caminos de superación”.
*Fernando Charamello es Secretario de Propaganda del Sindicato de Artes Gráficas y militante de la Tendencia Clasista y Combativa.