
Cuesta sentirse representada. Quizá porque soy mujer y soy joven. Y nuestra participación política en Uruguay demuestra lo marginales que somos en la toma de decisiones.
Se dice que la participación de las mujeres en un elemento clave para aportar calidad a la democracia y que debería reflejar la composición de las sociedades. Sin embargo, mientras las mujeres somos el 52% de la población, nuestra participación política en todos los órdenes encuentra su techo debajo del 20%. Y si observamos cuántas de esas mujeres son jóvenes el panorama es aún más desértico.
Si bien han habido algunos avances, se hace difícil pensar en la viabilidad de la construcción de un sentido común plural en este escenario. Es difícil sin la voluntad de los partidos, que dadas las señales públicas parecen ser limitadas. Esta demanda no es solo de las mujeres sino de toda la sociedad, dos de cada tres personas creen que deberían haber más mujeres en política. Ocho de cada diez personas consideran que sería positivo que el país tenga una mujer presidenta en los próximos 10 años, pero las mujeres ni siquiera somos consideradas en el marco de una estrategia electoral.
La paridad se suma a una serie de compromisos políticos que el Frente Amplio tiene que asumir. Una serie de críticas que debe absorber con madurez para repensar el escenario político que le toca atravesar. Un camino que será caracterizado por el avance de la derecha, los valores neoliberales y las maniobras que pondrán en jaque la estabilidad de los gobiernos progresistas. Un desafío que además es caracterizado por la escasez de líderes y lideresas con ideologías firmes y visibles.
De problemas y movimientos
El problema del deseo
Es complicado defender al Frente Amplio (y al gobierno), en buena medida porque cuesta entender qué quiere y hacia dónde va. Y cuando parece medianamente que podemos entender por dónde va cuesta todavía más defenderlo. La falta de discusión emerge en un cúmulo de señales non progresistas que atentan directamente sobre las bases ideológicas y ponen en cuestión el nivel de simpatía de organizados y desorganizados. Con discurso y práctica parece querer conquistar a conservadores que difícilmente vayan a estar alguna vez de su lado, pero lo intenta, una y otra vez, dejando de lado a la base que acompañó históricamente y que todavía acompaña. Esto complica a las personas y organizaciones que de alguna manera se han sentido identificadas con la fuerza política, pero que hoy en día no logran interpretar las señales, generando una mezcla de sensaciones que van desde “la complicidad del declive” a “la traición”. Las dificultades en la gestión de la disidencia es, sin dudas, uno de los emergentes más evidentes de la crisis de deseo que atraviesa la fuerza política.
El Frente Amplio necesita dar una discusión profunda sobre lo que quiere hacer, y cómo quiere hacerlo. Partiendo de la autocrítica, tiene que ser una discusión lo más horizontal y abierta posible, alejada de movimientos cupulares, dispersando la síntesis política. Necesita problematizar sobre temas de los que no quiere hablar, cómo son los prohibitivos costos de las campañas electorales, la transparencia y la corrupción, por mencionar algunos. Debe dar la discusión sacudiendo sus propios tabúes para poder establecer un horizonte estratégico común que sea acompañado y empujado por el colectivo.
El problema de la marca
Actualmente el Frente Amplio genera emociones negativas en mucha gente. En particular entre aquellos que se consideran de izquierda, cuestión que debería encender una alerta. El problema de la construcción de marca es directamente proporcional a la crisis de deseo. El Frente Amplio se ha resignado al montaje de una hegemonía o una cultura de izquierda, una pérdida que a una porción le duele y a otra parece no importarle. La fuerza política no tuvo la capacidad de capitalizar los logros asociados a la agenda de derechos, un conjunto de leyes impulsadas desde el seno del movimiento social y llevadas adelante mucho más “a pesar de” que “gracias a” el Frente Amplio. Claro que hay que reconocer el papel fundamental de la fuerza política para hacer viable estas leyes pero el mérito de asumir riesgos no es del Frente Amplio. Esta agenda, que es caracterizada por el impulso y su freno, demuestra a través de las dificultades en su implementación y la falta de defensa ante ataques, que sigue sin sostenerse firmemente desde la fuerza política y que su asidero parece bastante más frágil de lo que quisiéramos. Esta tibieza tampoco conquista a los opositores, dando como resultado una fuerza de seducción nula.
El Frente Amplio necesita crear una identidad de marca que contemple estética y contenido. Pero antes que nada, necesita reconocer la importancia de esta herramienta en el mundo actual y su construcción debe reflejar las ideas y las prácticas que predica. Debe asumir que la comunicación estratégica y el marketing político no es terreno neoliberal. Porque de esto los neoliberales saben, y mucho, por eso han sabido conquistar disidentes de izquierda y centro con brutal éxito.
El problema de la juventud
Uruguay no es un país tan envejecido como mucha gente piensa: más de la mitad de la población tiene menos de 35 años. Este dato tiene que ser tenido en cuenta para hacer política. La juventud debe ser vista como la fuerza de construcción que es, y no desde la falta de confianza, el estigma y la discriminación. Las grandes revoluciones del mundo fueron -y son- llevadas adelantes por jóvenes, por una cuestión vital y por la capacidad creativa inherente a esta etapa de la vida.
Debemos considerar que el electorado también se renueva, siendo cada vez más grande la separación etaria entre votantes y votados. Lo natural es identificarnos con lo que se nos parece y la metodología de construcción de líderes pares podría ser la apuesta. Parece sensato dejar de pensar tanto en los que ya decidieron no elegirlos y pensar en los que vendrán. Estos nuevos votantes tienen menos vicios, no parten del descontento y aterrizan en el mundo de la democracia con necesidades de identificarse y expresar lo que piensan a través del voto.
Es fundamental encontrar maneras de reivindicar y representar a lo joven, y para esto es necesario alentar a la inevitable renovación generacional. Que tan traumática sea esa renovación va a determinar qué capital político se genera y hacia dónde. Los jóvenes ya están haciendo política hace rato. Y no lo hacen pidiendo permiso. La decisión de que tan traumática es la renovación depende de los viejos, tanto los de la generación 68 como los de la 83. Los acuerdos entre estas generaciones tampoco deberían comprometer la inminente emergencia de las generaciones posteriores. Porque entre otras cosas, si la renovación es bloqueada por el Frente Amplio resulta bastante probable que exista la voluntad -y las herramientas- de construir otra cosa. Las capacidades juveniles de organización por fuera de la fuerza política están demostradas, también la capacidad de seteo de agenda y el manejo de la opinión pública. Este componente generacional ha permitido articular cuestiones transversales con un variopinto enorme de colectivos a nivel nacional, que incluye partidos políticos, organizaciones de lo más diversas, colectivos religiosos y grupos de voluntariado. La reivindicación de la juventud debe tener contenido, no alcanza con caras jóvenes aisladas. La emergencia de la juventud debe tener ritmo y sustancia. Debe tener cabezas y cuerpos jóvenes, organizados, convencidos de saberse juntos tras objetivos que son construidos por el colectivo y no impuestos.
El problema de la izquierda
Correrse al centro ha sido la estrategia del Frente Amplio en los últimos años y es la insuficiencia renal de su propia crisis. El techo electoral de la fuerza política es claro y se sitúa en la mitad de los votos, aún en el auge del romance que dio lugar al primer gobierno. Lo que ha sostenido históricamente al Frente Amplio es su base. Una base que es de izquierda y está organizada. Esa base, que es la que sostiene y sale a buscar los votos, no es capaz de aguantar todas las provocaciones sin fagocitarse. El Frente Amplio debe entender que nunca va a representar a toda la sociedad. Y que su zona de confort y su usina creativa no debería dejar de ser de izquierda, porque esta es la matriz de su base. También debe tener claro que la fidelidad de la base puede ser finita y que su capacidad de enamoramiento por fuera de ellas es limitada.
El problema de la omisión
Los movimientos actuales tienen la capacidad de autoorganizarse más allá del Frente Amplio. Incluso, ni siquiera encuentran en la fuerza política un aliado natural, capaz de catalizar procesos. Esto se debe en gran medida a la soberbia de la fuerza política respecto a los movimientos, en los que no ha confiado y a los que subestima sistemáticamente. No es posible que el Frente Amplio siga dando la espalda a la emergencia de temáticas que generan movilización masiva y que se animan a dar batalla al status quo. No es posible que el Frente Amplio no genere discurso sobre estos temas y que no sea una plataforma capaz de canalizar discusiones. Aún cuando los temas generan niveles de exposición enormes en la opinión pública el vacío es evidente. Estos movimientos tienen un clarísimo componente generacional. Basta ver la estrategia, la estética y las caras de las personas que forman parte. Basta ver cómo interactúan entre sí, cómo hay un acuerdo común implícito que intenta ir contra el Uruguay conservador.
Tres expresiones de movimiento
NOALABAJA logró movilizar jóvenes en todo el país y dar vuelta un plebiscito que parecía imposible. Puso sobre la mesa el estigma y la discriminación que pesa sobre los adolescentes en conflicto con la ley y batalló contra la idea de la cárcel como solución a todo. El plebiscito no prosperó, se le dijo que NO a un impulso conservador. Sin embargo, años después y a pesar de la voluntad popular, el aumento de penas y la demagogia penal sigue siendo la tendencia en Uruguay. Mientras, el gobierno no asume responsabilidad real y efectiva con los adolescentes en conflicto con la ley y por ende, con el resto de la sociedad. Nuestro sistema penal adolescente es una olla a presión, en permanente riesgo de explosión. La tensión entre la ausencia de un proyecto de izquierda para abordar esta población y una burocracia con escasas herramientas técnicas, conviven con redes delictivas que operan dentro y fuera de los centros de privación de libertad.
El pasado #8M fue un antes y un después para la lucha de las mujeres en Uruguay y en la región. En todo el país fueron cientos de miles de personas tomando las calles. Sin embargo, la movilización masiva y las recurrentes señales que dicen que esta realidad no da para más no parece generar reacciones a nivel político. La síntesis política que da cuenta que la revolución será feminista o no será no parece quedar muy lejos. Y nuevamente, la respuesta penal es la única que encontramos para una problemática compleja como es la violencia basada en género. Apuntando a las consecuencias en vez de a las causas. Mientras discutimos alrededor de una tipificación penal siguen matando mujeres.
Los jugadores del fútbol uruguayo están haciendo historia. Este movimiento, que tiene claro que el fútbol no es de unos pocos, está dispuesto a darle pelea a la mafia y a las corporaciones que hoy dominan nuestro principal deporte. Lo hacen visibilizando la lucha de clases y las desigualdades sociales presentes en el fútbol. Lo hacen todos juntos, con una participación enorme. Con un nivel de adhesión pocas veces antes visto en un conflicto de trabajadores. Lo hacen a pesar de las denuncias penales y las amenazas que tienen los poderosos como respuesta. Y en el medio, porque el fútbol es mucho más que un juego de pelota y representa un espacio de identificación enorme, se expresan por el fin de la violencia hacia las mujeres, logrando que todos los planteles vistan un brazalete con la leyenda #NiUnaMenos en el campeonato uruguayo.
La respuesta común a todos estos movimientos ha sido el silencio. O peor aún, la omisión. El sistema político ha representado el vacío. La falta de altura y honestidad intelectual, de valentía para salir de la zona de confort y hacerse cargo con responsabilidad de demandas articuladas. Dar la espalda parece no tener costos, pero los tiene. Se han llevado la pelota para que no juegue nadie. Pero el partido no se gana sin correr riesgos. El partido no se gana sin jugar.
Es hora de encontrarnos en la cancha para dar la discusión.
* Denisse Legrand es comunicadora y licenciada en Gestión Cultural. Coordina NADA CRECE A LA SOMBRA, un proyecto que pretende impulsar procesos de desistimiento –alejamiento del mundo del delito- a través de la promoción de acciones socioeducativas en cárceles. Participó desde sociedad civil en diversas campañas asociadas a la conquista de la agenda de derechos.