Hemisferio Izquierdo (HI): ¿Qué es el FA hoy y qué papel cumple en el proceso político de Uruguay?
Nicolás Machado Güida (NMG): Parece importante abordar el análisis de la fuerza política Frente Amplio desde tres aspectos; como instrumento político de la izquierda uruguaya, desde el aspecto programático y como fuerza política en el gobierno.
Como instrumento político, y quizás por deformación profesional para hablar de lo que es hoy el FA tengo que hacer mención a lo que fue. Sin dudas aquél Frente Amplio del 71' fue una síntesis política de la izquierda, acumulación de fuerzas populares, fruto original de la experiencia de luchas. Una herramienta que se propuso sustituir al bloque dominante por otro que fuera capaz de llevar necesarias e impostergables transformaciones en un capitalismo dependiente que atravesaba una crisis estructural. En este proceso la necesidad de una acción unitaria del campo popular se evidencia en la unificación del movimiento sindical, antecedente directo de la consolidación de proceso de unidad política reflejado en la creación del Frente.
En el aspecto programático, el instrumento político estaba dotado de “bases” que aglutinaban a las distintas fuerzas que lo conformaban. Se puede afirmar que el programa de 1971, sin ser un programa socialista, esto es, sin que se planteara la socialización de los medios de producción, era en cambio un “programa de transición”, ya que de alguna manera proponía transformaciones. De alguna manera abría la posibilidad, ponía a correr la rueda de cambios en la historia. Pretendía, de cierta forma, una transición de las estructuras productivas del capitalismo uruguayo hacia un horizonte de transformación, de socialización de los medios de producción como fin último.
Ahora bien, entre “las bases del 71” y el primer gobierno del FA corrió mucha agua debajo del puente.
Es ampliamente conocida la tesis de la “moderación programática” que fue procesando el FA a lo largo de su historia y de cómo esta le permite llegar al gobierno. El programa de 1971 y el del primer gobierno del FA tienen enormes diferencias. La pérdida de contenidos de izquierda es paulatina y evidente. Y uno de los instrumentos privilegiados para comprender esa moderación es analizar cómo se relacionan con una política de alianzas. Las alianzas con sectores que no tenían el horizonte socialista como meta implicaron negociaciones que trajeron aparejadas renuncias de programa. El año 1989 es clave, punto de inflexión a nivel mundial, el derrumbe del “socialismo real” tuvo como repercusión inmediata conmover al socialismo y cuestionar al marxismo, la izquierda uruguaya no fue inmune padeciendo sus efectos. En 1994, el proceso que lleva a la conformación del Encuentro Progresista supone el final de aquel “programa de transición de 1971” y su sustitución por uno que se proponía corregir, gestionar, mejorar, pero ya no transformar.
Con ello se procesó otra transición, el frentismo dio paso al progresismo, y el horizonte socialista a una socialdemocracia desteñida. El FA no asume plenamente una identidad socialdemócrata, más coherente con su accionar político actual, pues ello sería renunciar al apoyo de los sectores de izquierda. Pero en definitiva, lo que sucede es que de la política de alianzas y de la renuncia a un programa de transformaciones profundas, nace un progresismo emparentado con una identidad socialdemócrata no del todo asumida.
Muchos actores tuvieron responsabilidad directa en defender y llevar adelante esta política de alianzas, en negociar la moderación del programa, en el llamado a las “actualizaciones ideológicas”. Actualizaciones que implicaban una especie de formateo por el cual se renunciaba paulatinamente al programa, las tradiciones y el horizonte socialista. Esto me recuerda una dura polémica que mantuvo Lenin en 1913 con algunos miembros de su partido, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, por lo que él entendía una renuncia al programa y la táctica. Afirmaba que había agentes oportunistas que sin renegar del partido, lo liquidaban como tal, transformándolo en otra cosa. Los denominó “liquidacionistas”. Lo cierto en el caso del FA, es que algunos actores comenzaron a pesar cada vez más en las estructuras, liderazgos fuertes fueron marcando la política de alianzas, reclamaron moderaciones, actualizaciones y actuar con pragmatismo. En definitiva, en ese proceso se fue liquidando el frentismo. La llegada al gobierno departamental de Montevideo profundizó la consolidación de una corriente dentro del FA que reclamaba el abandono del “lastre doctrinario” y su sustitución por el pragmatismo. Así, por ejemplo, el gobierno municipal comenzó con una amplia política de tercerizaciones.
Otro mojón importante en la consolidación del proceso es la reforma constitucional de 1996, ésta hacía muy difícil llegar a las mayorías necesarias para acceder al gobierno. Muchas voces se levantaron defendiendo la necesidad de profundizar aún más la construcción de un “partido atrapatodo” para poder acceder al gobierno nacional. Nuevas alianzas permitieron el ingreso de amplios sectores, cuyo único interés inmediato era un reposicionamiento electoral, cambiando nuevamente la composición de la fuerza política y con ello profundizando la renuncia al frentismo.
Es importante entender cómo se activan los procesos de control hegemónico. La necesidad de construir mayorías especiales vino de la mano de una teoría que afirmaba que la estrategia para lograr una victoria electoral era captar a un supuesto “electorado de centro del espectro político”, pero la propia operación intelectual de construcción de ese electorado de centro es ideológica ya que supone a conjunto de sujetos que tienen posturas políticas moderadas, con un perfil renuente a los cambios estructurales, todo lo cual es funcional al mantenimiento del statu quo. Adaptar un programa para captar votos de esa construcción conceptual hegemónica es adaptarse a la dominación.
Durante este proceso la apuesta principal del FA pasaron a ser los votantes, y a medida que el FA se transformó en un partido de gobierno, el proceso terminó siendo la consolidación de un partido que fue cambiando militantes por votantes, transformándose en “centroizquierda” (como gustan decir los politólogos) pasando, poco a poco, a ser un interlocutor aceptado, tanto por las élites de poder criollas como extranjeras, pero a costa de reducir el alcance y la posibilidad transformadora de sus propuestas. Así, al final no se construye una alternativa al capitalismo sino tan solamente al neoliberalismo más crudo y duro. En esta lógica progresista bastaría con una serie de reformas, algunas políticas sociales y algunos otros correctivos para mitigar los problemas del neoliberalismo. Otra lógica, derrotada en ese proceso, proponía analizar esos problemas como efectos sistémicos y así colocaba al capitalismo como problema.
La contradicción interna, esa cohabitación incómoda entre la supervivencia de los principios del ‘71 y las alianzas y sus moderaciones fue resuelta alejando al Frente Amplio de sus objetivos fundacionales. Entre la gestión y la transformación ganó la primera. La gestión del sistema imperante por medio de la continuidad de una política económica que tuvo como metas el equilibrio fiscal y el control de la inflación. Se apostó a la gestión por medio de la concertación con los partidos tradicionales. Un ejemplo en tal sentido consistió en la búsqueda de acuerdos educativos con estos partidos y de espaldas a los movimientos sociales. Las políticas en torno a la seguridad pública han tenido un contenido claramente conservador reforzado los discursos meramente represivos y punitivos.
En tanto gobierno, la lógica de la competencia electoral se impuso, fagocitando a la fuerza política e imprimiendo una dinámica según la cual la concepción sobre qué es ser frenteamplista está muy ligada a las elecciones, una especie de electoralismo identitario. Se es frenteamplista por oposición a ser blanco y colorado, por oposición a los partidos tradicionales, en oposición a la derecha, se es frenteamplista porque se está contra Lacalle Pou, Bordaberry o Novick. No se es ya frenteamplista por la adhesión a un programa de transformaciones estructurales, pues eso no existe más. En algunos militantes persiste una apelación casi mítica a pedir respeto por aquel lejano programa fundacional, sobre todo en cada giro conservador que da el gobierno, pero tal programa es parte de la historia, no tiene vigencia, fue liquidado. Igualmente no deja de sorprender, al leer las Bases Programáticas del tercer gobierno del Frente Amplio, la enorme cantidad de veces que aparece el concepto de igualdad de oportunidades, idea de justicia social relacionada, por sus orígenes y consecuencias, a la derecha política.
Los cambios que ha vivido la fuerza política se avizoran muy especialmente en la relación con el movimiento sindical. Hoy día un militante frenteamplista puede considerarse de izquierda, frenteamplista de ley, y ser profundamente antisindicalista, eso habla de una operación ideológica que ha alejado al FA de su original discurso obrerista, pero que, por sobre todas las cosas, demuestra como síntoma que en la dinámica social ha realizado una opción por escapar del conflicto y abogar por la concertación. Al decantarse por esta opción el movimiento sindical ya no es visto como un socio para los cambios, o formando parte de un movimiento que junto con la herramienta política va hacia los mismos objetivos, sino como un mal necesario al que muchas veces hay que poner en coto. La inserción del FA en las reglas de la política institucional, su institucionalización y tradicionalización, han tenido como efecto inmediato inhibir la convocatoria a la movilización social. Dos hipótesis son posibles al respecto, o bien el gobierno actuó sobre la fuerza política desmovilizando o, en cambio, la fuerza política se desmovilizó al alcanzar el gobierno nacional. Sea cual sea la dirección de la estrategia, el resultado es el mismo, la pérdida del movimiento.
El punto crítico es que no se pudo (o más bien no se quiso) conjugar la relación entre la “democracia representativa” (delegativa) y una democracia participativa, abierta a la intervención popular, con movilización y deliberación de las bases sociales del proyecto político.
Esta contradicción es paradojal, ya que los escenarios más exitosos para una política de izquierda siempre estuvieron ligados con su posibilidad de acumular movilizando. Están estrechamente relacionados con la capacidad de combinar organizaciones sociales y políticas en función de una estrategia o proyecto compartido por el conjunto del campo popular. Por ello, desmovilizar y divorciarse de los movimientos sociales es un síntoma de una metamorfosis en su última fase. La mutación total del frentismo en progresismo.
A mí entender el FA como síntesis política de la izquierda uruguaya está agotado.
HI: ¿Qué tendencias se afirman en esa fuerza política y qué rumbos posibles cabe esperar?
NMG: El frentismo con componentes de transición, que apostaba a la movilización social, a una democracia participativa y a cambios estructurales perdió la interna con un progresismo que se encargó de liquidar ese “programa de transición” del 71. No es agotamiento de cansancio sino de fin de ciclo.
La izquierda uruguaya tuvo un programa de transición hecho para la realidad de 1971, carece de uno para la realidad actual. El Frente Amplio no es, ni quiere ser la herramienta política para construir uno.
Los síntomas de este agotamiento se aceleran en el gobierno pero tienen sus antecedentes en la renuncia de un horizonte superador y esto sucede claramente desde 1994. Desde el gobierno, las contradicciones aumentan con la nueva coyuntura económica. En el año 2005 se encuentran con un ciclo de crecimiento económico que hoy muestra fuertes síntomas de haber llegado a su fin. Este crecimiento permitió distribuir sin modificar la propiedad de los medios de producción y sin afectar sustancialmente las tasas de ganancias. Al alterarse esta condición sine qua non se están modificando las pautas redistributivas, con una fuerte tendencia al abandono del “pacto distributivo”.
Hay medidas que tomó el FA que difícilmente la derecha hubiera podido llevar adelante, por lo menos no sin enfrentar fuertes oposiciones. En este sentido cabe mencionar dos ejemplos, la ley 18.786 que habilita los contratos de participación público privada, y, recientemente, el decreto del 20 de marzo de 2017, que le da discrecionalidad a la Policía para actuar sobre movilizaciones que perturben “la libre circulación, el orden público y la tranquilidad”. El FA todavía logra la justificación y aceptación de proyectos y medidas que de ser llevadas por colorados o blancos serían, para amplios sectores de las organizaciones sociales, inaceptables.
¿Cuál es el proyecto? Esto es, ¿cuál es el proyecto más allá de ganarle a la derecha? ¿Gestionar mejor? ¿Ser más eficientes? ¿Más sensibles a los efectos traumáticos del sistema capitalista?
El FA en tanto opción electoral mantiene plena vigencia. Lo que se agotó fue el Frente como unidad política, herramienta en función de un proyecto de transformaciones estructurales definido, vinculante y aglutinante. Estoy convencido de que el proceso es irreversible, la metamorfosis está completa. El progresismo se tragó al frentismo. El FA es hoy un partido “atrapatodo” y de coalición, construido sobre una historia de síntesis política de la izquierda pero sobre un edificio cuyas vigas son meramente reformistas. Los grupos que pasaron a conformar el FA lo hicieron negociando renuncias programáticas. Negociando con actores internos la liquidación del programa fundacional. Aún si existiera interés de algún sector por retomar la senda de las transformaciones esto implicaría necesariamente romper con los sectores hegemónicos. Los que impulsaron la moderación ideológica por la vía de las “actualizaciones”, aquellos que han propugnado alejar al movimiento de la herramienta política no participarán en ninguna fuerza que proponga el socialismo como horizonte. Estos sectores están porque el FA tiene ahora su programa y son éstos quienes controlan su política económica.
En la actual coyuntura se acelera el divorcio con los movimientos sociales y se procesan ajustes, coincidiendo con el momento de mayor debilidad geopolítica regional donde las fuerzas más conservadoras se reagrupan y ganan posiciones. Mientras tanto el FA parece no haber tomado nota de las duras lecciones de los países vecinos, que profundizando procesos de divorcio y ajuste, se quedaron sin quien los defendiera.
* Militante de ADES Montevideo, profesor de Historia, estudiante avanzado de la Lic. en Ciencias de la Educación (FHCE).