
Imagen: "Campo de trigo con una alondra" (Vincent Van Gogh, 1887)
De dónde venimos...
Durante los últimos quince años en Uruguay han desaparecido más de 12.000 establecimientos agropecuarios, lo que corresponde al 21% del total. Este dato se desprende al comparar los dos últimos Censos Agropecuarios, realizados en los años 2000 y 2011. A su vez, dentro de los establecimientos que ya no están, más del 90% correspondía a predios con menos de 100 hectáreas de superficie. Esta desaparición se evidencia como proceso o tendencia casi permanente desde la década de 1960 hasta nuestros días, con un grupo social como protagonista menos favorecido de esta historia: los productores familiares. Justamente entre el año 2000 y el 2011 desapareció el 22% de los productores familiares uruguayos, principalmente en aquellos que tenían como rubros principales la horticultura (39% menos ente un censo y el otro), la lechería (32% menos) y la ganadería (14% menos)[1]. Éstas tres actividades sumadas concentraba para 2011 a más del 80% de los productores familiares.
Pero mientras los establecimientos menores a 100 hectáreas pasaron a representar el 55% del total y a ocupar tan solo el 4,5% de la superficie agropecuaria, los establecimientos con más de 1.000 hectáreas fueron los únicos que aumentaron su cantidad entre censos, pasando a representar el 9% del total y a ocupar el 66% de la superficie agropecuaria del país en el año 2011. Los rubros que más crecieron en cuanto a superficie fueron la agricultura de cereales y oleaginosos (que multiplicó por 5 su superficie, con la soja como “planta sagrada” de este crecimiento) y el monocultivo forestal (que casi duplicó su superficie). Ambas actividades sumadas pasaron de ocupar el 6% de la superficie agropecuaria total del país en el año 2000, a ocupar el 18% en el 2011[2].
Resistiré
Si bien analizar las bases de ese fuerte proceso no es el objeto central de este artículo, es uno de los puntos de partida fundamentales para discutir el posible papel de la agroecología. Por un lado esta desaparición y decomposición de la producción familiar es propia de la existencia y el avance de las relaciones mercantiles en el campo. Mientras algunos productores dedican más tiempo de trabajo en producir el mismo producto que otros, al momento de competir sus mercancías en el mercado aquellos que hayan dedicado mayor tiempo de trabajo que la media estarán transfiriendo un excedente de trabajo a aquellos que produzcan por debajo de la media, sentando así las bases para un constante proceso de diferenciación social, donde unos pocos agricultores se diferencien enriqueciéndose y que una mayoría lo haga empobreciéndose, lo que se visualiza con la progresiva pérdida de sus medios de producción y posterior proletarización[3]. A este proceso se suman otros mecanismos a través de los cuales son extraídos excedentes del trabajo de los agricultores familiares y campesinos. Deere y De Janvry[4] proponen tres mecanismos principales por los cuales los campesinos son expoliados de sus excedentes: mediante la renta de la tierra (derivada de la propriedad privada de la misma), mediante los impuestos (recaudados por el Estado de diferentes formas) y mediante los mercados (siendo la forma más común, incluyendo los mercados de productos, de trabajo y del dinero). Este proceso de destrucción de la producción familiar no ocurre de manera lineal, sino de forma contradictoria, con distintas fuerzas que operan a favor y en contra. Aquellas fuerzas que se oponen a la tendencia principal de la diferenciación social podemos entenderlas como contra-tendencias[5], como pueden serlo las políticas que protejan o estimulen a la producción familiar.
Es ante las tendencias que se acaban de mencionar, que los campesinos o productores familiares responden con diferentes estrategias o formas de resistencia. En este sentido, Piñeiro[4], entendiendo que el proceso de extracción de excedentes es central en las posibilidades de reproducción o destrucción del campesinado, propone una definición de resistencia como aquellas formas de acción, colectivas o individuales, ejercidas por miembros de una clase subordinada, que limitan la extracción de excedentes o que son capaces de afectar la intensidad con la cual el excedente es extraído. Las diferentes formas que tome la resistencia de los agricultores familiares ante la extracción de excedentes dependerán de la intensidad de esa extracción y de la presión y/o represión que sobre ellos ejercen las clases dominantes.
Entre las formas colectivas de resistencia aparecen principalmente las organizaciones sociales y políticas que representan los intereses de agricultores familiares y campesinos, pero también podrían considerarse aquellas estrategias asociativas que buscan resolver las principales restricciones estructurales de sus sistemas de producción. Dentro de las formas individuales de resistencia se encuentran principalmente la desmercantilización parcial (disminuyendo la compra-venta de mercancías y aumentando la proporción del autoconsumo dentro de lo producido) y la búsqueda de ingresos extra-prediales. Entre éstas se podrían incluir también las estrategias que Carvalho[6] entiende necesarias para que el campesinado disminuya su nivel de subordinación con relación al capital: retomar la capacidad y la voluntad política de producir alimentos para su autoconsumo, modificando así su matriz de consumo familiar; cambiar su matriz tecnológica de producción rumbo a una propuesta que evite los altos niveles de dependencia que hoy tienen los agricultores con relación a la agroindustria capitalista.
Ante este proceso de diferenciación social, propia del avance y profundización del capitalismo en el campo y en particular en América Latina, desde algunas organizaciones, instituciones y espacios académicos nacionales se ha intentado avanzar en la búsqueda de alternativas desde hace ya algunas décadas. El fortalecimiento de las organización de productores familiares y asalariados rurales. La lucha por el acceso a la tierra, en contra de la concentración y extranjerización de la misma. Demanda de políticas públicas de apoyo a la producción familiar. La construcción de estrategias asociativas que intenten actuar como contra-tendencias a dicho proceso. El esfuerzo por conocer en profundidad las formas actuales de organización social y productiva del capitalismo en el campo: el agronegocio. En fin, una serie de esfuerzos por conocer e intentar contrarrestar ese avance que, en su gran mayoría, ponían foco en las relaciones sociales de producción y aquellas que hacen principalmente a la organización social del trabajo en el campo, presentándose entonces como estrategias de resistencia colectivas y contra-tendencias.
Ajo y agua
Las transformaciones del agro uruguayo en los últimos años también trajeron aparejadas importantes efectos ambientales y en la salud humana. El crecimiento en la superficie de cultivos agrícolas fue acompañado por el aumento en la importación de agrotóxicos, que se quintuplicó entre 2001 y 2013. Más del 70% de lo principios activos importados correspondieron a herbicidas, 12% a insecticidas y 9% a fungicidas[7]. Asociado al aumento en el uso de estas sustancias, se generaron importante cantidad de denuncias por fumigaciones terrestres y aéreas sobre escuelas rurales y zonas pobladas, así como presencia de herbicidas en reservas de agua potable, de insecticidas en peces y de importante cantidad de muerte de abejas en todo o país[8][9], con el dato reciente sobre la presencia de herbicidas en miel uruguaya de exportación. La cantidad de fertilizantes de síntesis industrial importado también se quintuplicó en esos años, contribuyendo a las altas concentraciones de nitrógeno y fósforo en el agua de nuestras principales cuencas hidrográficas con destino a consumo humano, en algunos casos alcanzando valores próximos a los producidos por fuentes urbanas e industriales[10].
Los impactos ambientales y en la salud del avance del capitalismo en el campo no son nuevos, así como tampoco sus denuncias y la búsqueda de propuestas alternativas. Desde fines de la década de 1970 este tema surge como alarma, en aquel momento ante la evidencia de los efectos en el ambiente del modelo productivo y de desarrollo que se expandía, en especial la propuesta de la llamada “Revolución Verde” en América Latina. La degradación y contaminación de suelos, agua y bienes naturales, asociado a la destrucción de ecosistemas y al avasallamiento de territorios campesinos, generó en diversas organizaciones e instituciones la necesidad de buscar otras formas de producir y relacionarse, entre las personas y con el ambiente, a lo que se sumó en lo últimos tiempos la presión cada vez mayor en la demanda, principalmente en mercados de exportación, por alimentos sin presencia de agrotóxicos. Medidas de manejo que favorezcan los ciclos biológicos y ecológicos. Recuperación de tecnologías locales y ancestrales. Búsqueda de mayor diversidad e interacciones entre especies vegetales y animales. Sustitución del uso de insumos externos de síntesis industrial con medidas de manejo e insumos generados en el propio lugar. Estas y otra serie de propuestas, provenientes tanto del intercambio y la acción de las organizaciones campesinas como de la investigación y producción académica, se centraron en su mayoría en modificar las relaciones técnicas de producción, intentando avanzar hacia alternativas de manejo ecológico de los agroecosistemas.
¿Y entonces la agroecología?
La Agroecología surge justamente entorno a la década del ´80, como búsqueda de respuestas a estas primeras manifestaciones de los impactos ecológicos y sociales en el campo, producto del avance del capitalismo en la agricultura y la difusión del modelo tecnológico de la Revolución Verde y el agronegocio[11]. Pero durante todos estos años la construcción del concepto de agroecología no solo se ha ido transformando, sino que bajo su “paraguas” se cobijan diferentes enfoques y prespectivas que en muchos casos distan bastante unas de otras. Desde entenderla como un práctica de manejo ecológico de los bienes naturales y agroecosistemas, pasando por presentarla como un marco teórico para analizar los procesos agrícolas de forma amplia, siguiendo por verla como una disciplina científica que estudia la agricultura desde una perspectiva ecológica, hasta proponerla como un movimiento social, cultural y político. Es por ello que se hace necesario ver dónde estamos parados.
Eduardo Sevilla Guzmán, uno de sus principales teóricos y referentes, plantea que la agroecología se presenta en sus primeros momentos como una forma de resistencia individual o comunitaria, como un primer intento de desmercantilización de la vida y la producción de alimentos por parte de agricultores familiares y campesinos. Luego avanza en la búsqueda de formas alternativas de producción y circulación de los alimentos, principalmente en nivel local, expresándose entonces como forma colectiva de resistencia al modelo productivo hegemónico y al avance del capital sobre el territorio, buscando la construcción de otras relaciones técnicas (basadas en el manejo ecológico de los agroecosistemas) y sociales (entre los propios agricultores y con los trabajadores de las ciudades). Para esto comienza a desarrollarse el diálogo entre el saber popular y el saber científico de cara a construir propuestas superadoras. Finalmente, la resistencia colectiva se transformó también en propuesta política, de enfrentamiento al avance del capital y de construcción de alternativas a partir de los movimientos sociales populares. La disputa ya no ocurría solamente en el territorio agrario, sino también en el ámbito político y en la lucha contra la hegemonía que propone el modelo del agronegocio.
Es así que, retomando el concepto de resistencia que presentamos antes y a partir de lo planteado por Sevilla Guzman, podríamos considerar a la agroecología como una forma o conjunto de estrategias de resistencia del campesinado y de la agricultura familiar, que combina tanto acciones individuales como colectivas. Para las organizaciones y movimientos sociales la agroecología aparece entonces al mismo tiempo como una herramienta para resistir y confrontar el avance del capital sobre la agricultura y los territorios, así como un conjunto de alternativas concretas de producción de alimentos y de realización de la vida en el campo, donde el centro no sea la producción de mercancías y el lucro[12].
A continuación plantearé algunas dificultades y contradicciones, que por momentos aparecen como falsas oposiciones, con las que a mi parecer se enfrenta el desarrollo de la agroecología en nuestro país. Las expreso como reflexiones que no intentan ser enunciados cerrados, ni presentarse como síntesis, sino que buscan convertirse en desafíos para caminar.
¿Agroecológico, ecológico, orgánico?
La confusión aquí no es solamente de términos o definiciones académicas, sino que posee una base en el desarrollo de este tema durante las últimas décadas y se expresa en la legislación vigente. Hasta el momento la principal normativa que incorpora esta temática a la legislación nacional es el Decreto 557/008 de 2008, que crea el Sistema Nacional de Certificación de la Producción Orgánica. Este decreto utiliza el término “producción orgánica” para incluir indiferenciadamente la producción orgánica, ecológica y biológica dentro de la misma definición. Para ello los únicos elementos que se mencionan al definir este “método de producción” es la no utilización de productos de síntesis química (industrial), ni organismos genéticamente modificados (OGM)[13]. Esta normativa hace foco en la calidad de los alimentos con posible destino a los mercados internacionales.
Pero el tema no es únicamente de definiciones en los papeles, sino que aparece como central por ejemplo para diseñar política públicas sobre el tema. Dentro de la misma legislación se fundamentan tanto los sistemas de certificación de la producción orgánica con destino a la exportación (principalmente de carne), como la certificación participativa que busca el desarrollo de la agroecología en el país, con los consecuentes conflictos que trae esta doble perspectiva intentando convivir bajo el mismo paraguas legal. Incluso dentro de los Censos Agropecuarios se identifica de la misma manera (como establecimientos con certificación de producción orgánica) situaciones extremas: tanto grandes productores ganaderos de base empresarial, que producen en base al trabajo asalariado y sin grandes cambios en sus manejos tecnológicos, vinculados estrechamente en planes de negocios con la industria frigorífica de capitales transnacionales, cuya producción se destina principalmente a la exportación y es certificada por empresas extranjeras; como pequeños agricultores familiares, generalmente con producción diversificada en base al trabajo familiar e introduciendo el manejo integrado de base ecológica, que producen principalmente con destino al mercado interno y local, cuya certificación se realiza por sistemas participativos de garantía. Basta comprobar que según datos del Censo del año 2011, 260 establecimientos habían certificado su producción orgánica forestal y 251 la de carne bovina. Estos 511 establecimientos no solo corresponden a más del 60% de los establecimientos con su producción certificada como orgánica, sino que sumados manejaban cerca de 994.000 hectáreas totales, lo que representaba el 95% del total de la superficie en manos de productores certificados como orgánicos y el 6% de la superficie agropecuaria total del país[14].
Esto evidencia parte de las contradicciones mencionadas antes, donde una de las pocas herramientas normativas que supuestamente se propone contribuir “a la conservación del ambiente y de la agricultura familiar”, así como a “obtener agro ecosistemas sustentables desde el punto de vista social, ecológico y económico”[13], hasta el momento principalmente regula y ofrece las condiciones a producciones fuertemente concentradas en pocos productores muy grandes y en algunas cadenas agroindustriales en manos de capitales transnacionales, destinadas a la exportación.
¿Relaciones sociales versus relaciones técnicas?
Como vimos, ante los efectos del avance del capitalismo en el campo, desde distintas propuestas y desde distintas perspectivas se ha intentado dar respuestas, para entender y actuar. Pero generalmente estas propuestas se han parado en una vereda o en la otra: haciendo foco en las relaciones técnicas de producción, o haciéndolo en las relaciones sociales. Incluso dentro de las propias visiones de la agroecología se ha forzado esta polaridad. En esto entiendo que ha jugado mucho la institucionalidad y la academia. Por un lado porque para estos espacios generalmente aparece como necesidad vital separar las cosas para poder estudiarlas. O te hablo de movimientos sociales y sus luchas, o te hablo de la rotación de cultivos y sus efectos en la mesofauna del suelo. Y en segundo lugar, vinculado a lo anterior, porque en muchos espacios sigue siendo poco académico hablar de agroecología, no solo por lo ambiguo que puede llegar a ser el concepto, sino también porque es un concepto que aún está en manos de los movimientos y organizaciones sociales. Pero otros conceptos tanto o más ambiguos que el de agroecología son más apropiados académica e institucionalmente: manejo sustentable de agroecosistemas o intensificación ecológica y sostenible… Difícilmente encontremos hoy en Uruguay algún espacio académico o de organismos estatales que formalmente hable de agroecología.
Quienes si hacen del estudio y la transformación de esta relaciones algo indivisible para la agroecología son las organizaciones y movimientos sociales. En el manejo de los agroecosistemas las relaciones sociales de producción no solo determinan las relaciones técnicas y sus efectos, como en cualquier sistemas de producción, sino que en este caso permiten o limitan fuertemente la posibilidad de un manejo ecológico. El modelo de producción industrial aplicado a la agricultura no solo no permite un manejo de base ecológica, sino que se opone a éste. A partir de ello, la degradación y contaminación es solo cuestión de tiempo, o de relación de precios. A su vez, que quien trabaje allí sea un productor familiar o campesino no asegura su manejo ecológico. Pero que exista quienes trabajan y viven en el lugar, sintiéndose parte, observando y analizando los procesos ecológicos que allí suceden, parece un primer paso muy importante para lograrlo.
¿Lo pequeño versus la escala de producción?
Muchas veces al hablar de agroecología planteamos una exaltación de lo pequeño: la pequeña huerta, la feria de venta directa, los canales cortos de comercialización. Por otro lado identificamos la mayor escala con el agronegocio, las grandes superficies industriales y comerciales, los intermediarios. A su vez del otro lado, desde las grandes políticas agropecuarias y los representantes del agronegocio, caricaturizan a la agroecología como lo atrasado, la negación del avance científico, lo ineficiente.
Parece un poco obvio señalar éstas como falsas oposiciones. La agroecología se propone retomar prácticas agrícolas sostenidas por los propios agricultores, que junto con el desarrollo científico actual puedan plantear formas de producir tanto o más eficientes globalmente y en el largo plazo, que integren mayor diversidad de actividades, donde se produzcan alimentos sin degradar los bienes naturales ni afectar la salud de quienes trabajan y se alimentan de ellos y que intente que la mayor parte de la riqueza generada quede en manos de quienes la producen. Pero la escala de producción debería ser también una preocupación. En un país con tan poca población rural y con la cantidad de superficie productiva pasible de destinarse a producir alimentos, las posibilidades no solo pasan por apostar a fortalecer lo micro, sino también a generar alternativas que hagan real la producción agroecológica de alimentos para la mayor población, y con la mayor cantidad de gente trabajando dignamente en ello. Experiencias de que esto es posible tenemos muy cerca. El año pasado tan solo la Cooperativa de los Trabajadores Asentados en la Región de Porto Alegre (COOTAP) produjo más de 15 mil toneladas de arroz orgánico, gran parte de los cuales se destina al Programa de Adquisición de Alimentos (PAA) y al Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE), ambas políticas públicas estatales de Brasil que promueven el acceso a a alimentación de calidad a la población e incentivan la agricultura familiar[15]. También en aquel país en el año 2010 la producción de leche orgánica alcanzó los 5,5 millones de litros producidos[16].
Uno de los componentes que aparecen como centrales para este tipo de propuestas es la existencia de políticas públicas que apoyen la viabilidad inicial y operen como contra-tendencia, tal cual vimos antes. El agronegocio cuenta entre otras cosas con diversas exoneraciones impositivas, inversiones públicas en infraestructura para su utilización y todo un sistema de investigación que camina a su merced. Aquí también está la disputa.
¿Hortícolas diversos del sur versus ganaderos especializados del norte?
La agroecología desde sus primeros empujes en el país se ha identificado y desarrollado principalmente con los sistemas intensivos del sur del país, en particular aquellos de base hortícola y granjera, que integraban otros rubros en su diversificación. Esto seguramente tenga diversas explicaciones, posiblemente vinculado a los apoyos internacionales y la creación diversos programas centrados en la huerta agroecológica, las dificultades por modificar el modelo productivo que vienen desarrollando las principales producciones pecuarias del país, así como también por la poca o nula vinculación a la agroecología por parte de la investigación en producción animal. Aquí las producciones animales generalmente aparecían como complemento, muchas veces en la diversificación productiva y económica, pero no tanto en una integración más completa en los ciclos ecológicos del predio. Quizá la lechería orgánica en la región suroeste sea la excepción, pero aún falta una integración e intecambio de esas experiencias.
La integración de la producción animal parece un tema sobre el cual avanzar. Por un lado el componente animal, especialmente los rumiantes, aparece como fundamental a la hora de la circulación de los nutrientes en el agroecosistema, en especial disponerlos en momento y lugar que se necesiten para las producciones vegetales intensivas. Hasta el momento la dependencia casi única de la compra de “cama de pollo” no parece un alternativa lo más agroecológica. Pero otro aspecto parecería más importante aún que ese: casi el 75% de los productores familiares del país tienen como rubros principales la ganadería o la lechería[1].
¿Movimiento agroecológico o agroecología en movimiento?
Actualmente las principales organizaciones impulsoras del desarrollo de la agroecología en el país se presentan bajo la forma de redes (Red de Agroecología del Uruguay, Red Nacional de Semillas Nativas y Criollas), espacios donde articulan productores, organizaciones no gubernamentales (ONG) e instituciones públicas. Si bien en el proceso de conformación de ambas redes tuvo un rol fundamental la organización de productores que en aquel momento nucleaba a los agricultores orgánicos y ecológicos en el país (APODU, Asociación de Productores Orgánicos del Uruguay), luego de la desaparición de la Asociación de Productores ha sido mínimo la presencia de organizaciones de la producción familiar. Es así que la agroecología en Uruguay se presenta como un movimiento en sí, con una fuerte impronta en su accionar desde las instituciones y ONG, pero cierta distancia respecto a las organizaciones de productores familiares o trabajadores rurales.
¿Productores ecológicos versus productores convencionales?
Lo anterior se vincula fuertemente con esta visión o sensación de separación de aguas. Por un lado aquellos productores cuya búsqueda consciente está en el desarrollo de manejos ecológicos en sus predios, con un componente ideológico bastante fuerte en sus elecciones productivas y de vida, con sistemas de certificación y comercialización específicos, que se organizan con sectores urbanos para construir alternativas productivas y políticas. Por otro lado aquellos productores familiares más típicos, que implementan y acceden a tecnologías y canales de comercialización tradicionales para producir y comercializar, cuyas experiencias asociativas son pocas y entre pares, generalmente a través de entidades de base de Comisión Nacional de Fomento Rural (CNFR).
Pero parecería que uno de los principales problemas está más en que el foco se pone en lo que los diferencia, que en lo que deberían tener en común. Ambos desde sus organizaciones se manifiestan en contra de la concentración y extranjerización de a tierra y del agronegocio. Pero por un lado la CNFR plantea como salida el desarrollo de políticas públicas diferenciadas para la agricultura familiar, así como la necesidad de avanzar en la investigación y desarrollo de tecnologías específicas para a agricultura familiar[17]. No aparece en sus demandas o propuestas la idea que rompa con el modelo tecnológico actual, mucho menos mencionar el manejo agroecológico como alternativa. Por otro lado ambas redes (de Agroecología y de Semillas) son actualmente las principales impulsoras en la creación de un Plan Nacional de Agroecología, que institucionalice la propuesta y le de fuerza política. En este proceso no aparecen vinculadas hasta el momento organizaciones de la producción familiar.
En un país como Uruguay, con una proporción aún importante de productores familiares en la producción agropecuaria, con el peso político que aún tienen las organizaciones históricas y con la necesidad por parte de los productores familiares uruguayos de encontrar alternativas técnicas y políticas a su actual dependencia de tecnologías degradantes, contaminantes y que los convierten en extremos dependientes, parece sensato pensar que en una política que proponga la agroecología como marco de resistencia y de propuesta, no podrían quedar afuera las organizaciones de productores familiares y trabajadores rurales como sujetos políticos centrales. Parece momento de sumar, más que de enfocarse únicamente cada uno a lo suyo. Es cierto que el involucramiento de sectores urbanos sería muy importante para generalizar este tipo de propuestas. El movimiento sindical y el cooperativo se muestran como posibles aliados para caminar hacia otras formas de producir y distribuir alimentos al pueblo uruguayo. Pero lo que parece fundamental es que se involucren quienes aparecen como la potencial base productiva de esta propuesta, componente productivo que hasta el momento es justamente el más difícil de consolidar dentro de la agroecología.
Si entendemos la agroecología como herramienta de resistencia, oposición y alternativa al avance del capital en el campo y sobre la producción de alimentos, ¿qué sujetos deberían estar sosteniéndola?
Notas
[1] TOMMASINO, Humberto et al. Tipología de productores agropecuarios: caracterización a partir del Censo Agropecuario 2011. In: URUGUAY. Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca. Oficina de Programación y Política Agropecuária. Anuário 2014 OPYPA. Montevideo: MGAP, 2014. P. 491-508.
[2] En base a Censo Generales Agropecuarios 2010 y 2011.
[3] FOLADORI, Guillermo. Proletarios y campesinos. 1. ed. Xalapa: Universidad Veracruzana, 1986. 214 p.
[4] PIÑEIRO, Diego. Formas de resistencia de la agricultura familiar: el caso del Noreste de Canelones. Montevideo: CIESU: Banda Oriental, 1985. 177 p.
[5] TOMMASINO, Humberto. Sustentabilidad Rural: desacuerdos y controversias. In: PIERRI, Naína; FOLADORI, Guillermo (Ed.). ¿Sustentabilidad? Desacuerdos sobre el desarrollo sustentable. 1. ed. Montevideo: Trabajo y Capital, 2001. p. 139-163.
[6] CARVALHO, Horacio Martins. Agricultura familiar y el campesinado en América Latina. Montevideo: Extensión Libros, 2013. 450 p.
[7] En base a Dirección General de Servicios Agrícolas. Disponible en: <https://www.mgap.gub.uy/dgssaa/index.htm>
[8] REDES, Amigos de la Tierra. Crecimiento de la Agricultura y el uso de Agrotóxicos en Uruguay. Montevideo: Redes Amigos de la Tierra, 2014. Disponível em: <http://www.redes.org.uy/wp-content/uploads/2014/01/Folleto-Agr-y-Agrotoxicos-Redes-WEB.pdf>. Acesso em: 15 de fevereiro de 2015.
[9] RÍOS, Mariana et al. Uso de plaguicidas y fertilizantes. Montevideo: Vida Silvestre Uruguay, 2013. Disponível em: <http://vidasilvestre.org.uy/wp-content/uploads/2013/10/Plaguicidas-y-fertilizantes_Situaci%C3%B3n-en-Uruguay.pdf>. Acesso em: 15 de fevereiro de 2015.
[10] DÍAZ, Ismael. Modelación de los aportes de nitrógeno y fósforo en cuencas hidrográficas del departamento de Canelones (Uruguay). 2013. 88 f. Dissertação (Magister en Ciencias Ambientales) – Facultad de Ciencias, Universidad de la República, Montevideo.
[11] SEVILLA GUZMÁN, Eduardo. La participación en la construcción histórica latinoamericana de la Agroecología. Política y Sociedad, Vol. 52, Núm. 2 (2015): 351-370.
[12] GROSSI RODRIGUES, Mônica Aparecida. Politização da Questão Ambiental no MST: a agroecologia como estratégia produtiva e política. 2014. 279 f. Tese (Doutor em Serviço Social) - Programa de Pós- Graduação em Serviço Social, Escola de Serviço Social, Universidade Federal do Rio de Janeiro, Rio de Janeiro.
[13] Decreto n. 557/008 del 17 de noviembre de 2008. Crea el Sistema de Certificación de la Producción Orgánica. Disponible en: <https://www.mgap.gub.uy/dgssaa/Normativa/Archivos/NUEVOS/Decreto_organicos.pdf>
[14] En base a micro datos del Censo General Agropecuario 2011.
[15] http://www.brasil.gov.br/economia-e-emprego/2015/08/agricultores-vendem-mais-de-15-mil-toneladas-de-arroz-organico-no-rs
[16] http://www.brasil.gov.br/economia-e-emprego/2011/03/leite-organico-aumenta-renda-do-agricultor
[17] COMISIÓN NACIONAL DE FOMENTO RURAL. Propuesta de Políticas Públicas Diferenciadas para el Desarrollo de la Agricultura Familiar. 2009. Disponible en: <http://www.cnfr.org.uy/uploads/files/propuesta_politicas_diferenciadas_para_la_AF.pdf>
* Doctor en Ciencias Veterinarias (Universidad de la República) y Mestre em Agroecossistemas (Universidad Federal de Santa Catarina, Brasil). Docente del Programa Integral Metropolitano de la UdelaR. Militante de ADUR Oficinas Centrales.