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Hemisferio Izquierdo

“La socialización creciente de la propiedad de la tierra será el elemento determinante para dar vuel


HI: Considerando que el 95% de la población uruguaya vive en las ciudades y que nuestra inserción internacional depende en buena medida de la producción agropecuaria (más del 70% de las exportaciones) ¿cuáles deberían ser los ejes principales de un programa socialista para el agro a comienzos del siglo XXI?


Ramón Gutiérrez (RG): Adelanto que estas son reflexiones de intención programática más que para agro para la sociedad, más que para la producción para el territorio, más que para repartir plata para repartir poder, más que para ser más ricos para ser más soberanos.


Que el grueso de nuestro territorio esté despoblado es, además de irracional, de una irresponsabilidad histórica imperdonable. Cuesta dar vuelta esa tendencia porque ya somos un pueblo de urbanitas que mira con desprecio la tierra en las manos de quién nos da de comer. Los problemas del campo, la costa y la ciudad se alimentan uno al otro, en un sitio falta gente para “hacer cosas que dan placer compartido”, para el desarrollo de actividades culturales, deportivas y servicios, en otro, hay población sobrante sujeta de políticas sociales y represivas.


No hay una migración seducida sólo por las fuentes de trabajo que da la ciudad, en términos históricos existe una migración compulsiva, irracional, producto por un lado de la apropiación privada de los campos y por otro por un patrón cultural abonado durante décadas. Lógicamente que los centros urbanos y en particular las capitales ofrecen cosas que no ofrece una parcela de tierra. Pero el ejército de reserva en los pueblos ya es mucho y a las fuerzas progresistas se le agotaron los cartuchos con más de 10 años de políticas sociales y compensatorias.


No hay laburo para la barra en la ciudad. No hay proyecto urbano, productivo, creativo que dé cuenta de la gente que está en la vuelta. Pero como sociedad vamos con el ómnibus pueblero lleno y seguimos vendiendo boletos!


Dirán algunos que no hay laburo en el campo tampoco porque no hay llamados en el Gallito. Pero donde unos ven la foto otros el movimiento. Socializada la tierra, la capacidad productiva y creadora de un mismo pedazo depende de los brazos y las mentes puestas en juego. Y aunque el trabajo no es tecnología ni el bulto garantiza resultado, es cierto que hay lugar para más, no solo repartiendo una misma renta (que ya sería bastante), sino incrementando productividad y agregando más valor. La potencia y generosidad de la tierra no tiene límites si se abona la creatividad humana a su servicio.


Por otra parte, socializado el plusvalor que extraen estancieros y mandos medios, las familias rurales ampliadas adquieren más capacidad de negociación también con el mercado de trabajo porque siempre está la alternativa de la tierra. Donde trabajaba un peón vivirá una familia y ampliara el campo de actividades a desarrollar o repartirá el esfuerzo mejor para no judearse. Dialécticamente la clase trabajadora incrementa su poder de negociación si se amplía la base social en el campo. Y es que la obra maestra del capital fue despojarnos del medio básico de subsistencia y dejarnos con una sola propiedad para intercambiar: los brazos y la cabeza.


Ese 5,3% de población rural determina una baja relación de fuerzas objetiva para los sectores populares rurales. Pese a la importancia estratégica de su trabajo en la generación de riqueza nacional y en la capacidad de intercambio de nuestro pueblo con el mundo, la relación de fuerzas política de los sectores populares rurales es débil: escasa capacidad organizativa de los asalariados rurales, producción familiar institucionalizada con escasísima cultura de disputa, pocas experiencias de alianza entre ambos, y bajísima articulación de estos con el movimiento popular de las ciudades.


A nivel urbano el escenario es opuesto: una elevada relación de fuerzas objetiva y política, alto nivel organizativo y de unificación de los trabajadores. Podemos sentenciar que este elemento ha generado que el movimiento popular organizado excepcionalmente incluya en sus preocupaciones políticas la cuestión agraria, ni se haya esforzado en demasía por una alianza obrero-campesina (por decirlo en términos clásicos).


De todas maneras, los períodos históricos en que los sectores populares rurales han obtenido más conquistas ha sido en el marco de gobiernos progresistas (batllismos y FA), donde las fuerzas de los trabajadores urbanos tienen cierto peso. Pese a esto, en términos absolutos, la estructura agraria en Uruguay ha sido modificada muy levemente a lo largo de la historia.


En parte, eso se explica por el proyecto de fondo de estas fuerzas: si domina como línea el economicismo, la redistribución del excedente económico prima sobre la distribución del poder. Importa más que marche la rosca del capital y sacarle algún peso más para repartir, que hacernos cargo nosotros del paquete completo y matar dos pájaros de un tiro. Pero si nos comemos la pastilla del capital, no vale llorar: si el capital organiza el grueso de la ocupación de la gente, precisa poca, el resto que quede desocupada para bajar el precio del salario, que garantice que haya quilombo que enfrente pobres contra pobres.


Si el agronegocio puede ser entendido como una alianza entre los terratenientes, el capital financiero y las corporaciones transnacionales, esta nueva situación sólo puede contrarrestarse con una nueva alianza de grupos sociales dentro del campo popular: productores familiares, asalariados rurales y fracciones de trabajadores urbanos organizados. La correlación de fuerzas para un cambio socializante en el campo viene de mal en peor desde hace décadas y el agronegocio logró dividir más las aguas en favor del capital: el rentismo era más potente aun (la oligarquía propietaria nos parasitó mas que nunca), la burguesía comercial e importadora, el capital financiero y transnacional se plegaron gustosos al poder terrateniente, el ala derecha del gobierno representada por la tecnocracia y las social-democracia liberal alucinaron con el dinamismo del capital y la fracción mecanicista de la clase trabajadora también.


Tal vez hoy, cerrado el boom de los comodities, puedan volver a generarse conflictos entre la “burguesía dinámica” más la pequeña burguesía con la estancia, y los trabajadores urbanos empobrecidos volverán sus oídos a la pregunta pedagógica de la “Desvelada” de Zitarrosa ¿Por qué hay tanto campo vidalita y tanta gente es pobre? Estos conflictos no se manifestarán directamente, sino mediados por el reclamo de cuerpo al Estado. El gobierno tendrá la bomba de tiempo en sus manos y estará en la sabiduría del movimiento popular hacer confluir las luchas para dar un empuje más a un proyecto democratizante para el campo. Cuando la guita circulaba una expropiación no tenía sustento político ¿hoy? A recordar que siguen habiendo estancias de decenas de miles de hectáreas, algunas pasando la centena y eso irrita a cualquiera con sentido de lo que devuelve el esfuerzo.


Un programa socialista para el agro no puede estar despegado de los intereses y preocupaciones de sus fuerzas promotoras. Si somos un pueblo urbano lo que la barra ve es capital y guita para repartir. Los sectores populares rurales deben incrementar su fuerza concreta-real para ganar en la cancha el respeto del movimiento popular. Para que un programa socialista los contemple como sujetos y no como medios (objetos) de generación de riqueza. La unión y el dialogo con los trabajadores organizados de las agroindustrias debería ser moneda corriente porque ahí hay un eslabón determinante de conocimiento técnico y comercial y de posibilidad de socialización del excedente de lo que se produce.


No es esperable que la lucha de clases en el campo dé cuenta de la alianza necesaria para resistir al agronegocio y doblegar la estancia. Se parte de un abanico de resistencias tímidas, más que de las expresiones de disputa frontal. Primero toca reconocer la potencia de las resistencias dispersas como parte de un mismo proceso de emancipación, en tanto que múltiples sujetos se ven negados por el modelo hegemónico.


La socialización creciente de la propiedad de la tierra será el elemento determinante para dar vuelta la tendencia al despoblamiento. La preocupación exclusiva por el “uso” que domina la lógica progresista modernizadora, olvida la dialéctica de los problemas del campo y la ciudad. Es una mirada muy agronómica, que por racional, no la hace correcta. Coyunturalmente sirvió, pero estructuralmente falla. La política debe remendar el atropello de la historia y el libre mercado que vació el territorio: propiedad y uso deben ser preocupaciones de igual calibre.


Con la tierra “repartida”, viene parcialmente el poblamiento y atrás la necesidad de un ordenamiento territorial que permita la descentralización urbana y la vida rural con el acceso a los bienes y servicios culturales de nuestro tiempo sin dificultad en cualquier parte del territorio. Por momentos da la impresión que se quiere empezar por los servicios para que la gente se quede en el campo, sin darle un cachito de poder y seguridad para proyectarse. Espacios librados al antojo de la patronal han impedido la proyección sostenida del asentamiento de las familias en el campo. Por otro lado, los reformismos extraen excedentes de la producción y centralizan su reparto en las ciudades (donde está la gente y los votos) desplegando un sinnúmero de servicios y políticas sociales que cierra el círculo vicioso para el país centralizado que tenemos. Esta cama de siembra regada con mucho abono de cultura urbana en escuelas y medios masivos tiene un resultado cantado.


Por esta vía podemos dar algunos golpes a la desigualdad, a la distancia entre esfuerzo y generación de riqueza y en cierta forma a la soberanía territorial. Sin embargo, el nudo crítico para democratizar renta y poder económico estará ubicado en el comercio exterior y eventualmente en la industria cuando está íntimamente asociada a este último. Para socializar la fase previa al comercio exterior, lamentablemente debemos dar pasos mucho más tímidos porque nuestra fuerza es raquítica.


Debería hacerse una escalada ascendente conociendo el paño, pero no podemos patear el tablero si después no sabemos donde meternos los commodities que producimos para vender al mundo. Lo que es seguro es que es tarea de los socialistas conocer el comercio exterior y su industria asociada al dedillo, tanto como el burgués o el gerente que lo dirige en la actualidad para tener capacidad de hacernos cargo. Si no tenemos una puta barcaza para llevar un grano o un pedazo de pulpa, habrá que empezar de polizón a aprender con quien la tiene. Después le seguirán mecanismos que articulen privados y Estado para asegurar soberanía y colocación que es lo que cuenta. Sin la fuerza de una tierra socializada difícilmente podamos negociar hacia adelante. Pero no vamos a cortar la dependencia con un programa agrario sino con integración latinoamericana con vocación de patria y complementación económica. Dominado ese baile o no, la producción primaria se remedea sin problemas. No hay razones fundadas para pensar que la productividad en tierras socializadas será inferior a la privada. Y lógicamente sobra evidencia de que en diversos rubros tenemos productividad por explorar, predios por diversificar y valor para agregar.


Si la polenta del agronegocio se basa en su espalda financiera, de algún lado deberá sacar el pueblo ahorros para hacerse cargo del paquete completo. La discusión sobre política agraria entonces es también una política financiera para la banca pública, los ahorros de las AFAPs y otras fuentes de liquidez existentes.


Si estamos convencidos de que al irse los capitales extranjeros y la oligarquía de la base agraria sabemos que hacer en el campo, resta dinamitar el mercado de tierras por coacción de planificación de uso (por ejemplos los planes actualmente existentes, los que puedan arrojar la ley de ordenamiento territorial o los planes de cuencas que puedan ser fruto de la ley de aguas) y presión impositiva a la gran estancia para permitir que el Estado se reapropie de la tierra a un costo razonable y permita que sean capacidades nacionales las que produzcan y se apropien de la renta de la fase agraria.



HI: Durante el siglo XX la reforma agraria, entendida como re-distribución de la tierra, fue parte central de los programas de la izquierda continental. Dada la actual estructura agraria en Uruguay, con predominio del agronegocio y de la estancia ganadera ¿qué sentido, vigencia y orientación debería tener una reforma agraria en la actualidad?


RG: Los programas políticos son reflejo de las correlaciones de fuerza. Lógicamente que hoy desapareció del mapa la reforma agraria porque no junta votos y no es inteligible para gran parte de la población como mensaje. Revolución cubana de por medio, las reformas agrarias de distinto tipo y color eran línea de amplísimo consenso porque las élites las promovían por doquier para que no existiera revolución en otros países. Mas valía que los campesinos tuvieran un pedacito de tierra a que se volvieran Camilos.


Hoy se suman nuevos conflictos, mutando los sujetos portadores de los cambios a nivel rural. A diferencia de otros tiempos históricos, la estrategia de acumulación por desposesión del capital, genera impactos ambientales de gran importancia, así como evidentes daños a la salud humana (directos e indirectos). La preocupación de la población urbana-consumidora por estos asuntos se hace mayor y esto tiene expresiones organizativas en concreto y en potencia.


Si los problemas ambientales son vergonzosos al punto de ser incapaces de cuidar las fuentes de agua, habrá primero que regular el uso y cumplida esa etapa expropiar lo que sea necesario de las cuencas estratégicas y socializarlas entre quienes estén dispuestos a producir de forma agroecológica, haciendo economía pero teniendo el cuidado de los bienes naturales como principio vital.


Desde la perspectiva de modelos en disputa podemos ubicar dos titanes en el ring: neoliberalismo (libre mercado radical y retiro del Estado) y neodesarrollismo (inversión extranjera directa más políticas sociales para la agricultura familiar e incremento de derechos de los trabajadores). La posibilidad de los sectores populares de colocar un tercer modelo en disputa tiene su cimiento en un modelo existente, aunque subordinado y contradictorio, que es el “modelo de la agricultura familiar libremente asociada”.


Con todas las contradicciones de clase en su interior y el paquete tecnológico hegemónico, hay un cimiento donde pensar los lineamientos de un nuevo modelo para poner a disputar con los otros dos. Hay donde extraer aprendizaje para proyectar algo radicalmente distinto a lo existente y radicalmente distinto a las experiencias fallidas de planificación estatal centralizada.


Por otro lado, no es pensable construir proyecto contrahegemónico a nivel rural sin una tendencia fuerte a nivel de los cuadros intelectuales regados por el territorio nacional. Pero los intelectuales debemos salir de la comodidad del estatus para vivir como los compañeros con los que se trabaja, saber que tenemos que reaprender la profesión de acuerdo a cada contexto para que la organización exista, el trabajo sea efectivo, el conocimiento circule y el reparto sea justo. Siendo macanudos pero quedando afuera de la pelota, cobrando más y sin responsabilidad sobre el resultado del trabajo técnico, los cuadros intelectuales continuaran siendo extractores de excedentes del trabajo rural, más parecidos a un estanciero ausentista que a un cuadro comprometido con cambiar la realidad.


Precisamos además una recuperación y reorientación tecnológica desde una perspectiva soberanista que deberá contar con apoyo público para garantizar cambios técnico-productivos sin poner en jaque la sustentabilidad económica de los emprendimientos. Esto es investigación, política de renta diferencial para emprendimientos agroecológicos en el INC, formación técnica especializada dentro del aparato de extensión rural y capacitación de trabajadores y productores.


La reforma agraria tiene total vigencia y urge caminar porque son procesos largos los que consolidan nuevos paisajes humanos y productivos. Lo que hay que sacar de arriba de la mesa es la dicotomía de modelos de encarar la socialización de la tierra: emprendimientos familiares, cooperativas, colectivos, todos tienen su lugar de acuerdo a rubros y las capacidades de quiénes se harán cargo. No hay un modelo, habrá tantos como nuestro pueblo esté dispuesto a sostener. Las “granjas estatales” no se caen por serlo, se caen porque se quedan sin fuerzas motoras, sin estímulo y sin proyecto. Lo mismo ocurre con un emprendimiento familiar o una cooperativa en algunas etapas de su historia. El capital corriendo atrás del lucro también fracasa, pero viene otro detrás a pegarle el marronazo y seguir la carrera. El asunto de los socialistas es no menguar en la voluntad instituyente, reinventar los emprendimientos de forma permanente, poniendo sobre la mesa motivaciones morales y económicas con un sentido de justicia que es la diferencia de fondo con el proyecto del capital.


* Fue militante estudiantil de la AeA y la FEUU. Integró el Frente por Verdad y Justicia. Hizo parte del colectivo de agronomía social Suma Sarnaqaña y la Asociación Barrial de Consumo. Actualmente trabaja y vive en la Unidad Cooperaria No 1 Cololó, Soriano e integra el Movimiento por la Tierra.

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