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  • Myriam Mercader*

Reflexiones sobre la Xenofobia en Europa


Imagen: Myriam Mercader

Que la extrema derecha avanza en Europa al ritmo que crece la xenofobia ya aparece en muchos titulares de periódicos europeos y por supuesto no es ninguna novedad. Es más, diríase que la xenofobia es una lacra que se resiste como el peor de los cánceres a lo largo de las últimas décadas, al punto que el escritor portugués José Saramago se llegó a preguntar:


”¿ Cómo ha sido posible encontrarnos con esta plaga de vuelta, después de haberla creído extinta para siempre, en qué mundo terrible estamos finalmente viviendo, cuando tanto habíamos creído haber progresado en la cultura, civilización, derechos humanos y otras prebendas..?"


Algunos filósofos e intelectuales comprometidos de hoy han querido dar a conocer sus pareceres. Tal es el caso de la investigadora canadiense Naomi Klein que se refiere a la crisis de los refugiados como una consecuencia más de la "ideología tóxica del fundamentalismo de mercado". "Nos decimos a nosotros mismos que tal vez los refugiados son peligrosos. Pero realmente somos parte de un sistema que está haciendo lo mismo (la misma cosa de siempre), negando la humanidad de los demás y, con esa humanidad, sus derechos humanos completos, evitando compartir nuestra riqueza por ilícita que sea".


El lingüista y filósofo estadounidense Noah Chomsky escribe "La gobernanza de la UE resulta eficiente para imponer medidas severas de austeridad para devastar a los países más pobres y beneficiar a los bancos del norte. Pero se ha roto casi por completo cuando ha intentado tomar las riendas de esta catástrofe humanitaria", que compara el acuerdo entre la UE y Turquía con Estados Unidos y México. "Europa intenta inducir a Turquía a mantener las miserias alejadas de sus fronteras, del mismo modo que Estados Unidos hace presionando a México".


Peter Singer, filósofo australiano de origen judío, que dedicó a los migrantes y refugiados un capítulo en su Ética práctica (1995) carga contra "los cabezas huecas" que abogan por un mundo con fronteras abiertas y mantiene la tesis de que algunos argumentos "ignoran la tendencia a la xenofobia de los seres humanos, evidenciada con toda la claridad con el surgimiento de partidos de extrema derecha en Europa".

Los hechos corroboran su teoría; (aunque yo no iría tan lejos como llamar “cabezas huecas” a los que abogan por un mundo sin fronteras) hace unos días un grupo de neonazis hirió a treinta y un policías alemanes al intentar bloquear el paso de autobuses con refugiados. Son imágenes que a nuestros abuelos recordarían las brigadas de camisas marrones de Hitler. Los partidarios del ISIS matan a cristianos cuyas casas fueron marcadas con la inicial de nazarenos en toda Siria, los israelíes a los palestinos y los rusos a los ucranianos y en toda Europa el ciudadano de a pie se siente cada vez más amenazado por la inmigración que a su juicio provoca recortes en los servicios básicos y aumenta la inseguridad. La xenofobia no es más que un resultado lógico a tanta barbarie, si tenemos en cuenta el precario estado de la conciencia colectiva en gran parte de la población europea. La extrema derecha, sin vacilación, toma buena nota y se frota las manos al tiempo que prepara sus estrategias para vencer en las próximas elecciones, no importa en qué rincón de Europa desde Suecia hasta Grecia, España o Portugal.


Las causas de los comportamientos racistas y xenófobos son múltiples, pero básicamente la historia, la religión y el desarrollo de las sociedades occidentales son el germen de este fenómeno. Y, como si ello no fuera suficiente, en estos últimos cinco años el conflicto de Siria y los cientos de miles de refugiados de distintas regiones amenazadas por el ISIS, DAESH, o cualquiera otra subdivisión y sus “aliados occidentales” - me refiero a los que les venden armas, o comercian con el petróleo que pasa por sus manos - no ayudan en absoluto a mitigar el desasosiego.


Los prejuicios históricos, lingüísticos, religiosos, culturales, e incluso nacionales para justificar la separación total y obligatoria entre diferentes grupos étnicos, con el fin de no perder la identidad propia avivan la xenofobia, que combinada con el poder económico, social y político rechaza y excluye a los extranjeros e inmigrantes en la medida que ve en ellos competidores por los recursos existenciales. A menudo los medios de comunicación insisten en las diferencias culturales, presentando las costumbres y los actos culturales ajenos como cosas raras y sorprendentes. De esa manera también se fomenta hostilidad, se impulsa la xenofobia contra los extranjeros, (africanos, asiáticos o latinoamericanos), y se potencia la exclusión y el rechazo. La aparición de los refugiados de Siria, Afganistán, y diversos países de las zonas de conflicto no han hecho más que aumentar la psicosis frente a atentados como los acontecidos en estos últimos días en Francia, Alemania, o Bélgica.


Qué hacer para mitigar ésta desesperada y abominable situación, es la clave que nos debe preocupar de forma urgente en la sociedad, ya que el sistema global económico y político parece algo mucho más complejo de cambiar a corto o medio plazo. La solución – en el sentir más extendido entre de la masa social pensante europea – pasa por la educación. La educación ha de orientarse hacia el fomento de la interdependencia y la cooperación entre los pueblos para favorecer la universalidad, el reconocimiento recíproco de las culturas y una síntesis sociocultural nueva. Dicho de otra manera, es preciso promover la idea de la diversidad cultural, la igual validez de todas las culturas, el interés por otras formas de ver el mundo como fuente de enriquecimiento personal y social y la presentación de la sociedad multicultural como la sociedad del futuro (Gabino y Escribano, 1990).


La educación intercultural y multicultural tiene como motivación principal la lucha contra la discriminación y la desigualdad bajo todas sus formas. El interculturalismo es un proyecto pedagógico cuyo objetivo último es la plena integración social de las minorías étnicas y la eliminación de toda fuente de discriminación. Ésta trata de lograr una convivencia armónica y estable entre culturas distintas y parte del postulado de que una auténtica comunicación intercultural solo es posible sobre las bases de la igualdad, la no-discriminación y el respeto a la diversidad. La educación debe dirigirse entonces a todos los niños, desde su más tierna infancia, colocándolos en las mismas condiciones, y a perseguir para todos los mismos objetivos finales.


Como instrumento de integración social, la educación intercultural debe insistir tanto para las mayorías como para las minorías, en la aceptación de la alteridad (condición del otro) y en la urgencia de aprender a convivir con la diferencia. El valor de la tolerancia debe convertirse en el principio que inspire los programas de educación intercultural. Una vez implementada la educación intercultural – cosa harto compleja y tema de otro larguísimo estudio, la cultura es el meollo de la cuestión. Para que el desarrollo sostenible se haga realidad no basta cualquier desarrollo científico ni educativo de las personas y de los pueblos. La viabilidad de todo ello depende de las culturas, pues ni el desarrollo, ni la ciencia, ni la tecnología ni incluso, la educación se producen en el vacío. Con carácter general la experiencia internacional muestra el papel clave de la cultura en cualquier proyecto de desarrollo. Las mismas ideas y proyectos pueden fructificar en un lugar y ser estériles en otro; cosa que se ha visto a lo largo y ancho de América Latina, por ejemplo. Como decía Néstor G. Canclini: "La heterogeneidad cultural no es un obstáculo, sino un dato básico a tener en cuenta en cualquier programa de desarrollo e integración [...] muchas ramas de la economía latinoamericana no pueden desarrollarse sin la participación de los treinta millones de indígenas que viven en la región, con territorios diferenciados, lenguas propias y hábitos de trabajo y de consumo particulares". El mismo criterio se puede trasladar al problema de integración en el resto del mundo, máxime bajo la amenaza permanente del terrorismo islámico radical y en estos últimos días ante la advertencia desde los gobiernos como el alemán (creando psicosis) al aconsejar abastecerse para días ante la amenaza de atentados o guerra inminente.


Para terminar, me gustaría lanzar una reflexión sobre la actitud que está adoptando “el mundo del arte” frente al problema de los refugiados que recorren con desesperación Europa por cientos de miles y que son retenidos en condiciones infrahumanas por doquier y abusados de las formas más bajas. Con la excepción de unos pocos valientes, es ésta una actitud pasiva que decepciona y asusta a la vez. Si nos paramos a considerar la magnitud del genocidio que estamos presenciando, la xenofobia galopante que se está generando, la psicosis ante la posibilidad (y la concreción) de atentados terroristas masivos o aislados, vemos sorprendidos qué poco se está haciendo por parte de los colectivos de artistas europeos. Es de esperar que tan sólo sea porque este colectivo también esté siendo objeto de pánico y desorientación, y que en breve comencemos a ver simposios, llamamientos a concursos de arte u otras manifestaciones destinadas a concienciar al ciudadano frente a este genocidio, cosa que por otra parte debería ser una de las finalidades más dignas del arte, al menos si se está de acuerdo, como yo, con Gilles Deleuze cuando dice: “El arte es lo que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza;” y por supuesto a la xenofobia, que hoy por hoy engloba todas esas barbaries.


* Filóloga, Docente, Escritora y Poeta Visual. Algunas de sus contribuciones pueden encontrarse en boek861.com





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