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Rodrigo Alonso*

Elecciones en España: boquete abierto


En los últimos dos años la geografía política española tuvo importantes modificaciones. Desde 1978, fin de la dictadura franquista, España se movía en un esquema de alternancia bipartidista donde el derechista Partido Popular (PP) y el centrista Partido Socialista Obrero Español (PSOE), se sucedían en el control del gobierno y monopolizaban las grandes opciones electorales. Lo que se conoce como “régimen del 78” comenzó a ser desarticulado a caballo de una profunda crisis económica y la irrupción del malestar social que tuvo su punto alto en los movimientos de indignados y ocupaciones de plazas bautizado como “15 M”. Ese fue el piso para la irrupción de una nueva fuerza política que rápidamente redefinió el tablero político del país ibérico: Podemos, la formación política liderada por el joven profesor universitario y politólogo Pablo Iglesias (37), el “coletas”.



El cielo no se toma por consenso


La “Hipótesis Podemos” nace de un grupo de docentes de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid que pudo leer con claridad el nuevo clima de época y la ventana de oportunidad abierta con la crisis y el “15M”, y proyectar vectores de fuerza para abrir una brecha política y quebrar el hermético y en apariencia sólido bipartidismo español.

Desde el inicio la estrategia comunicacional estuvo orientada a eludir el eje izquierda-derecha como par ordenador del tablero político e instalar como sustituto la oposición arriba –abajo. El arriba señalado como la “casta” de banqueros y políticos del régimen y el abajo como la gente común, el ciudadano promedio. De esta forma, Podemos apostaba por desarticular las viejas lealtades político-electorales. En vez de presentarse como el nuevo “frente de izquierdas” y quedar atrapado en el margen izquierdo del segmento político, Podemos optó por ocupar la centralidad de la geografía y repartir él mismo las posiciones y los bandos. “Maldita casta. Bendita gente” era la consigna que cerraba los spots electorales hacia los comicios europeos, primera instancia electoral en la que participaron.

A pesar de encarnar luchas y demandas populares, como las que se daban contra los intentos de expulsión de gente endeudada de sus casas por parte de los bancos (desahucios), la estrategia discursiva se planeó de forma sofisticada y pragmática. Desde la apropiación y uso de lo que se conoce como “significantes vacíos”, palabras que están altamente legitimadas y en boca de todos pero que por su amplitud les cabe cualquier significado (gente, democracia, ciudadanía, derechos, justicia), hasta la integración de la épica meritocrática propia del capitalismo. Esto último resulta clave. Lo plebeyo, tanto en España como en cualquier otra parte, tiene mucho de expectativas frustradas respecto a la promesa de ascenso social.

La conjunción y articulación en un mismo discurso de la razón popular-obrera y la razón ciudadana-republicana representa otras de las claves de la estrategia. La primera refiere a “nosotros el pueblo”, se trata de solidaridades compartidas y recíprocas, una comunidad consciente de sus intereses comunes y en oposición a otros, una élite o minoría bien posicionada. La segunda refiere a “yo el ciudadano” que paga impuestos y reclama eficiencia administrativa y respuestas inmediatas. Mientras el sentir popular se rebela contra la injusticia social, las desigualdades, la degradación de lo humano; el ciudadano se indigna con la corrupción y la falta de oportunidades. Lo popular está presto a desbaratar el orden y fundar uno nuevo, el individuo republicano aspira a que los políticos puedan acordar planes de largo plazo más allá del vaivén de los partidos. Ambas sensibilidades se entremezclan y conviven de forma transversal en el tejido social.

El “asalto a los cielos” (electorales) de la joven fuerza política fue un proceso corto de poco más de dos años. La dirección de Podemos lo llamó la fase de la guerra relámpago y el asalto de caballería. En esa etapa la prioridad fue la construcción de la “máquina de guerra electoral” al decir de los propios dirigentes. Los resultados fueron sorprendentes. En las últimas elecciones generales del 26 de junio, Podemos e Izquierda Unida, agrupados bajo el lema Unidos Podemos, obtuvieron el 21,1% de los votos y 71 diputados, ocupando el tercer lugar, unos puntos por debajo del PSOE. Si no hundido, el bipartidismo y el régimen del 78 está fuertemente tocado.



Guerra de posiciones


A pesar de la grieta abierta, el impulso de Podemos no fue suficiente para llegar a la presidencia. Al final de la jornada electoral, Iñigo Errejón (32), considerado el número dos de la formación, con los resultados a la vista dijo a la multitud: “Lo importante son los que faltan. Nosotros no somos una fuerza política de resistencia. Los que compran tiempo, los que retrasan el cambio, le están intentando poner puertas al mar. Nosotros somos el futuro de España”. Razones tiene. Podemos es la fuerza más votada entre los menores de 45 años y se asienta con fuerza en las principales ciudades españolas, sobre todo en la juventud universitaria y las periferias.

Sin embargo ahora la situación es otra. Podemos no podrá continuar siendo esa fuerza emergente y novedosa que lo impugna todo desde fuera del plantel político. Ahora deberá ocupar espacios en la institucionalidad. Del asalto de caballería a la ingrata vida de la trinchera parlamentaria, donde el riesgo de normalizarse y pasar a ser una fuerza política más es alto. El nuevo Podemos perderá sex apeal dijo Pablo Iglesias analizando el nuevo ciclo que se abre con el posible cierre del periodo electoral. Según él, se impone ahora un tiempo de guerra de posiciones: mantener el espacio institucional conquistado mientras se vuelve al espacio social, creación de movimiento popular y desarrollo de tejido social militante, hasta ahora desatendido por las urgencias proselitistas.


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El sistema político español requiere de una mayoría parlamentaria especial para nombrar Presidente. Hasta el momento el saldo de las últimas elecciones no ha facilitado con claridad esa mayoría. Sin embargo, lo más probable es que sea el PP quien asuma nuevamente la presidencia con el apoyo fundamental del derechista Ciudadanos, la cuarta fuerza política, y la abstención del PSOE. Todo indica que el tiempo de la austeridad no ha acabado en España y se viene una nueva ola de ajustes en el próximo período gubernamental. No será fácil para la derecha española volver a convencer a la población que ha vivido por encima de sus posibilidades y que precisa pagar los costos de la crisis y al mismo tiempo cuidar que la factura política no sea demasiado cara al punto de costarles el próximo gobierno. El boquete ya está abierto.


Fuente: Periscopio

* Economista. Integrante del consejo editor de Hemisferio Izquierdo

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